martes, 29 de julio de 2014

Club Bilderberg



 - ¡Mamá, mamá! ¡Mira que pelota tan grande he moldeado!
 - Si, ya lo veo Zikus. Anda, deja ya de jugar y ven a comer tus jugos proteicos, antes de que se enfríen.

Tal y como había sido designado en el calendario del astrocrucero Escarg, la temperatura en el patio de entrenamiento oscilaba en torno a unos gélidos veinte grados. Los niños debían aprender las diferentes estaciones y cambios térmicos que les esperaban en el nuevo mundo.

Zikus desenganchó la bola de sus astas con las dos patas delanteras, la depositó sobre un nido de mugre y, valiéndose de las otras cuatro extremidades, se dirigió hacia su madre hasta que pudo acariciar su gran caparazón con las pequeñas antenas. Siempre era el último en llegar a la balsa de comida y a su madre le ponía enferma esa despreocupación por su alimentación, aunque era tan cariñoso con ella que pocas veces le reñía.

 - Zikus, deja de intentar masticar la comida y traga. Si no te olvidas de esa tonta manía acabarás con un corte de digestión.
 - Sí, mamá -dijo obediente.

El silencio se rompió por un siseo de electricidad estática que invadió los altavoces. Sonó un pequeño tintineo y la voz de la secretaria del comandante irrumpió en la sala.

 - Mr. Bilderberg, acuda al centro de intercomunicación. Mr. Bilderberg -repitió con más énfasis- acuda al centro de intercomunicación.

Zikus levantó la cabeza hacia el techo de la nave y sus dieciséis ojos negros brillaron de alegría.

 - ¡La cúpula, mamá! ¡Se está abriendo!
 - Así es -dijo su madre sin molestarse a mirar- Como cada año por estas fechas.

La nave rotó hasta encarar La Tierra, lista para la transmisión de datos, dejando a la vista de los pasajeros una preciosa estampa azul y brillante. Zikus no podía apartar la mirada del que pronto sería su nuevo hogar. De pronto, observando un oscuro gajo del planeta que aún no llegaba a iluminar el Sol, le pareció ver unos destellos blancos de luminosidad.

 - Mamá, ¿está habitado este lugar? -dijo señalando al cielo con una de sus patas.
 - Ya sabes que sí -dijo su madre, algo cansada de contestar siempre a las mismas preguntas- Por animales, plantas y esos bípedos semi-inteligentes que lo explotan. Todo está lleno de organismos putrefactos ideales para nuestras bolas de heces, aunque su atmosfera es algo hostil. Pero no hay por qué preocuparse, Mr. Bilderberg lleva tiempo mandándoles directrices a esos seres y pronto, en menos de cien años, ya no existirá la capa de ozono y el nivel de oxígeno será tan insignificante que podremos pasear sobre la superficie sin peligro.

Zikus se quedó maravillado ante la cercanía del inminente aterrizaje.

 - Esos bípedos tienen que ser muy generosos cuando adaptan su planeta a nuestras condiciones de vida ¿no?
 - Bueno -apuntó su madre- algo a cambio si que nos han pedido.
 - ¿El qué? -dijo Zikus sin quitar ojo a su preciada bola de excrementos.
 - ¡Oh!, nada. Continuar gobernando.
 - ¡¿Que?! Pero... pero si gobernar es el mayor castigo de nuestras leyes. Responsabilizar a alguien del bienestar del resto es lo más cansado y aburrido que hay.
 - Bueno, no creas que lo del bien común se lo toman muy en serio ahí arriba. Parece ser que sólo el hecho de someter al resto del planeta esta muy valorado por esos mamíferos, y que sus decisiones beneficien a la gran mayoría, o no, resulta ser lo de menos.

Zikus bajó la cabeza hacia la balsa, pensativo, y continuó engullendo. Tras unos minutos volvió a levantar la cabeza y miró a su madre.

 - Mamá, ya sé por qué gobernar es el mayor deseo de esos seres -dijo orgulloso.
 - Ah, ¿sí? ¿Por qué? -preguntó su madre con la boca llena.
 - Porque nunca han tenido la oportunidad de jugar con una enorme bola de mierda -sentenció.
 - ¡Eso, por supuesto! -exclamó su madre mientras retorcía las antenas para lograr una carantoña.

Y los dos rieron al unísono.



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