domingo, 25 de mayo de 2014

Microrrelato huída precipitada


Aquí os traigo un microrrelato, apareciendo de nuevo sobre vuestros navegadores para intentar remover alguna sensación en vuestras indulgentes y sufridas visitas a este blog. En esta ocasión he tratado de recrear un melodrama con tan sólo unas pocas lineas. ¿Lo habré logrado? Eso sólo lo averiguaremos si continuáis leyendo más abajo y dejáis de hacer caso a estas absurdas palabras de presentación que aún no sé para qué he escrito.


Huída precipitada

 - Pssshh. Despierta María, ¡despierta!

María abrió los ojos, sobresaltada. Miró por encima de las sábanas y resopló, molesta, al ver la tenue imagen de la mujer a los pies de su cama.

 - ¿Otra vez mamá?, ¡¿otra vez?! -dijo con hastío.
 - Venga, levanta -susurró la mujer sin hacer caso a las quejas- Cógeme la mano y vente conmigo. Huye de esta mala vida por la ventana, igual que hice yo.
 - No, mamá. Nunca te lo he reprochado, pero jamás lo haré como tú. Dentro de dos años seré mayor de edad. Entonces me iré por la puerta, con la cabeza bien alta.
 - Sabes que este infierno no es para nosotras. Seguro que te trata igual que me trataba a mí.
 - Ya sabemos cómo es papá -reconoció una cabizbaja María- Pero no me voy a ir contigo.
 - ¿Quieres darme una buena razón para no salir juntas por esa ventana? -preguntó su madre impacientándose.
 - ¿Si te lo digo me dejarás en paz?
 - Claro, pero que sepas que no me iré. Me quedaré para cuidar de ti, toda la noche.

María respiró hondo, fijó una mirada compasiva sobre lo que vislumbraba de su transparente madre y contestó:

 - Te daré la misma respuesta de ayer y antes de ayer; y la que repetiré todas las noches que haga falta: porque vivimos en un décimo piso.


martes, 20 de mayo de 2014

El corredor imparable



6 de Julio de 2016. Circuito de Silverstone, Northamptonshire (Inglaterra). A tres minutos de finalizar el gran premio de Gran Bretaña de Formula 1, Javier y Carlos, dos comentaristas televisivos de los muchos que allí se daban cita, intentaban poner palabras a la gesta más impresionante en la historia del automovilismo.

 - ¡Lo veo y no lo creo! -exclamó Javier, atónito- Pero... Pero... ¿Alguien puede explicarlo?

Rápidamente, Carlos tomó el relevo en la narración.

 - Mira Javier, una remontada de esta magnitud no la había visto yo en mi vida. Es que, desde la última parada en boxes, ha recuperado quince posiciones en diez vueltas ¡Quince!
 - ¡Y esto aún no ha acabado! Ha logrado el segundo puesto, pero... ¡Parece que quiere más!
 - Así es, Javier -apuntó Carlos, el experto en la materia- Está dando toda una lección. ¡Que agresividad!
 - ¿Crees que podrá alcanzar el primer puesto antes de acabar esta última vuelta?
 - No hay duda de que lo tiene muy difícil. Sin embargo, con esa velocidad de vértigo, todo es posible. Es que... es que... ¡Va lanzado! Ese coche no corre sobre el asfalto, señores. ¡Ese coche vuela!

Los espectadores espoleaban con gritos la hazaña de Christoff Bean, uno de los pilotos más anónimos hasta la fecha. En pie, con la certeza de estar presenciando algo excepcional, agitaban sus banderas y bufandas con la energía que les transmitía aquella conducción de ensueño.

 - ¡Por allí aparecen! -gritó Javier- ¡doblando la última curva, la mundialmente conocida como Club, que llevará a uno de los dos contrincantes a saborear la gloria!
 - Vienen muy parejos -señaló Carlos- Seguramente se llevará la victoria el que menos halla frenado antes de encarar la recta.
 - Pero... pero, ¿has visto cómo ha salido de la curva Bean? ¡Es una conducción estelar, una conducción que pasará a los anales del mundo del motor!

Bean atravesó la línea de meta en primer lugar, saludado por la bandera a cuadros y por más de cinco mil seguidores que se amontonaban, eufóricos, en la tribuna de llegada.

