jueves, 4 de julio de 2013

El cuento del economista



Buenos días pequeñuelos, estoy encantada de estar aquí con todos vosotros. Quiero explicaros un bonito cuento que escuché por la radio en boca de un economista. Y todos vosotros, niños, os preguntareis:¿cómo es posible que un economista sea capaz de eso?. Pues muy sencillo amiguitos, es economista y profesor. Y los profesores suelen tener la facultad de explicar de forma sencilla lo que, a menudo, suele ser complicado. Tened presente que este cuento hoy va a salir de mis labios y yo no soy ni economista ni profesora y, es posible, que lo altere un poco por mi torpeza al recitar o porque no recuerde exactamente todos los pasajes. Pero si tenéis alguna duda solo tenéis que decirlo. Por mi parte intentaré leer lo mejor que pueda, pero no me entretengo más.

Erase una vez que se era -¿que he empezado muy repetitivo?, pues no me lo parece- un pueblecito costero azotado por una tremenda crisis. En aquel lugar de neblina vivían, agobiados por las deudas, un panadero, un sastre, un hotelero y una programadora informática acreditada en competencias de tecnologías de la información y la comunicación -No, no es metedura de pata. Es que he leído, no sé donde, que para que un escrito sea literatura ha de ser complicado de leer en voz alta, y este relato bien lo merece-. Siempre habían sido muy amigos, pero desde la llegada de la dichosa crisis no se podían ver. El motivo del distanciamiento eran las cantidades que se adeudaban entre ellos, concretamente 20€.

Pero una brillante y soleada mañana de primavera llegó al pueblo un banquero que andaba de vacaciones por la provincia. El pobre hombre, que no tenía donde dormir, quiso ver las habitaciones que ofertaba el hotelero para resguardarse de la lluvia -ya lo sé, pero el tiempo en primavera es muy traicionero-. El posadero aceptó gustosamente con una sola condición: debía dejar 20€ como depósito. Y el banquero aceptó.

Mientras el visitante inspeccionaba el acogedor albergue, nuestro hotelero aprovechó el tiempo y fue a visitar a la programadora informática acreditada en competencias de tecnologías de la información y la comunicación. Hacía un mes que su antigua amiga le había ayudado a montar una página web y no pudo pagarle por sus servicios, pero ahora tenía en sus manos, justamente, la cantidad  que necesitaba para quedar en paz con la programadora informática acreditada en competencias de tecnologías de la información y la comunicación -vale, vale. Nombrarla tres veces, y morderme por segunda vez la lengua, me ha bastado para darme cuenta que me ha quedado un pelín largo-. Y así lo hizo.

La experta en informática -¿así?, vale- recordó la última vez que había visitado a su viejo amigo el panadero. Ocurrió hacía una semana y fue para comprar una coca en la víspera de San Juan -ya, ya sé que estábamos en primavera y San Juan cae en verano, pero...... ¡Dejarme en paz!-. No pudo pagar en el momento de recoger el dulce pero le prometió que, en cuanto tuviera 20€, volvería para saldar la cuenta. Casualmente era la misma cantidad de dinero que le acababan de dar, por el trabajo realizado hacía unas semanas, y se acercó al horno para abonar la deuda.

El panadero se puso muy contento al ver que su vecina no se había olvidado de él y, rápidamente, quiso hacer lo mismo con su amigo del alma; el hotelero. A este le debía el mismo dinero desde que se llevó, una tarde, a su novia al hotel para echar un... -ejem...- una siesta. Una vez efectuado el reembolso, y ya de regreso a su panadería, apareció por el ascensor el banquero con cara de pocos amigos. Le había encantado la alcoba que había visitado, pero no le convencía el extraño clima y las fechas tan cambiantes del lugar -¡veis como yo tenía razón! ¡¡Eh!! ¡¡¡Lo veis ahora!!!... Niñatos...- y pidió que le devolvieran los 20€ para poder marcharse. Y así sucedió.

Fue una pena para el pueblo perder al único turista pero, gracias a la paga y señal temporal que dejó al hotelero, se pudieron saldar todas las cuentas pendientes. Y todos finalizaron el día más felices, al no tener deudas, y comieron perdices -¡ya sé que no tenían ni un euro!,  pero les invitó a las perdices el banquero. ¿Vale?-. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Entonces, niños. ¿Qué hemos aprendido con esta historia?. Ya, ya sé que yo no he aprendido a recitar, ¡¡pero se trata de si habéis entendido algo vosotros!!.
Ahora, que de algo si me ha servido. ¡El próximo cuento me voy a contarlo a un asilo!. ¡¡Crueles!! ¡¡¡Más que crueles!!!


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