martes, 15 de julio de 2014
Poder atrofiado
¿Alguna vez habéis pensado en las películas de super-héroes? Si os fijáis, prácticamente en todas ellas se repite la misma escena: en un momento dado el protagonista pierde sus poderes. Pues a mí me sucedió lo mismo ayer, mientras paseaba por la calle con mi mujer.
Pero tranquilos, no he nacido en otro planeta ni me ha mordido un bicho radioactivo. El don que atesoro me viene otorgado por dedicar una cantidad ingente de horas en buscar direcciones, así que no es exclusivo de mi propiedad. He de suponer que todo aquel que haya trabajado más de diez años repartiendo paquetería lo posee; se trata del sentido de la orientación.
Mucha gente cree poder realizar las mismas proezas que nosotros, con lo que apenas se reconoce esta virtud como algo excepcional. Pues yo digo que es mentira. Es más, la gran mayoría, seguramente ante la envidia que les corroe por dentro, simularán tener la misma facilidad para indicar cómo llegar a los sitios. Porque no hay más que parase en un lugar concurrido, para preguntar a cualquier viandante la situación de una calle poco conocida o, si me apuráis, de un pueblo pequeño, y ser víctima propicia de su embuste. Puede que nos encontremos con alguna persona honesta que reconozca su incompetencia y no esté dispuesta a engañarnos con pistas falsas, pero otras muchas os contestarán con tal aplomo y seguridad que os será imposible detectar el fraude. Incluso puede suceder que sigáis sus instrucciones y, al no encontrar la dirección, penséis que la culpa es vuestra por no atender bien a las directrices. Nada más lejos de la realidad. Sólo tenéis que toparos con un tipo como yo para notar la gran diferencia con esos malditos farsantes.
Pensad que tenemos el sentido de la orientación tan desarrollado que podemos trazar varias rutas alternativas para llegar a una misma dirección en el menor tiempo posible; y cada día será diferente dependiendo de las variables. Procesamos tanta información en nuestro cerebro que ese camino será modificado según el día de la semana, franja horaria, condiciones climatológicas, huelgas o manifestaciones; en ocasiones estamos tan concentrados en el fluir del tráfico, que sabemos con total precisión cuantos segundos tarda en cambiar cualquier semáforo de la ciudad y qué calles están reguladas por los que han sido coordinados para que no sea necesario frenar hasta recorrerla por completo. Con nuestro poder, optimizamos los desplazamientos y diseccionando las arterias de comunicación para transitar de la manera más eficiente. ¿Parece una locura?, pues puede llegar a serlo. Con sólo decir que la visión que Neo tenía de Matrix (esas líneas que barrían la pantalla de arriba a abajo con ceros y unos) esta basada en la que despliega un transportista por la ciudad, está todo dicho.
El caso es que paseábamos por las afueras del casco urbano, se paró un coche a nuestro lado y, desde el asiento del copiloto y con un GPS en la mano, una chica nos preguntó por un parque acuático para perros que han inaugurado hace poco cerca de mi pueblo.
Los GPS, otro maldito sucedáneo de nuestros poderes que jamás nos llegarán ni a la altura del callo que guardo en mi pie izquierdo como recompensa de tanto apretar el embrague. Hay personas que han acabado extraviadas, con las cuatro ruedas de su vehículo dentro de una riera o brincando en una pista montañosa, por obedecer de forma abnegada a las indicaciones de ese abominable cacharro. Un consejo: deshaceos de ese engendro y conseguid un mapa de carreteras.
También sé que me encuentro ante una encrucijada, pues esta es una ocasión claramente idónea para profundizar en mis teorías sobre la idiotez humana, pero voy a dejar para otro momento lo del parque acuático para canes y no me desviaré de la anécdota.
Primero querría aclarar una cosa. En mi matrimonio, como pareja bien avenida que somos, tenemos los roles muy bien definidos y normalmente, por culpa de mi extrema timidez y la mundialmente conocida dificultad que arrastro a la hora de comunicarme, se hubiera encargado mi mujer de responder a la pregunta. Pero en esta ocasión el entuerto demandaba a un verdadero gurú del tráfico terrestre. Y la gran responsabilidad que ataña este poder no me dejaba otra opción que no fuera tomar la iniciativa. Así que me adelante un par de pasos y comencé con la detallada explicación.