 - ¡Inconmensurable! ¡Qué poderío, qué fuerza de la naturaleza! ¡Y ha vuelto a hacer vuelta rápida, batiendo por onceaba vez el récord del circuito!
 - Tú lo has dicho Javier. Pero quiero ir un paso más allá, porque lo que hemos presenciado hoy, aquí, sólo puede tener el calificativo de pura magia. ¡Bravo! Bravo por ese piloto que nos ha demostrado que cuando se quiere, se puede. Da igual el presupuesto, da igual la tecnología del vehículo. Sólo unas manos maestras, como sin duda son las suyas, pueden llevar a un hombre a convertirse en el más grande de todos los tiempos.

A la vez que Carlos se hacía reiterativo en sus elogios, el circuito se convirtió en una locura. La gente invadió el paddock, desbordando las medidas de seguridad, y comenzaron a hacerse fotos para inmortalizar el momento. Mientras, Bean, continuaba conduciendo al límite.

 - ¡Y ahí está! Celebrándolo con todos los aficionados. Deleitando a los que disfrutamos de este noble deporte con una segunda vuelta de honor a, prácticamente, la misma velocidad con la que ha ido escalando posiciones durante la carrera, hasta convertirse en el más que merecido ganador.
 - Sin duda, sin duda, pero, como no pare, agotará las pocas gotas de combustible que le puedan quedar en el depósito.
 - Pues creo que eso ya ha sucedido -constató Javier- porque el coche a perdido empuje y parece que se mueve por inercia. Y, si ha sido así, que no cuente con llegar a los boxes.
 - ¡Acaso importa, Carlos! Después de esta hazaña no creo que a Bean le preocupe mucho andar unos metros para ir a celebrar el triunfo con los suyos. Pero... ¡Mira! ¡Todo su equipo ha abandonado el taller para ir a buscarlo sobre el asfalto!
 - No me extraña lo más mínimo, la ocasión bien lo merece.
 - También podemos observar cómo Bean se baja del coche. Está... está como tambaleándose. Sin duda alguna, el gran esfuerzo de estas últimas vueltas le está pasando factura.
 - Cierto, Javier. Fíjate, ahora que se ha quitado el casco, en el color pálido de su cara. ¡Está tan débil que apenas puede celebrarlo!
 - Dale unos segundos para digerir su gran Obra Maestra, para darse cuenta de lo que ha hecho.
 - ¡Ya, ya reacciona! Justo cuando lo envuelve su equipo para vitorearle. ¡Bean levanta con energía el puño al cielo en señal de victori... ¡¿Pero qué hace?! ¡Ha descargado un puñetazo en la cara de uno de sus colegas!
 - ¡Y porque lo agarran sus compañeros, sino lo mata!
 - Pero... Javier, ¿quién era ese tipo? ¿Un espontáneo?
 - Un momento, Carlos. Ahora nos lo enseñan las cámaras. Ahí está, un primer plano del individuo que ha recibido el brutal golpe... Sí, no hay duda. Me informan que era el mecánico responsable de cambiar las pastillas de freno en la última parada en boxes.


martes, 13 de mayo de 2014

Mejoremos la comunicación



Ya he mencionado algo en alguna entrada anterior acerca de las entrevistas que tenemos programadas, mi mujer y yo, en la consulta de una psiquiatra. Si mal no recuerdo, escribí sobre mi incapacidad para entender el porqué se me había recetado un bolso. Siento decepcionar a los que aún les ronde por la cabeza el citado enigma, porque no se ha desvelado, y creo que a este paso jamás se desvelará, el dichoso misterio.

Pero no todo lo que nos propone la Doctora son ejercicios surrealistas que han de acatarse con abnegación, también tiene sus momentos pedagógicos (suponiendo que lo del bolso no lo sea) y nos suelta alguna frase que nos ilumina el camino para lograr que mejoremos en nuestras relaciones humanas. Sí, sí, tal como suena. Y, además, invito a todas las mujeres del mundo a seguir su consejo; seguro que no les decepciona. Pero mejor nos ponemos en situación.

