viernes, 26 de agosto de 2016

Primer encuentro





Cuando en la anterior entrada hablaba del astrofísico Neil deGrasse Tyson y de lo inspiradores que resultaban los capítulos de su documental sobre el cosmos, no me imaginaba a mí mismo siendo un ejemplo de su influencia. Luego se me ocurrió una idea; absurda, como casi todas las que me asaltan, pero me entraron unas ganas irrefrenables de darle forma. Y como se me da muy bien esto de escribir malos cuentos basados en chorradas, me puse manos a la obra.
Pues nada, aquí está.
Que sea leve.



PRIMER ENCUENTRO

— ¡Mamá! —gritó Carlitos por tercera vez.

Carla interrumpió la conversación que mantenía con su hermana Marta y miró a su hijo como si hubiera recibido de él una patada en la espinilla.

— ¡¿Y ahora qué quieres?!
— Me prometiste que podría ver la llegada de los extraterrestres por la tele... —dijo refunfuñando.
— ¿Has terminado con la merienda?

Carlitos se metió en la boca la quinta parte del bocadillo de chorizo que aún quedaba en el plato y, mirando con los ojos muy abiertos a su madre, la sacó de dudas.

— ¡Pfi!

Carla soltó un bufido, cansada de la cabezonería de su hijo, dispuesta a claudicar con tal de poder continuar su charla.

— Está bien, ahora pídele permiso a Marta y, sólo si te lo concede, podrás ir al salón.

— ¿Pfuedo id al zalón? —rogó Carlitos a su tía con la boca aún llena.

La ama de casa sonrió ante el descaro del niño y dirigió la nariz hacia el pasillo para darle su consentimiento.

— ¡Bfien! —escuchó farfullar a su sobrino mientras este salía corriendo.
— ¿Qué es eso de la llegada de los extraterrestres? —preguntó Marta a su hermana.
— ¿No lo has visto? —respondió Carla, sorprendida— Llevan toda la semana anunciándolo.
— Pues no, bastante he tenido con estar al día del permiso que le dieron a Isabel Pantoja para salir de la cárcel, y luego con su nuevo ingreso...
— Ya te digo, es la noticia de la semana —convino Carla. Luego, restándole importancia, retomó la pregunta— Nah, una chorrada que han montado para mantener a los críos delante del televisor. Según dicen, ha habido un contacto por radio con extraterrestres y se van a presentar ante la humanidad hoy a las seis en punto, ¿te lo puedes creer?
— Vaya tela, así están los chavales de hoy en día, atontados perdidos —dijo Marta, remarcando su juicio con un claro cabeceo de negación— Como la hija de la Preysler, ¿has visto el nuevo novio que se ha echado? Dios, qué feo. A ese no lo tocaba yo ni con un palo...


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— Buenas tardes y bienvenidos a todos y a todas a este acontecimiento mundial, único, inimaginable para algunos hasta hace poco más de seis días. Yo soy Javier Gómez, periodista especializado en avistamientos de OVNIs y firme defensor de la corriente que cree estar ante un día crucial, uno de esos días para escribir con letras de oro en los anales de nuestra civilización, uno de esos días que, esperemos, cambien el curso de la historia. En un marco incomparable como son los Campos Elíseos de París, un lugar tan similar a una pista de aterrizaje que no nos extraña en absoluto su acertada elección.

Carlitos también era de los que creían estar viviendo algo excepcional.

— Y a mi lado, como contrapunto a la visión optimista general, el prestigioso biólogo y arqueólogo Francesco Boticcelli, más conocido por sus colegas con el sobrenombre de Boti. ¿Qué te están pareciendo hasta ahora los preparativos de la comitiva, Boti?
— Bien, ante todo buenas tardes a los telespectadores. ¿Que qué me parece estar aquí, en París, con un representación de cada uno de los gobiernos de los países del mundo? Pues un dispendio vergonzoso. No creo yo que estemos en las mejores condiciones para derrochar millones de euros en una fantasiosa recepción, repleta de magnates, gobernadores y militares, cuando no sabemos tan siquiera si va a aparecer alguien por aquí.
— Bueno, pero en el caso de ser así, ¿al menos te parece un protocolo correcto para recibir a unos alienígenas?
— Sí, claro, está basado en ceremonias ancestrales, todo muy adecuado si lo que queremos es dar a conocer nuestra cultura. Primero tienen previsto ofrecer unos trofeos con los que conmemorar la jornada, luego unos ramos florales y, para acabar, un tentempié compartido con los supuestos visitantes. Vamos, unas tradiciones de lo más terrestres. Ahora sólo faltan dos cosas: primero, que aterrice alguien a la hora convenida. Y segundo, que sean capaces de entender nuestras buenas intenciones; sobre todo cuando no tenemos ni idea de dónde vienen ni tampoco cómo son. De todas formas, yo juraría que todo esto es una broma de mal gusto. Seguramente ahora aparezcan un par de drones colocando delante de nuestras narices alguna pancarta escrita con el nombre de unos cereales famosos o promocionando ante el mundo entero el lanzamiento de un nuevo vehículo.

