martes, 30 de julio de 2013

Esto es un atraco


He decidido intentar, en la medida de lo posible, alternar en el blog una entrada de pensamientos, anécdotas o divagaciones con otra de alguna gili-historieta que se me ocurra. Esta decisión la he tomado porque a mi mujer le gustan más los escritos personales y, ante esa evidencia, no puedo más que otorgar. Y, vamos, que tampoco me llegan oleadas de mensajes pidiendo lo contrario. Así que, este atraco, es una vivencia real.

Para contar esta historia me tengo que remontar a mis años de estudiante de BUP, cuando a penas contábamos con quince años. Y hablo en plural porque aquí entra en escena Chiqui, mi inseparable amigo de la infancia. Él era, y digo era porque hace mucho que no sé nada de su vida, todo un personaje que destacaba por su ingenio e inventiva. Bueno, y también por su gandulería, aunque es una caracteristica que tambien me puedo atribuir yo, eso sí, en menor grado. Pero él era tan vago que sería capaz de ganar un concurso de holgazanería por incomparecencia. De echo los profesores nos  decían que pertenecíamos al club de "las manos en los bolsillos" por nuestra afición a ir al instituto sin libros ni libretas. Aunque para esta historia me quedaré con su agudeza mental.

Vino a buscarme a casa, como hacía cada día y porque le venía de paso, para ir al colegio. Siempre hacíamos la misma ruta a la misma hora y ese día no fue una excepción. Cruzamos la calle Alfonso el Magnánimo, llegamos a la Rambla Prim y, justo antes de poder atraversarla, nos cerró el paso un furgón blindado. De su interior, y por la puerta trasera, saltó un guardia de seguridad que, con aire distraído, fue a comentar algo al compañero que aguardaba en la entrada de la sede bancaria, dejando la puerta del vehículo abierta.

Pues bien. En ese preciso momento, Chiqui, tuvo un momento de inconsciente lucidez. Imaginó el atraco al furgón blindado y, como si lo estuviera llevando a cabo y dándonos la señal de asalto, chilló ¡¡AHORA!!, acompañando el grito con un gesto de abalanzamiento hacia la puerta abierta del, hasta hacía pocos segundos, inexpugnable vehículo. El guardia se dio la vuelta y, al ver el percal, se sintió totalmente vendido. Más aún. Regalado ante las facilidades que había ofrecido en un barrio al que, claramente, se podía calificar de conflictivo.

Bien es cierto que para nosotros todo quedó ahí; Atracus Interruptus. Solo fue una oportunidad única donde escenificar un robo que tantas veces habíamos visto en televisión; un juego donde le habíamos gastado una broma a un trabajador descuidado. Pero el susto que se llevó el pobre hombre le quitó, al menos, diez años de vida. No lo puedo asegurar pero es posible que, por el gesto de su cara, realmente llegara a cagarse encima. Vamos que, si se sacaba el calzoncillo, lo más seguro es que se lo despegara como el papel de una magdalena.

Ya marchábamos camino al instituto cuando el semi-desmayado guarda recobró la pigmentación inicial y, recuperando fuerzas, nos empezó a insultar y gritar para, seguramente, desahogar la frustración de haber sido vencido por unos niñatos. Incluso creo recordar que nos lanzó una piedra que pudimos esquivar sin esfuerzo gracias a la gran distancia que ya nos separaba. Nos pareció una réplica intolerable y un dañino ejemplo, de mal perdedor, por parte de un adulto.


miércoles, 24 de julio de 2013

Cirugía estética


 - ¿Señora?, ¿está despierta señora? -preguntó la enfermera. - No se preocupe -dijo mirando al marido- en un rato se encontrará mejor.
Repasó los conectores del suero, el calmante y abandonó la habitación.

Había ingresado el día anterior para someterse a una cervicoplastia o, lo que viene siendo lo mismo, eliminación de papada. El origen, según el médico, de su dolencia era la intensa dedicación que profesaba a su trabajo: catadora de vinos. Parece ser que el airear tanto líquido en boca, más el maceramiento producido por el alcohol, le había provocado lo que el Doctor denominaba "Síndrome del Pelícano" o, lo que viene siendo lo mismo, desarrollo desmesurado de papada.
Ya pensaba con claridad y lo primero que pidió a su marido fue su bolso. Ya está, seguro que twuittea, whatsapea y facebookea, pensó el hombre. Aunque no fue capaz de decírselo, no quería empezar a discutir tras la intervención. Pero, para su grata sorpresa, lo que la mujer sacó del capazo fue un espejo de mano. Se echó un vistazo desde todos los ángulos posibles y, tras guardar el pedazo de cristal, sonrió gozosamente. La alforja colgante que decoraba su mentón había desaparecido.