Andaba mi mujer contando que le incomodaba escuchar una frase muy repetida por un familiar que, curiosamente, pertenece al género masculino. En ese momento, la Doctora la interrumpió y nos dejó maravillados con su reveladora sugerencia.

 - Mira -empezó diciendo a mi mujer- los hombres son muy básicos en la comunicación oral -al instante se giró hacia mí y casi se disculpó- Espero no haberte molestado con esta apreciación.
 - No, no. Para nada -apunté con rapidez para que continuara con la confidencia. Sin entender cómo podía enfadarme ante esa enorme evidencia.
- Haz una cosa -prosiguió la Doctora, mirando de nuevo a mi esposa- dile a ese hombre que, por favor, deje de repetir esa frase. Que a ti te molesta mucho. Ya verás como, con un lenguaje directo, conseguirás que se dé cuenta del fastidio que te produce y deja de decirla.

¡Aleluya! ¡He aquí una mujer sabia! ¡Una mujer que comprende las limitaciones del género masculino! Y fíjate tú si es generosa, que comparte toda su sabiduría con cualquiera que la escuche.

Sí, me emocioné. Que queréis que os diga, no pensaba llegar a escuchar esas palabras surgidas de la boca de una fémina. Yo pensaba que nunca encontraría a una mujer dispuesta a facilitarnos la vida, que siempre esperarían a que adivináramos cómo se sienten con tan sólo fruncir el ceño o, peor aún, con suspirar. Y eso si tenemos la gran suerte de que, directamente, no nos demanden hacer algo cuando realmente esperan que hagamos todo lo contrario.

Ya, si los hombres ya sabemos que os comunicáis así, que, como soléis decir vosotras mismas, sois medio brujas. Pero, ¿tanto costaba llegar a la conclusión de la Doctora?, ¿valieron la pena tantos enfados, sencillamente, porque no somos capaces de intuir todos vuestros anhelos en un levantamiento de ceja?

Por favor, parad esta tortura inútil y evitarnos esas artimañas que no lleva a ninguna parte. Dejadnos claras vuestras intenciones desde un principio. Porque, seguramente ahí, a vuestro lado, hay un hombre estrujándose el cerebro, pretendiendo cumplir unos deseos que no es capaz de dilucidar.

No sé, igual estoy lanzando campanas al vuelo y todo esto queda como una anécdota intrascendente.

Sólo espero que corra la voz entre las mujeres y den un voto de confianza a las sensatas palabras de la Doctora. Y, a ser posible, que no ocurra lo mismo que les sucedió a otros personajes adelantados a su tiempo, que fueron repudiados por sus semejantes y muchos acabaron en la hoguera por herejes.


martes, 6 de mayo de 2014

Liebster Award




Se han hecho de rogar, pero ya están aquí las respuestas prometidas. ¡Ah!, ¿que no sabéis de dónde salen las preguntas? Pues fueron formuladas por Babilonia, una merodeadora que suele perderse por aquí y tuvo la deferencia de concederme un galardón. Aunque, más que un premio, a mi me parece una excusa elegante para sonsacar, cariñosamente, más información sobre los autores de los blogs seleccionados. Y, por supuesto, para que esos autores hablen de sí mismo sin que se les pueda acusar de ególatras. Porque, ya me dirás tú, que clase de premio es este que no te agasajan ni con un sobre de triste mortadela. Pero bueno, en esta ocasión ha coincidido que me cae bien la demandante y que, como a cualquier persona en mi situación, me ha dado la gana de sacar a pasear mi lado más narcisista. Así que no me enrollo más y os dejo con la entrevista.


1. Todos empezamos nuestro blog por distintas razones. Pero… ¿por qué continúas con él?
Supongo que porque aún están vigentes las razones por las que lo empecé. O sea, intentar expresarme mejor con la escritura, plasmar pensamientos en algún sitio para que dejen de ser fugaces y procurar ser algo creativo. Guardo la modesta esperanza de, algún día, releer alguna que otra entrada y encontrar algo que valga la pena. Un atisbo de lucidez entre tanta nadería.

2. ¿Por qué razón dejarías de escribir tu blog?
No necesito una razón para dejarlo, con que me falten razones para continuarlo bastaría. O también por pura desidia, lo cierto es que soy muy propenso a ella.

