lunes, 12 de agosto de 2013

Cruce en el camino


Lo reconozco, en el trabajo puedo ser una pesadilla. No para mis compañeros o jefes, no. Para ellos soy un buen trabajador (supongo). Me gusta fastidiar a los cohabitantes de mi lugar de tránsito; o sea, al resto de conductores. Por cierto, trabajo de transportista. Y no lo hago por ser intrínsecamente malvado, solo que, a veces, me aburro y me distraigo tocando las narices. Aunque siempre intento que sea de la forma más sutil, como si no supiera lo que hago.

Suelo hacerlo casi siempre en ciudad porque el ritmo de estrés es más alto y los coches y motos circulan con esa clase de agonía que tanto juego da. Pero centro mis víctimas, básicamente, en ciclomotores y taxis, aunque no hago ascos a algún chaval que piensa que la calle es suya y el resto sobramos. Bueno, y en general contra todo al que detecte faltando al respeto y avasallando al personal.

Y aquí voy a hacer un inciso. Quiero avisar, a los posibles merodeadores que lean esto, que esta afición es muy peligrosa y explicaré el porqué. Todos sabemos que, normalmente, las personas que depositan sus posaderas en el asiento del conductor se tornan irremediablemente inestables. Yo mismo he pasado por esa fase y era un auténtico psicópata. Misteriosamente no afecta a los niveles de adrenalina ni de agresividad si te equivocas de sitio y acabas en el sillín del copiloto, pero estas incongruencias las dejo para otro día. Por eso, si se os ocurre gracias a este escrito molestar a algún insensato, que sepáis que no tendré cargo de conciencia si se baja el loco al volante y os pega dos hachazos en la yugular. Avisados estáis.

Pues como iba diciendo, para lograr mi arriesgado cometido utilizo cualquier truco o ventaja a mi alcance. Hace unos años poseía un vehículo que tenía mal orientado el pitorro del limpia parabrisas. Vamos, que no disparaba hacia el cristal. El surtidor dibujaba una parábola perfecta, hacia delante y a la izquierda, para acertar en el casco (o en la cabeza si el motorista era un inconsciente) del incauto que parase su ciclomotor a mi lado. Recuerdo que todos miraban al cielo pensando que llovía o que una paloma había defecado sobre ellos (cosa muy probable en Barcelona) y, por supuesto, nunca fui culpado.

Normalmente tengo una visión privilegiada dado a que mi posición al volante es considerablemente más alta que la del resto de conductores. Esto me proporciona la virtud de poder adelantar movimientos para bloquear a taxistas contra coches en doble fila o vetar el paso a ciclomotores propensos a la maniobra del zig-zag. Pero hay extrañas ocasiones en las que no hace falta tramar argucias para mosquear a alguien.

 El otro día, bajando tranquilamente por una urbanización situada en la montaña, me topé de cara con una mujer que subía con su utilitario en dirección contraria a la mía. Esta clase de calles, además de tener desniveles importantes, suelen ser bastante estrechas y esta no era una excepción. Agravaba el problema el hecho de que hubieran coches estacionados a los dos lados de la vía, con lo que parecía físicamente imposible pasar los dos a la vez. Hice señas a la muchacha para que pasara ella primero ya que estaba convencido que, aún a duras penas, podría colarse entre mi furgón y los coches estacionados, pero estaba paralizada y no me hacía caso. Más de tres minutos intentando hacer ver a la conductora que lo que yo conducía no era un tanque ni lo suyo una fragata. Entonces, para desatascar la situación, decidí adelantarme unos metros y no dar más opción, a la chica, que dar marcha atrás.

Irremediablemente hizo lo esperado, pero cuando me crucé, con la ventanilla bajada para agradecerle el gesto, escuché un grito reproducido con las siguientes palabras:
 - ¡¡Mecagontuputamadrecabronhijodelagranputa!!

No sé si fui yo, al dar un pequeño volantazo, o la onda expansiva del alarido, pero puedo jurar que el camión llegó a balancearse. Lo cierto es que esta clase de reacciones no me molestan lo más mínimo. Estoy tan acostumbrado que, como ya he comentado, hasta me hacen gracia. Pero esta vez me pilló totalmente desprevenido, al tratarse de una apacible urbanización, y el susto sí me lo llevé. No me quiero imaginar a esta pobre mujer despotricando a diestro y siniestro mientras intenta callejear entre la jauría humana de la capital, capaz de explotarle la cabeza.




4 comentarios:

  1. Si por casualidad, te encuentras en un semáforo con una BMW 1.100 de color azul y el casco del piloto del mismo tono, aunque lleno de arañazos, trátale con cariño y no le enchufes con tu rayo limpiaparabrisas. Puedo ser yo ;-)))) ¡Al resto, caña!

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    1. No te preocupes, ya no tengo el furgón que llevaba instalado ese artilugio que tanto me divertía. Y estoy seguro de que su actual propietario acabó reparándolo y no supo apreciar la gran utilidad que atesoraba.
      Tampoco suelo molestar a motocicletas de gran cilindrada. Normalmente son las personas más cuerdas, a tenor de su comportamiento, sobre un vehículo de dos ruedas.

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  2. Me he perdido, ¿porf que te insulto la conductora de la urbanizacion? la diste la oportunidad por tres minutos de que pasar ella primero, ¿no?

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    1. Pues solo puedo conjeturar, porque no conozco de nada a esa persona y tampoco la vi muy receptiva como para preguntarle.
      Supongo que fue la suma del malentendido de los gestos con la psicosis paranoica que todos sufrimos cuando nos sentamos detrás de un volante. Imagino que, al no haber estudiado expresión corporal, mis torpes manotazos intentando hacer ver que podía pasar no le parecieron muy amistosos. Y soltó toda su rabia, cuando me tuvo a menos de un metro, para desahogar la frustración de haber tenido que ceder ella el paso. Pero solo es una hipótesis, vete tú a saber, igual solo tuvo un mal día.

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