— Pues esta ha sido la valoración de nuestro escéptico compañero, totalmente contraria a la mía, por supuesto. Porque, vamos a ver, tenemos confirmación oficial por parte del SETI de que la señal de radio fue lanzada desde un punto intermedio entre Marte y la Tierra, un lugar en el que, actualmente, no existe tráfico alguno de ninguna de nuestras naves tripuladas ni mucho menos sondas de paso. También tenemos aquí, ante nuestros ojos, a presidentes, primeros ministros, reyes, príncipes y hasta sultanes, todos con sus respectivos cuerpos de seguridad; según fuentes de la organización, alrededor de veinticinco mil personas. Si esto no va en serio, no sé yo cómo van a justificar su presencia. De todas formas, no tenemos más que esperar un par de minutos para salir de dudas. Y aquí estaremos nosotros, en directo, retransmitiendo con señal internacional, junto a otros dos mil periodistas acreditados, para desvelar toda la verdad sobre este asunto.

Carlitos se levantó del sofá y se situó a veinte centímetros del televisor, aguantando la respiración, con toda su atención puesta en la pantalla para no perderse un sólo detalle.

— Pues, si mi reloj no me engaña, ya son las seis y dos minutos y por aquí no ha venido nadie —dijo Boti con sorna— O esto es una tomadura de pelo o los supuestos extraterrestres no tienen ni una pizca de educación. Ya que son tan dados a mandar mensajitos, al menos podrían haber enviado uno para informar del retr...
— ¡Ahí están! —interrumpió Javier— ¡Dios mío, es una nave enorme!, al menos tendrá el tamaño de una manzana de edificios.
— Sí, eso es cierto, pero no sabemos el material que la conforma. Deberíamos de tener en cuenta que, a principios del siglo veinte, ya se crearon dirigibles de unas dimensiones similares...
— Es posible, Boti. Pero, ¿con esa maniobrabilidad? Se ha plantado sobre el punto de encuentro en apenas tres segundos, y mantener algo tan grande levitando a tan pocos centímetros del suelo no parece estar al alcance de nuestra actual tecnología.
— Bueno, aún no se puede descartar del todo, piensa en el tren de Tokio y el uso tan eficiente que hace del electromagnetismo...
— ¡Espera un momento! —volvió a interrumpir Javier— ¡Se abre una de las compuertas!
— Mira que si sale ahora Bill Gates anunciando su nuevo Windows... —se burló Boti.

Carlitos permanecía anonadado frente a la pantalla del televisor, esperando poder ver la silueta de un ser fascinante.

— No, no va a ser Bill Gates. A menos que mida entre tres y cuatro metros de altura, o eso es lo que intuimos desde nuestra posición. ¡Atención, la criatura se ha desplazado hacia delante y ya está bajo la luz solar! Pero, ¿qué clase de cuerpo es ese? Desprende un brillo color azul turquesa muy característico, ¿no te parece?
— Sí, el mismo que consigue mi hijo cuando forra sus muñecos con papel de celofán...
— ¡Pero esto no es un muñeco! ¡Es un ser de otro mundo, seguramente de otra galaxia!
— Si tú lo dices...
— ¿Pero... pero te has fijado bien en la estructura de su cuerpo? Tiene las piernas larguísimas, construidas a partir de una especie de trenzado de lianas y terminadas con lo que parecen ser raíces. Y lo que vendría a ser el tronco, es tronco de verdad envuelto en hojarasca. Tiene toda la pinta de poseer naturaleza vegetal, aunque quizá algo más viscosa. ¿De verdad que aún dudas de que sea un alienígena?
— No sé, me ha parecido ver un brillo vertical allí, en el costado derecho. Para mí que era una cremallera...
— ¡Ya está bien, Boti! ¡Ya está bien! ¿Pero... pero cómo puedes no verlo? —gritó Javier, fuera de sus casillas— ¡Estamos viviendo un acontecimiento colosal, extraordinario, maravilloso, y no paras de torpedearlo! Mira, deja que te diga algo —continuó, encendido como un volcán— Yo ya no sé si tus compañeros te llaman Boti por abreviar tu apellido o porque tienes las miras más cortas que el pitorro de un botijo.
— Oye, Javier, un poco de respeto —exigió Boti— que tú te has presentado antes como experto en avistamientos de OVNIs y yo no he comentado nada. Y ya me dirás tú a mí cómo se puede ser experto en algo que, hasta el día de hoy,  jamás había sucedido.
— ¿Hasta el día de hoy? Entonces... ¿admites que la nave sea un OVNI y estemos presenciando un encuentro alienígena?