3. ¿Cuál es tu truco para aguantar bien el día?
Si es para aguantar físicamente bien, mi secreto es hincharme a cafeína a base de coca-cola. La mayoría de personas la sustituiría por café, pero a mi no me gusta. Soy más bien de paladar dulce.
Ahora, si es para aguantar mentalmente, sólo me ayuda a evadirme de los problemas la ingente cantidad de ocio que consumo. Películas, series, música, libros, etc. Y mi carácter despreocupado, claro.

4. ¿Qué tres cosas te llevarías a una isla desierta?
Imagino que me llevaría cosas básicas: fuego, utensilios de pesca y mantas. Con eso, y con intentar sobrevivir, ya andaría suficientemente distraído.
Hay personas que interpretan la pregunta con aires más metafóricos y menos terrenales. Ellos se llevarían libros, familiares, amigos, etc. Pero, como decía Mecano, esa clase de paraíso, a veces yo, lo monto en mi piso.

5. ¿Qué libro de tu infancia crees que te ha marcado más?
Sin duda, el que más me impactó, fue Drácula de Bram Stocker. Aún hoy en día me sigue fascinando. Su narración epistolar (tomada únicamente de diarios personales, cartas, informes, recortes de prensa, etc) es de las más originales que jamás he leído. Y el espíritu de la novela no tiene nada que ver con las múltiples adaptaciones cinematográficas que ha sufrido el texto. Ni tan siquiera la sobrevalorada versión de Francis Ford Coppola se acerca a su esencia.
Además, el libro iba aderezado con unas notas a pie de página que desvelaba las incongruencias del escrito. No porque el autor no se documentara debidamente, sólo aclaraban datos, la mayoría de ellos científicos, que aún no se habían descubierto en 1897, año de su publicación. Vamos, una delicia.

6. ¿A qué personaje histórico te gustaría conocer?
Albert Einstein. Aunque se puede decir que, gracias a una gran multitud de libros y documentales que explican su obra, nos podemos hacer una idea bastante aproximada del personaje.
Y puede que también le hiciera una visita a Jesucristo para contarle en qué ha derivado su doctrina. Igual hasta se lo piensa y lo deja correr.

7. Si pudieras ser un animal, ¿cuál elegirías?
Vaya, yo pensaba que ya era un animal. Aunque si tuviera que escoger otro no tengo ni idea de cual sería. Quizá uno que estuviera muy protegido y muy mimado... ¿Un oso Panda?

8. ¿Escribes fuera de tu blog?
Antes de crear este lugar virtual jamás había escrito nada que no fueran comentarios en foros. Luego, los primeros meses, sólo escribía en el blog, pero ahora siempre escribo con un procesador de textos, aunque prácticamente todo acabe apareciendo por este espacio.
De todas formas, si es a eso a lo que te refieres, guardo algún escrito exageradamente largo que no me atrevo a enseñar por no fatigar al poco personal que merodea por aquí.
También llevo unos meses dándole vueltas a un relato bastante largo de ciencia-ficción que he empezado como cinco o seis veces y nunca he llegado a acabar. Creo que por fin he encontrado el narrador idóneo, aunque puede que lo vuelva a desechar si avanzo con el texto y no me acaba de convencer. En fin, ridículos intentos creativos.

9. Si pudieras tener algún superpoder, ¿cuál elegirías?
Regeneración celular. Vamos, como Lobezno.
El otro día escuché por la radio que, pasados los cincuenta, si te levantas por las mañanas y no te duele algo, significa que estás muerto. Y la verdad es que yo, para esto de hacerse mayor, siempre he sido muy precoz.

10. ¿Cuál es tu juego favorito? (De mesa, videojuego, de ordenador, de patio del recreo, me da igual)
Huy, era una persona muy, muy, muy, pero que muy ociosa. Así, me gustaba practicar cualquier juego o deporte que estimulase la mente y mantuviera un grado de competitividad, pero al sobrepasar los treinta y cinco años, vete tú a saber por qué, di un gran bajón en mis ansias jugonas y ahora sólo me engancho a juegos sencillos que no demanden demasiado esfuerzo. Uno con el que ando liado en mis tiempos muertos es el Candy Crash. Partidas cortas, sencillas y, una vez gastadas las cinco vidas, lo suelto sin preocupaciones.
Eso sí, lo único que no me motiva son las apuestas. Como mucho, algún cupón de la ONCE o alguna Primitiva, aunque tampoco juego casi nunca.

