martes, 22 de abril de 2014

¿Me lo prometes?



Alguna vez he escuchado decir que los niños viven en una burbuja, una región mental segura, donde nada ni nadie les puede hacer daño. Luego hay un día en que salen de su zona de confort, o rompen el cascarón, o cualquier otro eufemismo que les dé a entender la hostilidad que campa por el mundo, y acaban perdiendo la tan cacareada inocencia infantil. Bueno, no sucede en un sólo día, supongo que son una suma de situaciones que te asaltan por sorpresa, haciendo que identifiquemos los imprevistos de los que está plagada la vida y que nos demos cuenta del poco control que ejercemos sobre ella.

Creo que estos sucesos, en algunos casos, pueden resultar traumáticos y crear un sentimiento de desamparo, pues rompen esquemas a los que estábamos muy aferrados, aunque hay que reconocer que todos son reveladores y ayudan a madurar la mente de un niño. Pero lo más curioso es que ese muro de protección suelen construirlo los padres, sin ser conscientes del grado de decepción que provocará al infante el día en que caiga. Sin embargo, su estructura es tan frágil y se tiene que enfrentar a tantos retos diarios que un sólo paso en falso puede derrumbar esos cimientos, que tantos años dedicaron a consolidar, para acabar demostrando que no existe nada en esta vida que no se nos pueda escapar de las manos. Como le sucedió a un padre con su hijo el otro día en las butacas de un cine.

Nos encontrábamos viendo una película de superhéroes, la cual no voy a poner título para no desvelar su argumento, cuando uno de los protagonistas cayó al vacío precipitadamente y no pudo ser rescatado a tiempo. En ese instante de pausa dramática y silenciosa en que el superhéroe va a verificar si su compañera todavía continúa con vida, pude escuchar, cuatro butacas a mi derecha, la corta conversación que mantuvieron mis camaradas de carne y hueso.

 - Papá, ¿le ha pasado algo malo? -preguntó un angustiado niño.
 - No te preocupes, no es nada. Seguro que está bien.
 - Pero seguro que no ha muerto ¿no? -insistió el chaval, sin estar muy convencido.
 - No, no. Ahora se levantará.
 - ¿Me lo prometes? -exigió con voz piadosa.
 - Sí, te lo prometo -sentenció el padre.

Acto seguido, el plano se fundió en negro y abrió la siguiente escena una suave panorámica de una multitud reunida en un cementerio para despedir a la difunta protagonista.

Si yo fuera ese niño se me habría caído la venda de los ojos al instante. Dejaría de pensar que mi padre lo sabe todo, lo controla todo y es infalible.

No sé qué pretendía el hombre al mentir tan descaradamente a su hijo en la cara. ¿Posponer tres segundos el sufrimiento del niño a costa de su credibilidad? Porque no creo que consiguiera nada más. Al menos podía haberle dicho que no sabía la respuesta.

La trama prosiguió, haciendo gala del habitual sonido atronador en las películas de este género, y no pude escuchar si el padre inventó alguna mala excusa para lo que acababan de ver, pero no creo que ese niño vuelva a confiar ciegamente en la palabra de su padre. No, al menos, en la próxima película de la saga.

2 comentarios:

  1. volvemos a un viejo asunto ya tratado: la falta de naturalidad con que nos enfrentamos los humanos a la muerte. Resulta evidente que se trata de algo cultural y, como dices en tu ejemplo real, los padres tratan de ocultar a sus hijos la única realidad de cuantas nos rodean; es lo único de lo que podemos estar seguros, y sin embargo lo rechazamos como si fuera caca (sí, el último ejemplo ha sido bajonazo en mi discurso, qué le voy a hacer). Luego ese niño cuando crezca mantendrá dentro de su inconsciente una aberración antinatural contra la muerte, lo cual no es precisamente la forma más acertada de tomarse las cosas que son inevitables. Luego pasa lo que pasa.

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  2. Tienes toda la razón, pero creo que no sólo es rechazo a la muerte, también a cualquier cosa que pueda provocar sufrimiento. Hay gente tan preocupada en vivir sin sufrir que se olvidan de disfrutar de la vida, sin tener en cuenta que el sufrimiento también forma parte de ella. Y cuanto antes lo aprenda un niño, antes la podrá gozar plenamente.

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