 - Cariño -dijo con cara de felicidad- Ayúdame a levantarme, tengo que ir al lavabo.

Pero, ¿por qué sentía que le pesaban las piernas? ¿Acaso era un efecto secundario de la operación? Daba igual, las ganas de hacer pis ganaban a su curiosidad cuando se destapó. Y entonces las vio. Sus piernas, enormes, como de elefante. Y, claro, encolerizó.

 - ¡Doctor, doctor! -gritó hacia la puerta- ¡Que me ha hecho doctor!

Entró corriendo el Doctor, asustado.

 - ¿Qué le pasa señora?
 - ¡¿Pero me ha visto Doctor?!

Le echó un vistazo.

 - Está perfecta, tal como me pidió. Ya no hay papada.
 - ¡¡Pero, Doctor!!, ¡¡las piernas!!
 - ¡Ah!, si. Eso se lo tiene que agradecer a su marido.
 - ¡¿Mi marido?! -dijo la mujer clavando la mirada en el esposo.

El hombre cambió tan rápido de color que cualquier científico hubiera creído que su ADN poseía alguna traza de iguana.

 - Si -dijo el Doctor- Me comentó, cuando usted ya estaba anestesiada, que le haría mucha ilusión eliminar también esas dichosas patas de gallo que tan acomplejada la tenían.
 - Pe... Pero Doctor. Yo me refería a la comisura de los ojos... -dijo el esposo intentando excusarse.
 - ¡No, no! Usted me dijo "esas patas de gallo" mirándose las piernas, lo recuerdo perfectamente.
 - Verá Doctor. Es que soy muy vergonzoso y casi nunca miro a los ojos, pero... yo... me refería a los ojos...









martes, 23 de julio de 2013

Colegas



Suelo ser un chico con iniciativa propia y seguro de mi mismo, pero de vez en cuando necesito un consejo de alguien, con más experiencia en la vida y fuera de mi círculo familiar, para tomar alguna decisión. Por suerte me encontré, en la cafetería más concurrida del vecindario, acompañado por dos de mis más ociosos y populares compañeros de estudios: "El Cebolla" y "El Lechuga", paradójicamente la pareja menos cultivada de La Tierra. Pero sé lo que estáis pensando... ¿Cómo llega uno a poseer esos apodos tan flipantes?

Para "El Cebolla" fue una transición muy simple (o no). Su verdadero nombre es Sebastián pero, siendo muy pequeño, sus hermanos le empezaron a llamar Sebas por abreviar. Unos años más tarde acabó estudiando en un colegio donde la mayoría de los niños eran de habla catalana por lo que, por similitud fonética, le tradujeron su ya recortado nombre a Cebes (cebollas en catalán); pero al acabar aterrizando, ya en el instituto, en un barrio donde a penas se escuchaba esa lengua, se volvió a traducir al castellano quedando tal y como es ahora. En cambio, para mi compadre "El Lechuga", su mote fue única y exclusivamente adjudicado por la similitud de sus greñas heavys a la hortaliza. En fin, que aquí, por una u otra razón, todos tenemos sobrenombre; sin él no eres nadie. Pero a lo que iba. Necesitaba la ayuda de mis congéneres y se me ocurrió preguntar.

 - Hey colegas, tengo un problema.
 - Dispara! -me dijeron, haciendo el gesto de desenfundar, con el tono de voz más cool posible.
 - Es que me gusta mucho Nuria y no sé como decírselo.
 - Pues sé tu mismo -dijo "El Cebolla". A lo que "El Lechuga" añadió- Si, tío. Hazlo de la primera forma que se te ocurra -.

¿Yo mismo?. Pues, siendo yo mismo, había pensado en preguntar a los chicos más carismáticos del barrio la mejor manera de hacerlo. Y, la primera forma que se me ocurrió, fue invitarles a una horchata para que me aconsejaran con sus dotes de gente. ¿Dejo de ser yo mismo por pedir consejo cuando, precisamente por ser una persona receptiva, lo primero que hago es escuchar otras opiniones?

