martes, 24 de junio de 2014

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Sé que cualquier día de estos acabaré con una extravagancia que cada vez comparto con menos gente: no tengo smartphone. Y no disponer de un móvil de última generación es igual a no estar conectado a redes sociales. Ni Facebook, ni Twitter, ni What's up, ni Instagram. Es probable que a más de uno le pueda dar un patatús con tan sólo pensar en la posibilidad de encontrarse en mi misma situación, pero creedme cuando digo que no es para tanto.

El otro día, mirando la televisión, me quedé embobado mirando la esquina izquierda superior de la pantalla. Normalmente vuelco todos mis sentidos en la programación emitida, pero se trataba de telecinco y casi nunca transmiten nada que capte mi atención. Así que, como persona dispersa que soy, me distraje con ese pequeño enlace a Twitter que suele aparecer en casi todos los programas. Supuse que ese galimatías servía para interconectar a todos sus usuarios, con el fin de compartir ocurrencias o ideas sobre lo que estaban viendo y escuchando en ese mismo momento. Entonces pensé, ¿para qué sirve Twitter y por qué debería incorporarlo a mi vida?

Sobre la primera pregunta llegué a tres conclusiones, aunque es muy posible que existan muchas más, pero uno da para lo que da.

La primera conclusión es obvia: para conectar a multitud de personas que están disfrutando de un evento (ya sea televisivo o de forma presencial) y hacer que todas las ideas, opiniones o diferentes puntos de vista se propaguen entre sus usuarios. No sé a quién le puede interesar esto, pero desde luego que a mí no. Cuando veo un programa, una película, un encuentro deportivo o un concierto, no me gusta ser molestado. Soy una persona meticulosa, que le gusta disfrutar de los gestos corporales en un debate, de un plano secuencia rodado para una serie o película, del momento en que un deportista anticipa sus movimientos para ganarle la partida al contrario o del modular de una nota en un punteo improvisado de guitarra. Para mí, son en esos minúsculos detalles donde reside la magia de lo excepcional. Y todo eso corro el riesgo de perdérmelo si tengo que estar atento a los silbidos que anuncian un nuevo tweet en mi móvil. Quizá sea una persona rara, pero prefiero centrarme en un mensaje especialmente pensado para el espectador y paladearlo, que tragar con varios avisos intrascendentes a la vez que trato de leerlos a toda prisa. Además, entrando en la página web de un programa y observando lo que se twitea, tampoco me pierdo gran cosa.

La segunda conclusión es también de sobras conocida: hacerme seguidor de gente y lograr que otros me sigan a mí.

Esta búsqueda de aprecio virtual nunca me ha interesado demasiado. Hay gente muy enganchada al "chute" efímero de endorfinas que proporciona un "me gusta" o un comentario cursi en su muro de Facebook. Y no los culpo por ello, a todo el mundo nos agrada sentirnos queridos, pero soy demasiado reflexivo para dejarme llevar por palabras o gestos banales. Veis, ya estoy desprestigiándolas con sólo pensar en ellas. A veces me gustaría ser más impulsivo y alocado, menos consciente, para dejarme embriagar por frases pueriles. Pero uno es como es y hay que aguantarse.

Tampoco pienso que sea muy sano para mi estado de ánimo estar continuamente esperando una aprobación, en su mayor parte de desconocidos, sobre mis palabras. Porque unos comentarios positivos pueden hacer que te sientas eufórico, pero también corres el peligro de hundirte en la miseria si todo el mundo se empeña en criticarte. Y una montaña rusa de sentimientos puede acabar por desquiciarte.

Definitivamente no, conseguir seguidores en Twitter jamás se convertirá en el objetivo de mi vida.

Ser seguidor de personas tampoco me interesa demasiado. Sí, puede que encuentre gente que twitee cosas interesantes pero, para ser sinceros, elaborar una idea en ciento cuarenta caracteres es muy complicado y siempre se suele twuitear de forma impulsiva e inmediata, lo que suele acabar resultando un aborto de idea.

Precisamente el otro día vi por la tele una entrevista al escritor Sergi Pàmies que dijo una frase con la que concuerdo sobre este tema: "Hay que tener muchos huevos para poner una idea en Twitter porque, probablemente, será una mierda de idea. Y, hasta la fecha, las ideas de mierda se quedaban dentro de uno, rebotando, hasta que el organismo las desechaba."

En definitiva, que no llegué a vislumbrar ninguna utilidad que me convenciera y dejé que mis principios se impusieran ante la imposibilidad de encontrar algo plausible que diera sentido a esa aplicación.

