martes, 17 de junio de 2014

Sexo olvidado



Se trataba de la pareja de amigos más extravagante que se hallaba en El Pub. De hecho no eran ni amigos, tan sólo compañeros de oficina que rara vez se habían dirigido la palabra. La juventud de James, su desparpajo y su atractivo, chocaban frontalmente con la decrepitud, la fealdad y la timidez que exhibía Jenaro. Aún así, allí estaban. Compartiendo una ronda de cervezas que, amablemente, se había ofrecido a pagar Jenaro.

 - Bueno, colega -dijo James, tras acabar de un trago la caña- Tú dirás para qué me has traído a este tugurio.
 - Verás, es que yo... no sé muy bien cómo decirlo...
 -  ¿Te importa si voy pidiendo otra ronda? -interrumpió James- Me parece que la voy a necesitar para oír lo que me vas a soltar.

Soltó una risotada, le propinó una palmada en el hombro y, sin esperar respuesta, se volvió hacia el interior de la barra para solicitar la demanda.

 - Sí, claro -concedió, ya sin necesidad alguna.

A Jenaro se le notaba atenazado. Una persona tan retraída como él jamás se podría sentir cómoda en un sitio tan estridente y concurrido como era aquel, pero su intención había sido buscar la complicidad de un James que, por contra, parecía encontrarse en su salsa. Y no se le había ocurrido un lugar mejor para revelar una confidencia, aunque tenía la oscura sensación de que el ajetreo del local interrumpía sus pensamientos y no le ayudaba a encontrar las palabras adecuadas.

Miró a James de soslayo y quedó embelesado, admirando las dotes de seductor que su inusual compañero proyectaba a quien le estuviera observando. Por un momento envidió su sofisticación, su esbelta figura, ese espíritu aventurero que le había llevado a residir en Londres, Nueva York o Sidney a sus escasos veintiocho años. Y ahora se encontraba junto a él, dispuesto a compartir su experiencia vital.

James hizo lo propio con Jenaro. Echó un vistazo al adefesio con el que compartía barra y se sorprendió de que, tras cinco cañas, continuara con su impertérrito semblante. Pero lo que más le fastidiaba era constatar lo mucho que se había echado a perder un hombre de cuarenta y tantos años que aparentaba llevar vivo muchos más. Cierto que la genética no le acompañaba, pues daba la impresión que todo lo que sus genes ahorraron en belleza se lo habían otorgado en tolerancia al alcohol, pero James pensaba que ese no era suficiente motivo para dejar al cuerpo atrofiarse a su libre albedrío. Con un poco de ejercicio y una alimentación sana podría alcanzar unos niveles estéticos aceptables, pensó.

 - Mira, iré al grano -dijo por fin Jenaro- Quería hablar contigo porque esta noche tengo una cita y necesito un par de consejos.

James abrió exageradamente los ojos y, sin pestañear ni desviar la mirada de su colega, dio un largo sorbo a su cerveza.

 - Vale, cuenta.
 - La verdad es que nunca he mantenido una relación, digamos estable, con una mujer. Y soy conocedor, por lo que se comenta en la oficina, de tu larga trayectoria como conquistador de féminas.
 - Sí, follo a menudo. Si es a eso a lo que te refieres -dijo James de la forma más sutil que supo.
 - Pues sí, exactamente a eso. Y te agradecería unos consejos...
 - Espera, espera -cortó James- Entonces... -se acercó a su oreja y susurró- ¿Eres virgen?
 - Bueno, no exactamente. Creo haber practicado sexo con una amiga cuando era un adolescente, pero todo ocurrió en un cuarto oscuro y, la verdad, no sé muy bien qué hice. La experiencia fue tan desagradable que nunca más me volvió a interesar ese asunto.
 - Ya -espetó un incrédulo James.
 - Pero hace unos meses, entablando conversaciones en un chat de internet, encontré a mi alma gemela. La mujer más maravillosa del mundo. Un ser capaz de obrar milagros.
 - Sí, claro. Ese efecto siempre lo causa una buena jamelga -subrayó James.

Pero Jenaro estaba tan ensimismado en su amada que no escuchaba nada.

 - Visitamos juntos las mismas tiendas de ropa, de electrónica y, una vez por semana, nos dejamos caer por el Museo del Prado. Lo cierto es que es una guía increíble, siempre me lleva a los rincones menos transitados del lugar y...
 - Vale, vale. No me cuentes más. Os tocáis y hacéis manitas en sitios públicos ¿no?

Jenaro se echó hacia atrás y cambió su inescrutable gesto por otro de profunda repulsión.

 - Pero... ¿de qué guarradas me hablas? -dijo indignado- Nuestros encuentros son siempre virtuales. Quedamos en una web y comentamos su contenido vía Skype. ¿Pero qué bicho raro te crees que soy?
 - No el que yo pensaba -susurró James para sí mismo- Perdona, continúa por favor.

Tras unos segundos de duda, Jenaro volvió a su posición original mientras se aclaraba la garganta con un trago.

 - El problema es que ayer recibí en casa un paquete con una camiseta de los Power Rangers que habíamos visto juntos la semana pasada, acompañada de una nota que decía: ¡A metamorfearse!
 - Ajá -soltó James sin comprender nada.
 - También me citaba en persona, hoy a las nueve en punto, para ver cómo me quedaba puesta -dijo mientras se desabrochaba la camisa para dejar entrever la camiseta- No sé, sospecho que me imaginó vestido así y acabó por excitarse.

James miró la psicodélica prenda y repaso de arriba a abajo a su compañero.

 - Sí, bueno. Yo tampoco me lo explico -apuntó.
 - Tienes que ayudarme James -rogó Jenaro- Estoy casi seguro de que querrá practicar sexo y no estaré a la altura de sus expectativas...
 - Pero, vamos a ver. Me acabas de decir que tú ya has tenido alguna experiencia -rememoró James.
 - Ehh... sí -titubeó Jenaro.
 - Pues no te preocupes por nada. Tú propio cuerpo lo recordará. Piensa que es como montar en bicicleta.
 - ¿Estas seguro de eso? -preguntó Jenaro, algo más tranquilo.
 - Por supuesto. Escucha, no te lo digo por decir. Te hablo desde mi más profunda experiencia, que no es poca.


Jenaro gozó de una velada estupenda junto a su novia. Aunque se le hizo corta, muy corta. Cuanto más se acercaba el momento de quedarse a solas con ella en su casa, más nervioso estaba. Seguramente por eso le enseñó el barrio durante dos horas y luego su piso, incluido parking y trastero, en el transcurso de una más.

Por fin, en la intimidad de su dormitorio, se desnudaron, se acurrucaron bajo las sábanas y se empezaron a besar. Tras un rato de magreo preliminar, Jenaro supuso que tenía que pasar a la acción. Su cuerpo se lo pedía, aunque no sabía exactamente el qué. Entonces, como retumbando en su cabeza, recordó las indicaciones de James.

Entre caricias y jadeos, Jenaro aprovechó para separar, con suma dulzura, el largo cabello de su amada en dos perfectas coletas. Las asió con fuerza, se montó encima y pedaleó... y pedaleó... y pedaleó...

No hay comentarios:

Publicar un comentario