No sé, me dió la sensación de que escabullían el bulto y no querían arriesgar con la respuesta. Puede que quisieran guardar el secreto que llevaba a todas las chicas a suspirar por sus huesos. Lo cierto es que esperaba, dada su reputación de seductores, una respuesta algo más elaborada. Pero me quedé con las ganas. Bueno, nunca los he visto con una chica pero, por las historias que cuentan, seguro que es por culpa de la cuidada discreción que emplean en sus relaciones.
El caso es que si me planto delante de una chica, sin un mínimo guión, para explicarle mis sentimientos, lo más seguro es que vomite algún sonido inconexo parecido a un balbuceo tartamudeado. Y yo no soy así. ¿O si soy así?. ¡No quiero ser así!

Luego tengo el consejo de mi hermana, que es cinco años mayor. Me comentó que debía perder ese respeto y veneración por las chicas, que nadie es mejor que nadie y que, cualquier muchacha que no fuera capaz de valorar a un chico como yo, no me merecía. Todas estas palabras me ayudan a tener seguridad y amor propio, aunque la única pega es que vinieron de ella y ¿quién hace caso a una hermana empollona y universitaria cuando puedo tener la opinión de los dos tios más guays de clase?. Lástima que mis colegas no sean capaces de soltar esa clase de frases. Aunque, si hago caso a mi hermana, "¿qué se puede esperar del duo ensalada?".








miércoles, 17 de julio de 2013

La torre de mi abuela



Ahora que se acercan las vacaciones, y aún no tengo claro si pararé de trabajar (al menos) una semana, me ha invadido la melancolía. Nostalgia por no tener los suficientes días de vacaciones como para llegar a aburrirme. Es un drama que arrastro desde que dejé de tener tres meses de recreo por parón escolar a, solo, dos semanas festivas por no dejar un mes sin facturar (es la maldición del autónomo). Reconozco que el cambio fue demasiado drástico.

El recuerdo que me viene a la cabeza es el lugar donde más he veraneado en mi niñez. Sin duda fue en la torre de mis abuelos (actualmente solo abuela), situada en la comarca del Penedés. Por torre me refiero a una casa funcional, construida con sus propias manos; un terreno donde cultivaban toda clase de frutas y verduras; y un corral donde habitaban gallinas, conejos y herramientas para labrar. Visitar esa segunda vivienda era la forma que tenían mis ancestros de pasar un fin de  semana feliz. Les daba la oportunidad de salir de la ciudad y, seguramente, disfrutaban trabajando la tierra de la misma forma en que lo hicieran, años atrás, en sus respectivos pueblos.

Para mi era como un destierro. Me llevaban a un lugar apartado de la civilización, junto con mi hermana, donde no había distracción para niños y nadie nos entretenía. Ahora puedo entender que tampoco los adultos buscaban diversión, solo la satisfacción de recolectar sus propios productos para poder alimentarse de la tierra. Reconozco que era una sensación que pocos urbanitas han podido experimentar. Ir en busca de una lechuga, una escarola, unos tomates, un par de cebollas y unos rábanos para, tras un buen enjuague, construir una ensalada en tiempo real no tiene precio.

Allí aprendí a diferenciar un peral de un manzano, un cerezo de una higuera, o una encina de un almendro; a escarbar con una azada para extraer patatas; a recoger las mejores fresas, ciruelas o nísperos. Y ese sabor .. Mmmm... Sé, con toda seguridad, que jamás volveré a probar unas frutas tan jugosas y unas verduras tan potentes. Ahora las fruterías anteponen el aspecto al sabor. Siempre recordaré el sermón que nos soltaba mi abuela cada vez que desechábamos una manzana picoteada o mordida por algún gusano: "Seguro que esta es la mejor. A ver si os creéis que el gusano es tonto; pudiendo elegir entre todas las del árbol siempre irá a por la más buena."

He esquivado gallinas (de mirada asesina) para robarles los huevos, di de comer a los conejos y saqué agua de un pozo. También aprendí que los alimentos se pueden encontrar, sin necesidad de cultivar, solo paseando por el monte. Sé reconocer tomillo, romero o hinojo. He "cazado" caracoles tras una buena tormenta de verano y he recolectado moras y espárragos trigueros de la vera de los caminos. Incluso hemos "tomado prestado" algún que otro racimo de uva de los campos colindantes, pertenecientes a Freixenet.