11. ¿Qué lugar del mundo necesitas conocer imperiosamente antes de morir?
Pues no sé si se puede considerar exactamente un lugar del mundo, pero vivir la experiencia de pasar unas cuantas horas en gravedad cero tiene que ser un puntazo.




domingo, 4 de mayo de 2014

Jaimito en el hospital (Versión Extendida)

Hace unos días que me vengo dando cuenta de que este blog está a punto de cumplir un año. Y mi primer sentimiento es de sorpresa, pues no esperaba, a estas alturas, continuar prácticamente con el mismo ánimo de hace un año. Tampoco es que me haga especial ilusión acumular aniversarios ni pretendo darle a este hecho mayor importancia de la que tiene, aunque se me ha ocurrido un ejercicio para conmemorar este día. El planteamiento es muy sencillo: repetir la primera entrada/anécdota, obviando la inauguración, para poder comparar y comprobar mi evolución a la hora de expresarme con la escritura. No sé hasta que punto he progresado, seguramente menos de lo que imagino, pero sí que me he dado cuenta que desarrollo mucho más los pasajes y quizá ordeno algo mejor las ideas. En cualquier caso, AQUÍ dejo el enlace a la entrada original para que cada cual juzgue.




Jaimito en el hospital

Hay gente muy aprensiva con la que no puedes hablar nada sobre experiencias clínicas. Si insistes en profundizar sobre el asunto rápidamente detectas su inquietud, se tornan pálidos y aprovechan la más mínima ocasión para cambiar de tema. Lo entiendo perfectamente. Para la gran mayoría de personas, la visita a un hospital suele estar asociada a vivencias traumáticas causadas por algún accidente o enfermedad de seres cercanos. El sentimiento puede llegar a ser tan intenso que incluso hay quien teme, en caso de inevitable ingreso, no volver a salir vivo de allí.

Sin embargo, a mí me sucede todo lo contrario. Pasear por sus pasillos hace que agudice mis sentidos en busca de alguna historia increíble o algún personaje singular. Esto no quiere decir que me considere una persona macabra ni que disfrute con el dolor ajeno, pero observar gente fuera de su entorno habitual siempre ofrece una visión alternativa, y a menudo muy curiosa, del comportamiento humano.

Muchos os preguntareis cómo mi mente, sin lugar a dudas enfermiza, ha llegado a incluir un ingreso hospitalario dentro de mi lista imaginaria de posibles experiencias interesantes. Pues ni yo mismo me lo explico. Pero es probable que todo este desorden provenga del hilarante encuentro que mantuve en mi primera visita a un hospital.

Todo empezó en una de las peores noches de mi vida. Me acosté con la mano izquierda magullada por culpa de una caída mientras jugaba un partido de fútbol. Yo pensaba que se curaría con unas cuantas horas de descanso y que al día siguiente me la encontraría en mejor estado pero, para mi desgracia, no fue así. Los dolorosos pinchazos que experimentaba, cada vez que intentaba asentar la mano sobre el colchón, no dejaron de atormentarme durante la interminable vigilia. Me conjuré para no molestar a mi madre en toda la noche, a fin de cuentas debía disfrutar de su merecido sueño dominical y el dolor no sería menos intenso por muchos familiares que desvelara, pero nada más ver amanecer ya no pude soportar el sufrimiento y no tuve más remedio que despertarla para que me llevara urgentemente al hospital.

Luego, me acabaría enterando que el causante de mi tortura era un hueso agrietado de la muñeca. El primer percance de salud serio en mi vida.

Entramos por la puerta de urgencias del Hospital del Mar, me tomaron los datos y nos ubicaron en una sala de espera donde, sorprendentemente, apenas tuve que esperar. Nos hicieron pasar a un consultorio para que me examinara un traumatólogo, llegando a la conclusión, sospecho yo que orientándose por el volumen de mis alaridos cuando me trajinaba la mano y la consiguiente mirada asesina que le propinaba, de la imperiosa necesidad de someterme a una radiografía sobre la zona afectada para dictaminar el alcance de la lesión. Así me acompañaron, esta vez sin mi madre, a otra sala donde se apiñaban personas aguardando para su prueba o análisis correspondiente.

