martes, 28 de febrero de 2017

La conferencia



Si de algo se me puede acusar es de escribir continuamente sobre tonterías. Lo sé y lo admito, soy culpable. Pero en mi defensa diré que solo trato de buscar el lado amable de las cosas. Sin embargo, como persona normal y corriente que soy, también tengo mis días circunspectos*. Lo que me parece más extraño, y hasta podríamos catalogarlo de novedoso, es que me dé por escribir un minicuento cuando me pongo tan serio. Aunque, eso sí, para no perder la costumbre, no me acaba de convencer el título. Por eso, y por continuar con la tradición, estoy abierto a cualquier sugerencia. En fin, que sea leve.

* Me encanta poder introducir esta palabreja y que no quede demasiado rara.


La conferencia



          No sabía ni cuantos minutos llevaba sentada en aquel auditorio, rodeada de desconocidos, sin escuchar hablar a nadie. Doña Encarnación estaba agotando su paciencia. Se removió en su asiento y miró con cortesía a su vecino de palco (un joven veinteañero que le respondió con una afectuosa sonrisa); luego soltó un bufido de irritación. La sala continuó anclada en un silencio expectante.


          El escenario lo ocupaba un vejestorio angustiado tras el facistol, con ciertos problemas para arrancar con su discurso.


          Doña Encarnación trató de distraerse pensando en la enorme bufanda que acababa de tejer para Pablo, su nieto de diez años. Era mitad azul, mitad grana, con colores idénticos a los de su equipo de fútbol. Liada en el cuello le llegaba hasta los tobillos, pero en cuanto diera el estirón le quedaría de fábula. Tan solo faltaba darle unos pespuntes de refuerzo, así sería un recuerdo de su abuela que conservaría para toda la vida.


          ¿Qué estaba haciendo allí sentada? Con la de faena que le esperaba en casa, aquello era una pérdida de tiempo. Y no estaba dispuesta a tirar la tarde por el retrete. De golpe, se puso en pie y decidió marcharse.


           — ¿Adónde vas, abuela? —dijo el muchacho de su lado mientras la apresaba por la muñeca— Aún no es tu turno.


          ¿Qué quería ese joven? Hacía un momento le había parecido la mar de simpático y ahora le resultaba tan molesto como una almorrana. Doña Encarnación se giró para mandarlo a freír espárragos cuando vio caer una prenda al suelo desde su regazo. Era una bufanda azul y grana, igualita a la de su nieto, solo que mucho más vieja y algo deshilachada pese a la fortaleza de sus nudos. Buscó los ojos de aquel hombretón y descubrió el dulce semblante de Pablo en su mirada. Confusa, se miró las manos y vio entre sus dedos una cuartilla. En ella se podía leer, con letras doradas, "Testimonios contra el Alzheimer".


          El bochorno le doblegó las piernas y se dejó caer de nuevo en su butaca. Luego, sin poder pestañear, clavó la mirada en el hombre mudo del escenario. Como si se tratara de un espejo, aquella cara reflejaba su propia expresión. Una lágrima recorría ambas mejillas.


domingo, 12 de febrero de 2017

Sentido del humor


Ayer, en el trabajo, nos pusimos a contar chistes. Bueno, más bien fueron mis compañeros quienes no pararon de hacerlo. Pero la conclusión que saqué de aquel carrusel del humor fue que el mío es bastante particular. Vamos, que no me río con cualquier cosa y que mi sentido del humor es, cuanto menos, peculiar.

El otro día, por ejemplo, estaba un chófer de mi empresa descargando unos palets inmensos de garrafas de agua. <<Tened cuidado>>, nos dijo, <<Se mueven un poco>>. Y yo, para hacerme el gracioso, le solté la primera ocurrencia que me vino a la cabeza: <<Ya veo que has podido aguantar las contracciones durante todo el camino y no te has puesto de parto>>. El hombre, que encima es ruso y a veces tiene dificultades para entender los significados del castellano, me miró con cara de no entender nada. Y con toda la razón. Es más, si me lo hubieran dicho a mí lo mismo hubiese acabado con igual cara. ¿Qué mecanismos mentales me llevaron a encontrar esa frase? Pues unos muy rebuscados, desde luego. Pensé que, en el caso de habérsele volcado la mercancía, podría haber roto un montón de garrafas. De romper garrafas a romper aguas va un pequeño paso; y de romper aguas a ponerse de parto, otro paso más. Lo que dije sobre las contracciones hacía referencia al bamboleo de los palets, o sea que eso cuenta como dos pasos. Demasiados pasos.