Estas enseñanzas, que no se aprenden en la escuela, me parecen imposibles hoy en día. Poca gente se compra un terreno para cultivar nada. Las segundas viviendas se utilizan para instalar una piscina y disfrutar en una casa con jardín y barbacoa, cosa nada reprochable. Eran otros tiempos y otra cultura del esfuerzo, las palizas que se dieron mis abuelos no se las recomiendo a nadie. Pero ese era su sueño, incluido el ver corretear a sus hijos y nietos por allí, y se dejaron media vida en él.

Hoy a penas queda algo de esa tierra fértil (aún crece alguna acelga silvestre) que daba para alimentar a varias familias. Mi abuela está demasiado mayor (94 años) para arar un huerto infestado de malas hierbas o subirse a un árbol y, la vivienda, está semi-abandonada. Ya no nos pide que la acerquemos porque no se ve con energías y ha intentado, sin éxito, delegar la propiedad en favor de algún hijo/a para que se mantenga en pie. El proyecto de mi abuela se diluye con sus fuerzas y ya nadie sabe qué hacer con la torre; aunque lo que veo en sus ojos no es tristeza, sino resignación. No esperaba que el sueño de unos padres fuese la pesadilla de sus hijos. Pero también tiene su lógica: los sueños son personales e intransferibles y, normalmente, no se pueden (ni deben) heredar.

Foto aérea de la torre




viernes, 12 de julio de 2013

Altas expectativas



Lo reconozco y lo admito, tengo un problema de ira descontrolada y agresividad.
Lo reconozco y lo asumo, tengo un problema de ira descontrolada y agresividad.
Y lo vuelvo a reconocer y aceptar, tengo un problema de ira descontrolada y agresividad.

Este es un ejercicio de relajación y autocrítica para, según mi psiquiatra, empezar con buen pie mi recuperación. Parece un hombre sabio. Habla con la seguridad y parsimonia del que ha visto mucho mundo o, en su caso, mucho loco. Me comentó que, estudiando mis movimientos y respuestas objetivamente, el principal causante de mi irritabilidad eran las altas expectativas que yo mismo creaba.
  -Toma, como una herramienta, la posibilidad de rebajar las expectativas -me dijo- y así no te sentirás tan frustrado. Seguro que en unos días mejora tu humor-. Así de simple.

Me parecía increíble que alguien creyera que me podía ayudar, simplemente, con una frase tan sencilla. Me estaba empezando a mosquear con el Doctor al ver la celeridad con la que acabó mi sesión, no sin antes haberse embolsado 150€ por esos paupérrimos minutos, pero rápidamente me di cuenta que algo de razón llevaba. Había entrado en su consulta sin esperanzas ni expectativas; y salía con una herramienta (metafórica, eso sí) que podía acercarme a la cordura. Y me fui satisfecho, como hacía tiempo que no ocurría.

Entré en el metro y noté que mis pensamientos se nublaban de nuevo al empezar a oler el rancio aroma del andén, pero ataqué con mi nueva arma.
  -Seguro  que, con esta tarde tan calurosa, me toca un vagón sin aire acondicionado -susurré en voz alta. Pero entré en el menos transitado y con mejor temperatura de cuantos había montado jamás. Se estaba tan a gusto que ni el acordeonista, que vaga por los vagones cada tarde pidiendo limosna, se movió en todo el trayecto.

Al llegar a mi barrio recordé que necesitaba pan para cenar y, como ya era tarde, utilicé mi nuevo truco para entrar en la panadería.
  -Seguro que ya no queda ni una miserable baguette y acabo cenando con pan de molde -me dije.
Asombrosamente me funcionó de nuevo. Cuando todo parecía perdido me pude llevar a casa la última barra de pan de chapata que quedaba en todo el vecindario. Pero, por desgracia, no acabó ahí la cosa.

Subí a mi apartamento dispuesto a poner a prueba mis nuevos conocimientos y enfrenté el método a una prueba realmente difícil.
  -Seguro que pongo la tele y están dando una mierda de programa -y el método falló. No solo era más bodrio de lo imaginado sino que lo alargaron, con interminables cortes publicitarios, hasta bien entrada la madrugada.