Allí, encontrándome cabizbajo, en una habitación acristalada, sin ser capaz de atinar con una postura adecuada que aliviara mis punzadas y rodeado de pacientes con dolencias varias, fue donde lo vi por primera vez.

Calculo que su edad rondaría la treintena. Con un aspecto más bien desaliñado y de estatura menuda, apareció en escena con la fuerza de...

Lo cierto es que podría intentar describir al hombre con interminables reseñas y detalles, pero resultaría del todo innecesario, porque el personaje ya existe. Era exactamente igual a Jaimito. Pero pensareis que Jaimito es un sujeto ficticio que habita en los chistes; un estereotipo de niño insolente y travieso. Entonces, ¿cómo puedo saber qué aspecto tiene Jaimito?

Para explicarme mejor detendré por un momento esta anécdota y recordaré que todo esto sucedió hace algo más de veinte años. Seguro que muchos de vosotros recordareis que, por aquella época, nuestros televisores sintonizaban los primeros pasos de las cadenas privadas. Hablo concretamente de tele cinco.

Esta cadena provenía de Italia y, ante la falta de infraestructuras autóctonas en esos días primerizos, aprovechaban numerosos contenidos creados en su país de origen para rellenar diariamente su parrilla televisiva. Muchas veces de ínfima calidad, pero imagino que les saldría muy barato y les sacaba del apuro hasta que llegara la fecha en que productoras españolas desarrollaran programación original y exclusiva que les nutriese. Así, tele cinco, asomaba por una pequeña ventana de nuestro salón para mostrar algo de la cultura popular italiana.

Entre el ecléctico batiborrillo que configuraban los Pressing Catch, Humor Amarillo y las Mama Chicho, de vez en cuando emitían películas que protagonizaba Jaimito (Pierino para los italianos), interpretado por Alvaro Vitali, quien decora el encabezado de esta entrada con su más que dudosa belleza. Pero la persona que vi no solamente compartía ese peculiar rostro con el actor. El hombre que había aparecido ante mis ojos se expresaba con tal histrionismo y timbre de voz que la asociación en mi mente fue tan inmediata como inevitable.

Y con este pequeño inciso de cómo adopté los rasgos de este cómico para ponerle cara a Jaimito, podemos continuar con la historieta.

Pues, como iba diciendo, el enfermero (o sea, Jaimito) apareció cuando más decaído me encontraba. Sin duda atesoraba un espíritu servicial que le hacía destacar sobre el resto de practicantes, cualidad que procuraba mostrar a la más mínima ocasión para intentar ganarse la confianza de los pacientes. Por eso mismo, en cuanto vio aparecer la camilla portando a la desfallecida abuela, tardó menos de un pestañeo en colocarse a la altura de su cintura para socorrerla en lo que estuviera en sus manos.

 - ¡Hay Dios mío, que dolor! ¡Hay Dios mío, que mal estoy! -gimoteaba la mujer sin descanso.

Ver sufrir a una señora, gritando al viento sus males mientras estrujaba su bolso, era suficiente incentivo para captar la atención del enfermero más generoso del hospital, faltándole tiempo para ofrecer sus servicios.

 - No se preocupe señora -dijo Jaimito con una voz tan firme como caballerosa- Deme el bolso, que yo se lo guardo.

La mujer no se dio por aludida ante el amable ofrecimiento de Jaimito, pues sus sentidos estaban totalmente volcados en demandar la misericordia de Dios, ruegos que remarcaba con la mirada perdida hacia el cielo cuando no cerraba los ojos o los ponía en blanco. Así que, para evitar que las súplicas cayesen en olvido, continuó con su fatigoso sermón, ignorando la ayuda del enfermero.

- ¡Hay Dios mío, que dolor! ¡Hay Dios mío, que mal estoy!
- ¡Señora! -insistió con más energía Jaimito- Usted déjeme el bolso que enseguida la atienden.

Pero la señora no prestaba atención a nadie y continuaba apostando por la compasión del Todopoderoso.

