lunes, 2 de marzo de 2015

Trabajo bulímico


Se acercó por la espalda con sigilo, como hubiera hecho con cualquier víctima de madrugada. Posó sus huesudos dedos delicadamente, tabaleando sobre las clavículas de la mujer, al tiempo que aproximaba sus labios a la yugular. Echó el aliento sobre la piel, macerando de ese ancestral modo la tersa capa que separaba la sangre de su paladar y, sin más dilación, hincó los colmillos con ternura.

Chupó el preciado alimento hasta llenar su cavidad bucal, pero justo antes de tragar, justo antes de saciar la sed arrastrada durante milenios, recordó el mandato del juez, y apartó raudo los colmillos para escupir en una probeta el elixir granate de la vida. Pegó la correspondiente etiqueta y pronunció, con tedio de funcionario, las dos palabras que, a la vez, daban por finalizada su faena para dar comienzo otra.

- El siguiente...

Trabajar veinte años para la Seguridad Social había sido su condena. Y aún podía dar gracias, pues tuvo que confesar al inspector de Hacienda que, haciendo cuentas desde el primer día en que se creara ese ministerio, jamás había pagado sus impuestos.

Tras la vista oral quedó claro que debía saldar su deuda con la sociedad a base de trabajos comunitarios. ¿Y qué mayor experiencia podía aportar que no fuera el hecho de haber extraído sangre durante siglos? Por suerte, aún existían personas con miedo a las agujas; necesitadas, por decirlo de algún modo, de un trato más personal. Al principio le costó hacerse a la idea: nuevo horario, nuevo lugar de trabajo y, por primera vez, unos compañeros con los que conversar. Incluso el jefe de enfermeros se había esforzado en proporcionarle una batín color negro tizón para que se sintiera más integrado en el equipo. Con una de esas insulsas prendas blancas jamás podría sentirse a gusto; no sin poder resaltar su extrema palidez. Y, después de todo, ¿dónde podrían encontrarle otra tarea que le dejara tan buen sabor de boca?


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