La narración televisiva quedó interrumpida por un largo silencio. Circunstancia que aprovechó Carlitos para observar con atención la aparición de otras diez arbóreas criaturas idénticas a la primera.

— Está bien, lo admito, no puedo negar la evidencia —concedió finalmente Boti— Partamos desde la premisa de estar presenciando un verdadero encuentro con extraterrestres.
— Me alegra escuchar esas palabras —dijo un reconciliador Javier—, y perdona si te he ofendido.
— No pasa nada, me lo merezco, me he puesto muy cabezón. Olvidemos el tema y centrémonos en la retransmisión.
— Sí, será mejor que aparquemos nuestras rencillas porque ya hay una docena de esos seres sobre los Campos Elíseos. Además, de un momento a otro van a dar comienzo los actos programados... pero... los alienígenas se han movido. Han salido del asfalto y se han dirigido hacia el césped, lejos del bullicio y en dirección contraria a nuestros representantes. ¿A que crees que es debido, Boti? ¿Quizá se han desorientado? ¿O se han espantado al ver tanta gente?
— Si te digo la verdad, Javier, creo que antes has dado en el clavo cuando has comentado aquello de que te parecían plantas. Y sospecho que, de la misma forma que nosotros no conocíamos su aspecto hasta ahora, estos seres tampoco tenían la menor idea de a quién mandaban su mensaje. Al menos es lo que deduzco cuando observo la charla que intentan mantener, mediante el tacto, con ese enorme ciprés, sin duda un organismo mucho más parecido al suyo y del que parecen esperar alguna respuesta. Es posible que, para ellos, nosotros no seamos más que unas pequeñas alimañas pululando por los alrededores.
— Pues estas alimañas ya han comenzado con la ceremonia y... sí, parece que se dan por aludidos, porque ya se acercan hacia la banda de música que está interpretando la fanfarria de bienvenida. Esto indica que su cuerpo posee alguna clase de detector de sonidos, ¿no, Boti?
  — Sí, pero este hecho no debería sorprendernos. Hay estudios que han demostrado los extraordinarios beneficios producidos por la música sobre las plantas, aunque no sepamos muy bien cómo perciben las vibraciones. Y si pensamos en estos extraterrestres como una versión evolucionada de los vegetales, sería de lo más lógico que pudieran escuchar la música; incluso disfrutarla.
— Ahora que hemos captado su atención, entra en escena Milton Gualotuna, administrador de la demarcación de Kundiawa, perteneciente al estado de Papúa Nueva Guinea. Recordemos el proceso llevado a cabo hace apenas dos días, donde se produjo un sorteo para determinar, entre un elenco de quince mil gobernantes, la persona que iba a representar a la humanidad en esta trascendental ocasión; y la suerte quiso premiar a este humilde país situado en Oceanía. La ceremonia que se llevará a cabo es originaria de su isla, ¿cierto, Boti?; y al parecer no ha resultado nada fácil escoger la liturgia...
— Así es. Siendo Papúa Nueva Guinea una región poblada por una exótica variedad de tribus, se ha optado por fusionar dos de los ritos más famosos y característicos de sus habitantes: en primer lugar, Gualotuna ejecutará una especie de marcha marcial sobre un manto de pétalos, costumbre muy extendida por todas las etnias cuando pretenden dar una notoria bienvenida al viajero. Luego, como presente, hará entrega de una figura humana tallada en madera de Araucaria, una inmensa conífera autóctona de su país. Una variedad vegetal tan exclusiva como para estar valorada en medio millón de dólares.
— Ahí está Milton Gualotuna, caminando con decisión; pero lenta, muy lentamente, hacia esos extraños seres que, curiosamente, ahora parecen haber palidecido. ¿No te parece raro este cambio en la pigmentación de su piel, Boti?