Pero mis principios son muy volátiles y, en esta vida, todo principio tiene su final; incluso los éticos. Así que, al día siguiente, volví a interesarme por el tema y me puse a investigar.

Por lo pronto encontré que esta aplicación cuenta con la friolera de... no sé, un porrón de cientos de millones, porque fui incapaz de encontrar una cifra actualizada de sus consumidores. Una cosa es que me ponga a indagar, y otra muy distinta es que atesore las mismas capacidades resolutivas que Sherlock Holmes. En fin, que hay muchos, muchísimos; demasiados usuarios, diría yo. Entonces también me percaté de una cosa muy curiosa: hay un enorme número de cuentas que no están asociadas a una persona en concreto, sino que representan a una organización o un objeto. Y quedé prendado.

Así pude ver cómo twuiteaba con gran ternura Brazuca, la pelota del mundial de fútbol, unas horas antes del estreno de la selección Argentina en la competición: "El mundo entero tiene la mirada puesta sobre Messi, pero él sólo tiene ojos para mí"

O cómo estrenaba su cuenta la CIA con esta frase tan enigmática: "No podemos ni confirmar ni desmentir que este sea nuestro primer tweet"

Y aquí llegó mi tercera conclusión: Twitter también sirve para insuflar de alma a objetos y sedes. Y ese concepto me fascinó. Así que no os extrañe que, el día que posea un smartphone, me haga seguidor de los más ridículos y peculiares objetos o entidades que encuentre por la red.

Puede que penséis que soy un tipo raro y huraño que no quiere saber nada de las personas, pero no creo que sea exactamente así. Detrás de cada una de esas cuentas singulares hay un ser humano que le da vida con su ingenio, con sus maneras diferentes de ver el mundo, y esas son la clase de personas que realmente me despiertan curiosidad.

2 comentarios:

  1. Lo que dices es muy interesante. Todo el fenómeno de redes sociales es un cambio en los hábitos sociales que aún no acaba de terminar. Está transformando todo, la forma de comunicarnos, la forma de hacer publicidad, la forma de hacer periodismo, la forma de vivir en definitiva.
    Ahora, por ejemplo, cualquier aldeano de un rincón perdido de África, tiene acceso a las mismas cosas que alguien que viva en Chicago; todo lo que necesita es un smartphone y cobertura que ya la hay hasta el los desiertos.
    Y estamos empezando, cada vez los niños empiezan antes y cada vez llegan más lejos. Hoy he escuchado que un niño de diez años que se llama David Sevilla, es profesor de programación html para programar páginas web.
    A mi me pasa lo que a ti, no entiendo ese afán por estar continuamente comentando todo a través de las RRSS, incluso un partido de futbol que estás vbiendo tranquilamente en tu casa.
    Pero ya sabes: con Face Book todos pensamos que tenemos miles de amigos, con Twiter, todos pensamos que somos sabios y con instagram, todos pensamos que somos fotógrafos.

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    1. Es cierto que el mundo cambia a una velocidad de vértigo. Incluso puede que esta revolución virtual ya me haya cogido demasiado mayor para darme cuenta de su verdadera magnitud, pero me da la impresión que cumplir debidamente con ella demanda una atención tan abnegada y desmesurada que me niego a hipotecar mis pocos momentos de reflexión, divagación, soledad o incluso aburrimiento. Seguramente parezcan ejercicios pueriles, pero son totalmente imprescindibles para mi equilibrio mental. Y sólo con pensar en seguir esa velocidad tan vertiginosa ya me mareo un poco, aunque espero, llegado el momento, controlarla con serenidad.
      Lo cierto es que miro a mi alrededor y veo cada vez a más gente dando excesiva importancia a este fenómeno virtual, cuando yo a penas me lo tomo en serio y lo afronto como un juego. Pero es lo que comentabas: creemos que realmente somos populares, sabios o fotógrafos gracias a participar en esas redes; ¿y si dejamos de utilizarlas? ¿en qué nos quedamos? Seguro que mucha gente piensa que en muy poca cosa. Y la pérdida de esos estatus, a todas luces ficticios, puede llegar a ser peligrosamente frustrante.
      Seguramente se me escapan muchos aspectos y hay otros tantos que si me pongo a analizarlos no acabaría ni en dos semanas. Y es que, como bien dices, esto no ha hecho más que comenzar; y a veces nos olvidamos que esta forma de ver el mundo no tiene ni una década de vida.

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