Y ahí, en ese estado de vigilia, he tenido una revelación. Ahora, entre menosprecios, insultos y gritos televisivos, me he dado cuenta que tampoco había sido un día tan bueno.
Durante el viaje en metro fui sentado y con buen clima, pero tuve que aguantar durante todo el trayecto la odiosa melodía de los pajaritos a manos del peor acordeonista del mundo. Es cierto que encontré pan, pero aún me sangran las encías por roer la granítica corteza de la chapata y, encima, completo mi desastroso día con esta bazofia de programa.¡¡Estos malditos tertulianos sacan lo peor de mi!!

Lo reconozco y lo admito,tengo un problema de ira descontrolada y agresividad.
Lo reconozco y lo asumo,  tengo un problema de ira descontrolada y agresividad.
Y lo vuelvo a aceptar y a reconocer, tengo un problema de ira descontrolada y agresividad.

No pasa nada. Ahora que me he tranquilizado, y puedo mirar el problema con objetividad, me he dado cuenta que la herramienta que me dio el Doctor no era lo suficientemente poderosa, para según que casos, y he terminado por frustrarme. Mañana iré dócilmente a la consulta. Pero, sobre todo, con unas bajas expectativas. Y comunicaré, con palabras educadas y sosegadas, al experto en psicología que no me ha acabado de funcionar la fórmula. Así, si empiezo a insultarle y acabo hinchándolo a hostias, saldré más contento y feliz. Sin frustraciones. 




martes, 9 de julio de 2013

¿Eres tú?




Esta mañana le he enseñado el blog a mi mujer y esta ha sido su primera impresión:
  - ¿Eres tú?
  - Claro que soy yo, ¿no me has visto escribirlo?
  - Es que no lo pareces, tú no hablas así.

Y tiene toda la razón, es difícil reconocerme. Está claro que son mis pensamientos, ocurrencias o desvaríos, pero su confusión viene por la forma en que los expreso. Soy una persona extremadamente tímida, casi catatónica, y lo primero que sorprende es que haya escogido un medio con tantas posibilidades como este. Si tuviera que escribir igual que hablo la herramienta elegida sería Twitter, y aún me sobrarían letras.

Imaginemos, por hacer un símil, que nos encontramos en el metro a Bono, el cantante de U2, interpretando una de sus canciones con tan solo una pandereta y una careta para salvaguardar su anonimato. ¿Alguien le reconocería?. Pues mi habla es como esa pandereta, pero descompasada. Con esto tampoco quiero dar a entender que lo que escribo tiene la poesía de una canción, pero, a pesar de mis pocos conocimientos y limitaciones, supera sobradamente a mi expresión oral.

Alguna vez me he preguntado si los escritores hablan igual que escriben, aunque no lo creo. No me imagino a un poeta hablando todo el día en rima ni a un novelista describiendo detalladamente todos los lugares que recorre. Y espero, por el bien de sus familiares y amigos, que no sea así. Menudos plastas serían.

Lo que me fascina es que alguien, al conocerme solo por mis escritos, crea que hablo con soltura y no sea capaz de asimilarme en persona. Ya me ha pasado alguna vez que me he citado con algún amiguete de algún foro y, por la expresión de su cara, han quedado bastante sorprendidos. Pero tranquilos, a la que cojo confianza mejora mi fluidez y, si me esfuerzo, puedo juntar hasta cuatro palabras.

Solo espero no asustar a mi mujer con estos disparates, aunque probablemente me tenga más calado de lo que pienso. Seguro que entiende que todo esto es un medio más que utilizo para jugar. Junto ideas, asocio conceptos y, luego, los intento escribir de la mejor forma. Más tarde lo releo, elimino frases o párrafos, si no me gusta le intento dar otro sentido y hasta desecho o reformulo pensamientos. Busco sinónimos para no cansar al posible lector y, con un poco de suerte, alguien lo lee y hasta puede que le distraiga. En definitiva, que cuando se creó la frase "Es más feliz que un tonto con un lápiz" se referían a mi.

jueves, 4 de julio de 2013

El cuento del economista



Buenos días pequeñuelos, estoy encantada de estar aquí con todos vosotros. Quiero explicaros un bonito cuento que escuché por la radio en boca de un economista. Y todos vosotros, niños, os preguntareis:¿cómo es posible que un economista sea capaz de eso?. Pues muy sencillo amiguitos, es economista y profesor. Y los profesores suelen tener la facultad de explicar de forma sencilla lo que, a menudo, suele ser complicado. Tened presente que este cuento hoy va a salir de mis labios y yo no soy ni economista ni profesora y, es posible, que lo altere un poco por mi torpeza al recitar o porque no recuerde exactamente todos los pasajes. Pero si tenéis alguna duda solo tenéis que decirlo. Por mi parte intentaré leer lo mejor que pueda, pero no me entretengo más.