Además de la variación en su tono, Carlitos también había detectado un leve encorvamiento en el tronco central de los alienígenas, recordándole ese gesto al de un gato enfurruñado.

— Bueno, más que cambio en la piel, yo hablaría de la corteza. O tallos. Pero sí, el color azul turquesa lo han mutado a un azul cenizo poco agradable a la vista. No tengo la menor idea de a qué es debido. ¿Quizá no se han adaptado al oxígeno de la Tierra y eso afecta a su clorofila? Si es que la tienen, claro. Habrá que estar atentos a cualquier cambio en su aspecto, porque no los veo capaces de poder comunicarse a corto plazo con nosotros para darnos una explicación, más si cabe cuando nadie ha identificado ningún orificio desde el que puedan emitir sonidos.
— De hecho, están totalmente paralizados. Ni la leve brisa que sopla ha podido menear ninguna de sus hojas. ¿Acaso nos observan con detenimiento?
— Es posible. Date cuenta cómo Gualutona ha optado por dejar el obsequio a sus pies, o mejor dicho, a sus raíces, ante esa pose impasible. Y también porque no tienen brazos, claro.
— ¿Me engañan mis ojos o el color de sus cuerpos ha vuelto a cambiar? Ahora juraría que se aproxima a un verde cercano al terroso, aunque continúan sin moverse... Quizá estén algo más arqueados, pero no menean ni un tallo... ¡Y ya están aquí las azafatas! —dijo Javier pasando de un tono pensativo a otro entusiasta—  Portan una espectacular cesta multicolor compuesta por un número abrumador de flores; desde Tulipanes a Begoñas, pasando por Orquídeas, Magnolias, Hortensias, recogidas en la composición más bella jamás creada, o eso dice el programa. Diez floristas, junto a un grupo de artistas plásticos, han sido los encargados de conjuntar tales bellezas para lograr esa sinfonía de colores. ¿No te parece un regalo digno de deidades, Boti?
— Realmente precioso, Javier. Pero deja que incida de nuevo en la reciente variación de tonalidad que han experimentado nuestros huéspedes. Porque, ha sido acercarles las flores y, automáticamente, volverse de un marrón arenoso bastante inquietante. Le he estado dando vueltas a este asunto de la permanente muda en su aspecto, y he llegado a una hipótesis nada halagüeña.
— ¿Una hipótesis? ¿Crees saber por qué cambian de color? Pues cuenta, cuenta. Estamos impacientes por escucharla.

Carlitos tomó un cojín del sofá y se acomodó, a la espera, si cabe aún más cerca del televisor.