- ¡Hay Dios mío, que dolor! ¡Hay Dios mío, que mal estoy!

Jaimito, impaciente por demostrar al mundo su indiscriminado altruismo, decidió agarrar el bolso a la mujer y se permitió el gesto de estirarlo suavemente para hacer notar su presencia sobre la paciente.

- Suelte, señora. No se preocupe, yo se lo guardo.

La mujer, que no estaría tan mal cuando se aferraba al bolso con más fuerza que un mejillón a su roca, se vio sorprendida por la pequeña sacudida y dejó de mirar al infinito para dedicar una mueca de estupor al enfermero.

- ¿Pero qué haces? ¡Suelta mi bolso, cabrón!
- Señora, suelte el bolso.-ordenó Jaimito.

En ese preciso instante, se esfumó por completo tanto la fragilidad de la mujer como la amabilidad de Jaimito. El enzarzamiento que presencié, encarnado con tirones, patadas y puñetazos, y aderezado con un sinfín de insultos, ha sido el combate más nivelado que yo pueda recordar en mi vida. En el hipotético caso de estar obligado a declarar un vencedor, necesitaría toda la sabiduría de un juez de lucha libre para dirimir el encuentro. Y, aún así, no estoy seguro de ser capaz.

De hecho, tuvieron que separarlos las enfermeras cuando ya se lanzaban dentelladas, no sin antes dedicarse mutuamente unas últimas palabras de, por decirlo educadamente, desapego.

- ¡Ladrón! ¡Hijo de puta! -gritó la mujer.
- ¡Guarra! ¡Puta! -replicó Jaimito.

Yo, por mi parte, había olvidado por completo mi calvario y me retorcía, esta vez de risa, en el asiento.

La escenografía, el vestuario, el tempo, la comicidad; todo había sido sublime. Si se trataba de una representación, destinada a aliviar el sufrimiento de los espectadores, la habían ejecutado a la perfección.

Aún andaba ocupado en recuperar el aliento, cuando Jaimito reapareció en escena para comenzar con su siguiente número.

Empujaba una silla de ruedas con la que transportaba a otra mujer, al menos diez años mayor que la anterior, desde el pasillo de admisión. Seguramente ya habría sido visitada por un Doctor, porque se dirigió directamente hacia nuestra sala para depositarla en uno de los asientos.

Al contrario que la anterior paciente, nadie hubiera imaginado que aquella abuela llegara a poner en aprietos a nuestro desprendido enfermero, pues su estado era tan dócil y somnoliento como el de un bebé tras la toma de su biberón. Aunque, si pasáramos por alto la edad, la mayor diferencia entre un recién nacido y la mujer sería de tamaño y peso. Y precisamente eso es lo que fue a comprobar Jaimito.

He de intuir que la silla de ruedas ya estaba destinada a cubrir otras necesidades, porque no entiendo qué llevó a nuestro enfermero a intentar la proeza de levantar, él solo y a peso, a la abuela semi-inconsciente y no dejarla descansar, como ya sucedía con otros pacientes de la sala, en su silla de ruedas. Pero Jaimito era así. No había tarea, por espinosa que fuera, que se resistiese a su entusiasmo y devoción.

Abrazó a la mujer deslizando los brazos bajo sus axilas y, cuando ya los tenía asegurados tras su espalda, empujó hacia arriba con todas sus energías. El esfuerzo fue enorme, hecho que todos los presentes pudimos constatar al ver como le subían los colores a la cara, no pudiendo dar más de dos pasos antes de soltarla cariñosamente en el asiento más cercano. Ese fue su primer error, pues la depositó justo delante de los interruptores de la luz que iluminaba la sala.

La mujer, aún encontrándose sentada, ponía tan poco de su parte que no lograba la estabilidad suficiente para mantenerse erguida por sí sola, lo que provocaba que se balanceara en su asiento, apagando y encendiendo los fluorescentes cada vez que su espalda chocaba contra la pared.

