martes, 6 de agosto de 2013

Entrevista grupal



Ya lo tenía decidido. Nadie de mi empresa confiaba en mis características innatas para el análisis. Quería cambiar de trabajo y, con esa idea, me hallaba en la entrevista grupal. Éramos cuatro candidatos, sentados en semicírculo, disputándonos un puesto de esa manera que tan de moda está en las grandes empresas. Pep, el coordinador de recursos humanos, ya nos había informado de las condiciones laborales y, tras ver como las aceptábamos obedientemente, propuso un juego mental.

La prueba consistía en sumergirse en la piel de una persona que volvía a su casa, en el Pirineo, y se encontraba con unos guardias forestales delante de su morada para advertir sobre una posible riada que podía destruir el pueblo. Por ese motivo teníamos que salvar, de la ficticia vivienda, un objeto de la siguiente lista: una radio, unas fotos de la infancia, las notas académicas,  una guitarra eléctrica o unos archivos administrativos de una organización ecológica. Una vez seleccionado debíamos presentarnos al resto de aspirantes y argumentar la razón de la elección. Pep, para dotar de más realismo al ejercicio, dio el mismo tiempo que tendríamos si realmente se avecinara el desastre: cinco minutos.

Solo necesité tres segundos para tomar la decisión y dediqué el resto del tiempo en examinar, con mis maestras dotes de observación, al resto de contrincantes y, de paso, la sala donde nos encontrábamos. Era acogedora y sencilla, pero lo más llamativo fue ver la serigrafía y los colores de la corporación en cada objeto del cuarto; desde las sillas hasta un simple post-it eran verdes y, todos y cada uno de ellos, portaban el nombre de la empresa marcados del derecho o del revés. Incluso la corbata del entrevistador iba a juego con el mobiliario, demostrando la dedicación incondicional que profesaba a la empresa. De mis compañeros solo pude intuir una edad parecida a la mía y una concentración máxima en la tarea. Nada extraordinario.

Pep levantó la vista de la pantalla del portátil y dio por terminado el proceso de reflexión. Esperó a que nos asentáramos en las sillas y, con un gesto de su mano, nos invitó a inaugurar el debate.

 - Me llamo Marcel y, con vuestro permiso, me gustaría ser el primero. -dijo mientras nos miraba de soslayo. Creo que todos respiramos aliviados cuando, con su iniciativa, nos robó el dudoso honor de abrir la pugna. - Mi elección ha sido muy sencilla dado que, como todos podéis ver, soy Rocker. No podría vivir sin la música de mi guitarra eléctrica y, además, siempre podría vender ese valioso instrumento en caso de perder todas mis pertenencias en la catástrofe.

No me entraba en la cabeza que mis sentidos no hubieran captado que, por llevar coleta, barba de siete días y botas camperas, tuviéramos que deducir su tribu urbana. Pero los improvisados aplausos de mis compañeros, que me pillaron por sorpresa, me sacaron de mi asombro y me uní con celeridad a la calurosa celebración para no desmarcarme del grupo.

 - Hola, me llamo David -dijo el siguiente chico- y, como ya habréis deducido al verme, soy Hippie. Mi elección es, sin duda, los documentos administrativos de la organización ecológica. De hecho pertenezco a una y he supuesto que mis compañeros confiarían en la seguridad de mi casa para guardar esos documentos tan valiosos y, claro, no podría defraudarlos.

¿Vestir con un pañuelo palestino le tenía que transformar, a nuestros ojos, en Hippie?. Porque era lo único que, vagamente, podía dar una pista de su clase social. Esta vez estaba preparado y pude aplaudir como si perteneciera a una secta o me ganara un bocadillo en un programa de televisión.

 - Me toca. -se apresuró a decir el tercer hombre- Me llamo Juan y, obviamente por mi aspecto, soy un Nerd.
Venga ya. No me lo podía creer. ¿Peinarse con la raya al lado y llevar gafas de pasta te convierte en Nerd?. Y yo sin saberlo. Si es así, también Superman pertenecía a ese clan.- Y mi elección son las notas académicas. Uno es lo que sabe y si no puedes demostrarlo no eres nadie. Así que, sin esas pruebas, jamás podría lograr un trabajo acorde con mis estudios.