— Bueno, tan sólo son suposiciones mías, porque no tenemos ni la menor idea de cómo funciona. Pero si han sido capaces de construir esa nave y surcar con ella el universo en busca de vida, deben ser una civilización muy avanzada en todos sus campos. También en el plano emocional.
— No te sigo, Boti. ¿A qué te refieres?
— A ver, te pondré un paralelismo para analizar lo que ha sucedido hasta el momento. Imagina que se cambian las tornas. En lugar de recibir la visita de esos alienígenas, somos nosotros los que aparecemos por su planeta. Hemos detectado vida inteligente y aterrizamos allí, ¿correcto?
— Sí, sí, continúa.
— Bien, lo primero que esperaríamos encontrar sería a unos seres con cuerpo de humanoide, porque los humanos somos la única inteligencia superior que hemos conocido hasta el momento. Sin embargo, y para nuestra desgracia, nos topamos con algún mamífero inferior que no da señal alguna de raciocinio, igual que en este caso ha sucedido con el ciprés. Luego imagina como si, casi por sorpresa, viéramos avanzar unos arbustos con patas hacia nosotros, presentándose en formación y haciendo sonar sus trompetas de guerra. Porque, perdóname, pero eso es lo que me ha hecho sentir la banda. Parecía que estaba a punto de aparecer el General Caster con el séptimo de caballería.
— Todo esto que cuentas me parece un poco exagerado, Boti.
— Pues espera, espera, que aún se puede poner más feo. Dan comienzo los supuestos actos de bienvenida y vemos cómo uno de esos seres avanza con paso decidido a través de un camino cubierto por vísceras de animal, aplastando sin piedad los trozos de carne. ¿O he de recordarte cómo ha triturado esos pétalos con su paso marcial el señor Milton Gualotuna?
— Hombre, visto así...
— Pero no se ha conformado con hacer añicos a esas inocentes flores. Luego ha postrado un cadáver mutilado a los pies de esos alienígenas. O eso es lo que han podido interpretar cuando se les ha hecho entrega de la figura tallada en aquella exótica conífera. Es como si, continuando con nuestra visita imaginaria por su planeta, ellos hubiesen abierto en canal a un simio para esparcir por el suelo sus venas y arterias, creando así la imagen ramificada de un sangrante matojo.
— Ostras, Boti. Parece mentira, con lo modosito que te muestras y lo macabro que puedes llegar a ser...
— Y puede que no haya quedado ahí la cosa, porque la cesta con flores bien podría interpretarse como una montaña de bebés muertos y decapitados que...
— Vale, vale —interrumpió Javier— Creo que ya ha quedado bastante claro. Lo que no entiendo es qué tiene que ver todo eso con la transmutación de colores.
— Pues muy sencillo. Por lo que sabemos del mundo animal y vegetal, la pigmentación exterior puede significar dos cosas: peligrosidad o estado de ánimo. Y, no en pocas ocasiones, las dos cosas a la vez. Es una forma visual de advertir a todo aquel que permanezca por los alrededores. Nosotros, los humanos, nos ruborizamos cuando sentimos vergüenza, enfado o tristeza; o sea, nos ponemos rojos. Sin embargo, con un susto bien dado, también somos capaces de transformar el color de nuestra cara en un blanco lechoso. Todo dependerá de nuestras emociones. Y eso si nos centramos sólo en los sentimientos, como creo que está pasando, porque podría darse el caso de estar avisándonos, como hacen las abejas con su traje a rayas, de su mortífero veneno, o de algo mucho peor.
— Entonces... ¿quieres decir que se han enfadado?
— ¿Desde mi punto de vista?, por supuesto. Ya he enumerado anteriormente las razones por las que podrían sentirse agraviados. Ahora sólo espero que ese follaje pardo no sea una alerta de su peligrosidad. Por cierto, ¿qué clase de alimento ofreceremos a nuestros huéspedes, Javier? Tenías el programa a mano, ¿verdad?
— A ver... deja que mire... Sí, aquí está. Qué casualidad, precisamente se ha evitado confeccionar un menú con carne para que no pensaran que éramos caníbales. Parece todo bastante sencillo y digestivo, la verdad. De primero se servirán unas delicias compuestas por mini alcachofas, espárragos trigueros, pimientos, berenjenas, cebolletas y calabacines estofados, acompañados de aceitunas y ensaladas variadas... todo muy sano. Y para terminar una macedonia de frutas con zumo de naranja. ¡Ah!, también se indica que el grueso de los alimentos, menos las ensaladas y el postre, se servirá en forma de pincho.
— Uff, esto me da mala espina, Javier.
— Ya empezamos... Tranquilízate, Boti. Es todo una mera suposición...
— No, en serio, sólo faltaba mostrarles cómo torturamos a sus congéneres exprimiéndolos, troceándolos, friéndolos en aceite, haciéndolos hervir en agua hasta reblandecerse... Y, para colmo, luego nos los comeremos, empalados, ante sus propios ojos, o tallos, o lo que sea que utilicen para observarnos...
— Basta, Boti. ¡Basta! —gritó Javier con desesperación— Primero hemos aguantado tu insultante escepticismo, y ahora nos sales con paranoias mentales. Esta es una jornada única, irrepetible para mí y para todos nuestros telespectadores, y no permitiré que la acabes arruinando.
— ¡Pero mira las imágenes, Javier, ya están pasando del marrón al granate! Ya verás tú cuando los comensales le den el primer bocado... ¿No hay un modo de parar todo esto? —dijo Boti, sonoramente alterado— Debería existir un botón de emergencias para dar aviso, ¿verdad? Seguramente andará por aquí...
— Pero... haz el favor de estarte quieto... ¡Deja en paz el panel de mandos!¿no ves que eso es el controlador del volumen? ¿Hola, compañeros? ¿Me oís desde la central...? Yo apenas me escucho por los cascos... ¿Puede alguien arreglar el estropicio?, este energúmeno ha arrancado el botón giratorio. ¿Hola...? ¿Sí? Ahora, gracias a Dios... Un poco más bajo sería perfecto... Así, muchas gracias compañeros.
— Perdona, Javier, pero creo que me marcho —dijo Boti con voz aterrada— Este lugar no es seguro. Estamos demasiado cerca de esos seres.
— Sí, sí, vete por favor.
— Y pienso que tú deberías venir conmigo.
— Sí, claro, recojo esto un poco y ahora nos vemos. ¿Compañeros, podéis acompañar a Boti? Gracias.

