martes, 8 de abril de 2014
Divagaciones
Hay un ejercicio mental que intento practicar siempre que puedo: divagar. Soy de esa clase de personas que, en cuanto tiene un momento libre, se queda alelado mirando las musarañas y se pierde en sus pensamientos.
No trato de buscar una fórmula deslumbrante para resolver la economía mundial o unir la teoría de la relatividad con la cuántica, tan sólo me dejo llevar por una idea y le doy vueltas para enfocarla desde distintos puntos de vista. Estos pueden ser físicos, morales, temporales; cualquiera que me ayude a disociar esa idea me resulta divertido.
Yo pensaba que esta era una práctica inocua para mi mente, pero hace unos días leí en varios medios, coincidiendo con el 20 de Marzo día mundial de la felicidad, el resultado de un estudio en el que se afirmaba que divagar puede causar infelicidad. Y ahora estoy un poco preocupado. No por mí, lo que escriban los medios me la trae floja, sino porque se tome en serio esa advertencia.
Si no podemos pensar por miedo a ser infelices ¿qué nos queda? Porque dejar de divagar es una invitación a dejar de lado nuestro mundo interior para entregarnos en cuerpo y alma a los estímulos sensoriales que no precisan análisis por parte de nuestra mente. Unos fuegos artificiales, una canción machacona (no nos vayamos a poner a pensar si escuchamos más de tres acordes) o un programa televisivo, de esos en los que da igual el mensaje siempre y cuando lo expresen todos los tertulianos a la vez y gritando.
Pero tengo un problema. Porque los fuegos artificiales, una vez pasada la sorpresa inicial de sus deslumbrantes luces, no dejan nada en qué pensar y me acaban aburriendo. Una canción repetitiva, lejos de tranquilizarme, me provoca dolores de cabeza y me transporta hacia la ansiedad de una obsesión compulsiva. Y, sinceramente, programas televisivos sin un sentido funcional no los entiendo. Y encima, al no entender nada, consiguen que mi curiosidad experimente sensaciones de impotencia, cosa nada recomendable para ser feliz.
No creo que uno sea más o menos feliz por dedicar más o menos tiempo a divagar, porque las personas felices o infelices, normalmente, no existen (a no ser que sufran una enfermedad mental, claro). Son un estado de ánimo inherente a todo ser humano que, por unos breves instantes, puede llegar a sentir cualquiera de las dos sensaciones en diferentes etapas de su vida. Pero la mayoría de veces no somos ni felices ni infelices, sencillamente vivimos en el término medio, en ese sano equilibrio que nos aleja de la euforia más desmesurada o de la depresión más miserable y que nos ayuda a actuar razonando nuestros actos como personas sensatas.
Pero, ahora que lo pienso, puede que tengan razón los científicos del estudio ese y, ante mi desbordante felicidad, emplee la divagación para acercarme a la infelicidad y así a la cordura.
Por hoy voy a dejar de divagar, ahora que aún me siento cabal y en armonía, que ningún abuso es bueno.
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No te preocupes lo más mínimo, yo soy el campeón de las divagaciones y te aseguro que no figura entre los motivos de mi supuesta infelicidad. De hecho, cfreo que divagar contribuye a quitarme de encima los malos rollos que pueden hacerme infeliz.
ResponderEliminarNo hagas caso y divaga, divaga, que es un ejercicio sanísimo. Ya lo dice el refrán: divaga que algo queda. O este otro: al buen divagador, dios le ayuda. Por no citar el más sabio de todos: con divagaciones y vino se anda el camino.
Yo sigo al pie de la letra ese refran que dice: "A buen divagador pocas palabras bastan". Pero no me preocupo por mí, sino por la sociedad en general. A veces pienso que estos estudios se lanzan a los medios, respaldado por los gobiernos, como intento de manipulación de las masas para lograr transportarnos a un estado más borreguil del que ya estamos. Y apuesto a que no me equivoco.
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