Jaimito se percató al instante de la psicodélica iluminación que provocaba el entuerto y, como era de esperar, su integridad no le permitía abandonar a pacientes en una sala con riesgo de provocar ataques epilépticos. Así que, sin más dilación, pasó el brazo derecho por la espalda de la errática mujer para acomodarla mejor a fin de evitarnos la molestia. Con tan mala suerte que colocó la mano entre el respaldo del sillín y la pared. Ese fue su segundo error, pues el constante bamboleo de la rolliza abuela acabó por aplastarle los dedos.

 - ¡Ostia puta! -gritó Jaimito, justo antes de salir corriendo por la puerta.

Y allí nos dejó, con una luz que iba y venía según las oscilaciones de la mujer, y con la mayoría de personas tronchándose de risa.

Tuvimos que esperar unos minutos hasta ver reaparecer a Jaimito por allí. Yo mismo pensé que ya habría tenido suficiente con la mano lastimada y que andaría con un médico para curarse del percance, pero me equivocaba y , como dice el dicho, no hay dos sin tres. En el fondo todos sabíamos que Jaimito era tan escrupulosamente cumplidor que jamás llevaría la contraria al refranero español. Su inquebrantable voluntad podía tomarse un descanso, pero no se iba a doblegar por dos insignificantes adversidades.

Durante esa tregua temporal que dedicó, supongo yo, a reponerse, la sala se fue vaciando sin la ayuda de nuestro querido enfermero. La mayoría de los pacientes se dirigieron a sus respectivas pruebas acompañados por una enfermera, pero hubo uno en concreto que fue reclamado por los altavoces. El hombre, que curiosamente descansaba sobre una silla de ruedas, no vio que nadie viniera a buscarle, por lo que decidió salir él mismo por la puerta sin esperar indicaciones. Se trataba de una persona débil, extremadamente delgada, aunque no superaba los cincuenta años, así que su empuje fue lento y dificultoso, casi a cámara lenta.

Observé como avanzaba hacia el pasillo pero, cuando ya tenía medio cuerpo fuera de la sala, se le trabó la rueda trasera en la puerta de cristal, deteniendo su salida. El hombre, con toda la parsimonia del mundo, detectó el punto donde la goma no cedía y empujó la rueda con más fuerza para desencallarla. Al tercer intento lo consiguió, pero el esfuerzo, además de liberar la rueda, logró ser lo suficientemente enérgico como para desprender el inmovilizador de la puerta. Esta, se fue cerrando tras su paso y así quedó.

Veinte segundos más tarde apareció por el pasillo Jaimito, totalmente repuesto de sus males y con el coraje renovado. Sin duda venía dispuesto a ser el acompañante del hombre que había salido por la puerta momentos antes, por eso mismo atravesó el umbral con la determinación de quien sabe que no hay nada ni nadie que se pueda interponer entre él y su deber. O, al menos, eso creyó.

El testarazo que le propinó a la transparente puerta fue brutal. El cristal vibró con tanta violencia que hasta la señora antes mencionada, y que continuaba dormitando junto a la puerta, despertó alarmada.

 - ¡Joder! ¡Ostia puta! ¿Pero quién cojones ha cerrado la puerta? -bramó al viento Jaimito.

Y se dio la vuelta para desaparecer por donde había venido.

He de confesar que viví uno de los momentos más peligrosos en mi vida, pues estuve a punto de morirme de risa. Cada espasmo, cada carcajada, era replicada por mi cuerpo con un intenso dolor en mi maltrecha mano pero, aún así, me era imposible parar de reír.

Sentí una profunda pena cuando, cinco minutos más tarde, fui reclamado por un enfermero para acudir a la sala de rayos X, pues intuía que con esa última prueba acabaría la función y no volvería a ver a Jaimito. Y así fue. Tras confirmar mi lesión, me decoraron el brazo con una pálida escayola y me devolvieron junto a mi ya impaciente madre.

Dudo mucho que de esta experiencia aprendiera algo más instructivo que a no tenerle miedo a los hospitales; coraje, por otra parte, que siempre deberé agradecer a Jaimito. Pero si algo tengo claro, y que lo sepáis si algún día me encontráis en esa tesitura, es que en caso de sufrir algún percance quiero ser examinado por un Doctor de guardia del Hospital del Mar. Con un poco de suerte vuelvo a encontrarme con mi admirado enfermero y puedo saludarlo. Y quién sabe, igual hasta interpreta un nuevo número para mí.