Mientras se escuchaban pasos alejándose, las cámaras no dejaban de enfocar la corteza magenta de los alienígenas. Aquellos primeros planos dejaban clavado en su cojín a Carlitos.

— ¿Se ha ido ya...? —preguntó Javier con un susurro— ¿Sí? Bien. Perdonen, señoras y señores, por este incidente tan bochornoso como inesperado. Les prometo dos cosas: primero, que no volverá a suceder. Y segundo, que para la próxima vez, antes de sentarme con un colaborador, trataremos de evaluarlo concienzudamente con un test psicológico; y nadie, ni el realizador ni el productor, me lo podrá discutir. Pero no dejemos que esta anécdota empañe el día más determinante de la era moderna de nuestra civilización. Ehh... ¿Por dónde íbamos...? ¡Ah, sí! Ya tenemos a los comensales degustando esos maravillosos pinchos. ¿Y cómo están nuestros ilustres invitados...?, pues adoptando un color rojo intenso verdaderamente espectacular. Casi se diría que están a punto de estallar. Bueno, eso es lo que diría Boti de estar aún por aquí... Pero, si quieren saber mi opinión, la de una persona cuerda, me parece estar recibiendo un regalo, una muestra visual del poderoso autocontrol que ejercen sobre su organismo, un arco iris en forma de saludo, una paleta infinita de colores especialmente creada para nosotros, para emocionarnos, para causar una buena impresión, para enternecernos, para que nadie pueda decir que no pusieron todo de su parte en pos del entendimiento, de la predisposición, del cariño... ¡Fíjense en la imagen!, ¿no les parece tierno? ¡Si incluso les crecen agujas por todo el cuerpo! De eso les hablaba yo antes, de la emoción. Yo, igual que nuestros huéspedes, también tengo la piel de gallina, yo también tengo el bello erizado. ¡Esto es emoción! ¡Emoción en estado puro...!


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— ¡Mamá! —gritó por cuarta vez Carlitos, con los ojos llorosos, mientras zarandeaba la manga del vestido.

Carla se soltó de un tirón, molesta ante la continua insistencia, y detuvo su charla.

— ¡¿Y ahora qué pasa?! —gritó mirando al cielo con desesperación.

Su ira se apagó en cuanto clavó la mirada sobre su hijo. Tenía la cara empapada en llantos y dos transparentes velones asomaban de su nariz para columpiarse hasta la barbilla.

— ¿Estas bien, te has hecho daño? —dijo Carla al tiempo que escaneaba su cuerpo en busca de heridas.
— ¡No! —soltó Carlitos.
— ¿No estás bien o no te has hecho daño? —preguntó Carla, algo confusa.
— ¡No estoy bien! Se... se ha aca... acabado. En... en la tele... es... están todos mu... muertos —habló Carlitos, tratando de colocar las palabras entre sollozo y sollozo.

Carla abrazó a su hijo.

— Anda, cuéntame qué ha pasado.
— Es... estaban los extra... extraterrestres y un... un montón de personas con... con ellos —comenzó a explicar Carlitos, algo más sereno— Luego se pusieron cada vez más rojos, y luego más rojos, y luego dispararon millones de agujas hacia todos lados y... ¡Y están todos muertos!

Tras la última frase, Carlitos volvió a estallar en un llanto inconsolable.

— Bueeeno, ya está... —dijo Carla redoblando la fuerza del abrazo. Acto seguido, miró primero a su expectante hermana para luego lanzar la mirada al techo y acabar con los ojos en blanco— Entonces, todo ha acabado, ¿no?
— Sí...
— Pues ahora vuelves al salón, cambias de canal y te quedas allí un rato mirando los dibujos animados, que mamá aún no ha terminado de hablar, ¿entendido?

Carlitos se echó un paso atrás, perplejo. Dio media vuelta y, recibiendo por la espalda un leve empujón de su madre, se encaminó hacia el salón. Al parecer ni su propia familia comprendía la gravedad del asunto. ¿O quizá sí? Porque, para evitar su sufrimiento, no le parecía un mal plan permanecer anestesiado delante del televisor mientras la especie humana entera tocaba a su fin.