Está claro que solo un imbécil creería que puede hacer reír a otra persona con esa frase. Lo más probable es que a ese imbécil lo miraran como me miraron a mí: como si estuvieran hablando con un marciano. Y por si no ha quedado bastante claro, el imbécil soy yo.

Pero, volviendo a la sesión de chistes, una cosa me quedó clara: la mayoría de las ocurrencias que tienen mis compañeros son demasiado obvias y repetitivas. Me aburren soberanamente. Aunque no siempre. El lunes, por poner otro ejemplo, apareció por el almacén "El Idiota" (si sois de las pocas personas que han leído todas y cada una de las entradas sabréis de quién estoy hablando; y, si no, aquí pongo el enlace) limpio, afeitado y hasta con acondicionador en su, por un día, igualada y sedosa melena. Viendo las fechas en las que nos encontramos, esto tampoco es de extrañar, pues cada año recibimos la visita de "los alemanes". Son unos teutones que vienen a inspeccionar que nuestras instalaciones no estén hechas unos zorros. Como nos dan mucho trabajo y queremos quedar muy bien con ellos, limpiamos las estanterías, pintamos las rayas del suelo y, ya de paso y gracias a nuestra jefa, también se le intenta dar aspecto humano a esa alimaña que tenemos por compañero. Eso de verlo aseado, con un poco de suerte, ocurre una vez al año; a no ser que hagan como el anterior y sencillamente le den dos días de fiesta. Y digo lo de gracias a nuestra jefa porque es ella misma en persona quien le da veinte euros y lo manda a una peluquería. Supongo que serán diez para el corte de pelo y otros diez para el peluquero/a como plus de peligrosidad, porque hay que ser valiente para meter las manos en ese arbusto. Parece mentira, pero aún nos seguimos sorprendiendo cada año al ver que existe una persona debajo de tanto pelo enmarañado. Incluso un chófer, acostumbrado como está a verlo con ese burka hecho de cabellos, nos preguntó que qué le había pasado. Fue justo en ese instante cuando a uno de mis compañeros le sobrevino un golpe de ingenio: << Es que se arregló para ir a la gala de los Goya>>, comenzó diciendo. <<¿Ha salido en la tele?>>, preguntó el chófer, todo inocente. <<Sí, fue a recoger el premio al mejor actor protagonista, por "Un monstruo viene a verme">>.

Tampoco es que me descojonara, pero he de reconocer que, para tratarse de uno de mis compañeros, la ocurrencia estaba bien hilvanada. Y no llevaba la palabra "polla", "coño", "follar" ni "dar por culo", cosa por otra parte muy meritoria.

Algo que también me quedó claro es que da igual con quién estés, pues en esta clase de reuniones sociales siempre llega un momento en el que, de forma inevitable, se pregunta a cada uno de los presentes por su chiste favorito. Por supuesto, con la clara intención de que lo cuente. Y todos, incluido yo, lo hicimos.

La verdad es que no me gusta contar chistes. Lo haces con la esperanza de hacer reír, pero, si la persona que lo está escuchando ya se lo sabe, como mucho le arrancas una media sonrisa. Sí, los chistes, en cierto modo, tienen fecha de caducidad instantánea. Nunca vuelven a ser lo mismo cuando los escuchas por segunda vez. Prefiero las salidas ingeniosas. Son mucho más frescas.

De todos modos, nadie puede evitar tener un chiste favorito, como tampoco se puede evitar tener un color preferido, una película predilecta o una canción que nos anima. ¿Que cual es el mío?, pues uno muy corto y sencillo. Pero quizá lo que más me guste de él es que es atrevido por incluir sin pudor a personas imperfectas. También me gusta que se resuelva con una especie de justicia divina; y si encima tiene un punto escatológico nada despreciable... pues me parece una delicia.

Entonces... ¿qué hago? ¿Lo cuento? Bueno, venga, va.

Un sordo le dice a un tonto.
— ¿Dos más tres?
Y el tonto responde.
— ¡Cuatro!
A lo que el sordo contesta.
— ¡Por el culo te la hinco!

¿Qué, os ha gustado? ¿No? Igual es porque ya os lo sabíais. Tranquilos, no pasa nada, a mis compañeros de trabajo tampoco les hizo ninguna gracia.