Erase una vez que se era -¿que he empezado muy repetitivo?, pues no me lo parece- un pueblecito costero azotado por una tremenda crisis. En aquel lugar de neblina vivían, agobiados por las deudas, un panadero, un sastre, un hotelero y una programadora informática acreditada en competencias de tecnologías de la información y la comunicación -No, no es metedura de pata. Es que he leído, no sé donde, que para que un escrito sea literatura ha de ser complicado de leer en voz alta, y este relato bien lo merece-. Siempre habían sido muy amigos, pero desde la llegada de la dichosa crisis no se podían ver. El motivo del distanciamiento eran las cantidades que se adeudaban entre ellos, concretamente 20€.

Pero una brillante y soleada mañana de primavera llegó al pueblo un banquero que andaba de vacaciones por la provincia. El pobre hombre, que no tenía donde dormir, quiso ver las habitaciones que ofertaba el hotelero para resguardarse de la lluvia -ya lo sé, pero el tiempo en primavera es muy traicionero-. El posadero aceptó gustosamente con una sola condición: debía dejar 20€ como depósito. Y el banquero aceptó.

Mientras el visitante inspeccionaba el acogedor albergue, nuestro hotelero aprovechó el tiempo y fue a visitar a la programadora informática acreditada en competencias de tecnologías de la información y la comunicación. Hacía un mes que su antigua amiga le había ayudado a montar una página web y no pudo pagarle por sus servicios, pero ahora tenía en sus manos, justamente, la cantidad  que necesitaba para quedar en paz con la programadora informática acreditada en competencias de tecnologías de la información y la comunicación -vale, vale. Nombrarla tres veces, y morderme por segunda vez la lengua, me ha bastado para darme cuenta que me ha quedado un pelín largo-. Y así lo hizo.

La experta en informática -¿así?, vale- recordó la última vez que había visitado a su viejo amigo el panadero. Ocurrió hacía una semana y fue para comprar una coca en la víspera de San Juan -ya, ya sé que estábamos en primavera y San Juan cae en verano, pero...... ¡Dejarme en paz!-. No pudo pagar en el momento de recoger el dulce pero le prometió que, en cuanto tuviera 20€, volvería para saldar la cuenta. Casualmente era la misma cantidad de dinero que le acababan de dar, por el trabajo realizado hacía unas semanas, y se acercó al horno para abonar la deuda.

El panadero se puso muy contento al ver que su vecina no se había olvidado de él y, rápidamente, quiso hacer lo mismo con su amigo del alma; el hotelero. A este le debía el mismo dinero desde que se llevó, una tarde, a su novia al hotel para echar un... -ejem...- una siesta. Una vez efectuado el reembolso, y ya de regreso a su panadería, apareció por el ascensor el banquero con cara de pocos amigos. Le había encantado la alcoba que había visitado, pero no le convencía el extraño clima y las fechas tan cambiantes del lugar -¡veis como yo tenía razón! ¡¡Eh!! ¡¡¡Lo veis ahora!!!... Niñatos...- y pidió que le devolvieran los 20€ para poder marcharse. Y así sucedió.

Fue una pena para el pueblo perder al único turista pero, gracias a la paga y señal temporal que dejó al hotelero, se pudieron saldar todas las cuentas pendientes. Y todos finalizaron el día más felices, al no tener deudas, y comieron perdices -¡ya sé que no tenían ni un euro!,  pero les invitó a las perdices el banquero. ¿Vale?-. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Entonces, niños. ¿Qué hemos aprendido con esta historia?. Ya, ya sé que yo no he aprendido a recitar, ¡¡pero se trata de si habéis entendido algo vosotros!!.
Ahora, que de algo si me ha servido. ¡El próximo cuento me voy a contarlo a un asilo!. ¡¡Crueles!! ¡¡¡Más que crueles!!!