Volvimos a repetir la absurda y efusiva tradición palmera, pero esta vez, al acabar, me acomodé en la silla y afiné la garganta con un carraspeo. Llegaba mi turno y pensé, mientras repasaba mi vestimenta, en qué decir para estar a la altura de mis rivales. Esto propició, de forma totalmente involuntaria, un silencio dramático que ayudó a espolear mis nervios, pero algo tenía que decir.

 - Buenas, me llamo Carlos. -comencé a recitar- Y es posible que, por embutirme en esta ajustada camiseta rosa que hace de lienzo a este arco iris -dije señalando mi pecho- penséis que soy gay. Lo cierto es que me importa un pito lo que creáis aunque para que no me tratéis como a un "rarito" y, por no faltar a la verdad, confesaré que esta prenda me la regaló mi mujer; por lo que soy heterosexual. Mi elección ha sido muy sencilla. Antes que empezar a coger cualquier mierda absurda de mi casa saldría corriendo como alma que lleva el diablo. ¿Ganaría algo si me engancha el tsunami, recogiendo cualquier porquería inútil, y acabo perdiendo la vida?

Por supuesto nadie contestó. Solo un incómodo silencio. Interrumpido a los diez segundos por un caritativo intento de apoyo que constó de dos tristes palmadas, a cargo de David el Hippie, que nadie secundó pero que agradecí con una cómplice mirada. Tras esa última intervención acabó la entrevista grupal y nos acompañaron a la salida, no sin antes informarnos que, en menos de cuatro días, llamarían al aspirante elegido para la vacante.

No supe más de esa gran empresa y, la verdad, no sé si hice algo mal en la entrevista. Mi nivel de conocimientos y experiencia era similar a la del resto de competidores, pero es posible que no convencieran mis respuestas en el examen psicológico. Puede que, al salir corriendo, pensaran que era demasiado cobarde. O es posible que me etiquetaran como rebelde al no haber seleccionado ninguna de las opciones del ejercicio. Vete tu a saber.
Aunque lo que mi sagaz olfato detectivesco me indicaba es que, probablemente, Pep fuera un homófobo.


6 comentarios:

  1. Grande. Y el más inteligente del grupo, huelga decir. Pero coincido totalmente: Pep era homófobo.

    P.D: ¿Te llamas de verdad Carlos?

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  2. Y yo que pensaba que el protagonista era repelente...

    No, no me llamo Carlos, aunque es uno de los pocos nombres que no me desagradan.
    Pero, si lees entradas anteriores, podrás encontrar un merodeador que se fue de la lengua (o, en este caso, de las teclas) al postear.

    P.D: Así me veo, vendiendo mi anonimato por visitas en entradas antiguas... ¡A este paso acabaré en Sálvame contando mi vida!

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  3. He tenido que volver a mayo, pero lo he encontrado. Un nombre precioso, la variante rusa del nombre de mi padre.

    A ver, si a ti te gustan mis entradas personales, a mí me gustan las tuyas :P Somos unos marujos de mierda, qué le vamos a hacer.

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  4. Ya. Pero esta entrada no era personal, solo intentaba ser un cuento.
    La entrada personal la he programado para la semana que viene. A ver si hay suerte y funciona el chisme este, porque andaré de vacaciones y sin internet.

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  5. Seguro que el puesto se lo dieron a David el hippie. Conservar los documentos es una prueba clarísima de entrega a la empresa, que a cambio le hizo un contrato de pruebas con un sueldo mínimo, unas condiciones de esclavitud, y despido garantizado a los tres meses sin derecho a nada.

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    1. Eso es indudable. Suerte que nuestro amigo es aficionado a evadirse fumando hierbas de la risa y no le preocupó demasiado.

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