- Sí, por supuesto que sé donde está -dije con arrogancia- Seguís para allá... eh, cuando lleguéis a la carretera, a la derecha... eh, segunda salida y ahí es.
¿Para allá?, ¿carretera, qué carretera?, ¿acaso no se encontraban ya en una carretera?, ¿segunda salida y ya está? ¡¿Pero que mierda estaba diciendo?! ¡Si esas explicaciones no las comprendía ni yo!
Por un momento me quedé atónito. Y las caras de no entender nada que me lanzaron desde el interior del coche tampoco me ayudaron a salir del estupor. No podía ser, debía intentar de nuevo extraer de mi interior unas indicaciones lógicas, apoyadas en referencias visuales... un cartel, un árbol, una fábrica... algo que evidenciase que mi don estaba ahí, que no me había abandonado...
- Eh, para allá... -volví a señalar con el dedo- eh, llegaréis a la carretera... eh...
¡Otra vez!, ¡lo estaba haciendo otra vez! El desconcierto se apoderaba de mí. Estaba siendo arrastrado por unas indicaciones sin sentido y mi cerebro se ahogaba bajo la espesa niebla en que se había convertido mi orientación. No podía percibir mi don, se había esfumado. Una parte de mí había desaparecido, dejando en su lugar una extraña sensación de orfandad difícil de explicar.
Por suerte, mi mujer, viéndome en un aprieto, terció en mi absurdo discurso justo antes de que sucumbiera a la desesperación.
- Continuáis por esta misma carretera -dijo dando dos pasos al frente- pasáis el centro comercial y llegaréis a una rotonda. La primera salida os llevará a la ronda que tenéis que coger en dirección Barcelona. Salís en la segunda salida y preguntáis en la gasolinera.
- Gracias -contestaron los excursionistas, con un semblante algo más tranquilo. Se incorporaron a la carretera y se marcharon.
La intervención de mi mujer fue sobria. Funcional. Sin llegar al nivel excelso que atesoramos los profesionales del ramo, había dado las indicaciones justas y precisas para guiar eficientemente a esas personas. Incluso me sentí orgulloso de ella.
Entonces, sucedió algo asombroso: mis poderes retornaron. Fue como un cosquilleo que comenzó en la palma de las manos y que no tardó en extenderse por todo el cuerpo. La niebla se disipó. Ahora podía ver con claridad.
Por defecto profesional, repasé instintivamente los puntos de referencia elegidos por mi mujer. Había indicado un centro comercial, aunque, de haber estado en plenas facultades, yo hubiera sido más concreto y hubiera señalado directamente al McDonalds por su inconfundible letrero; pero el suyo tampoco había sido un mal consejo. También podía haber sido más precisa con la rotonda y, para evitar equívocos, comentar que había que incorporarse a la ronda que la cruzaba de forma elevada. Y en la segunda salida podría haber complementado la información con su número o con el nombre que indica el cartel. En la gasolinera... ¿Gasolinera?
- ¿Les has dicho que preguntaran en la gasolinera? -dije girando la cabeza hacia mi mujer.
- Sí -contestó ella, totalmente despreocupada.
- No hay ninguna gasolinera en esa salida. La gasolinera está en la anterior -apunté.
- ¡Ah!, ¿sí? -dijo encogiéndose de hombros. Y continuó paseando, sin darle la mayor importancia al dato.
Qué queréis que os diga, después del mal rato que había pasado, sólo me invadió un sentimiento profundo de admiración hacia mi mujer: al menos ella pudo fingir.
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ja ja ja , muy bueno, realmente divertido.
ResponderEliminarGracias. Cuando eres víctima de un episodio patético como este, sólo tienes dos opciones: compadecerte o reírte de ti mismo. Y casi siempre opto por la segunda.
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