EL ÚLTIMO VIAJE
Aguardamos el despegue montados en la avioneta, con la incertidumbre de no saber que nos deparará el vuelo. A mi izquierda, una pareja de abuelos; a mi derecha, otra de adolescentes; en frente un padre con su hijo y, a mi espalda... a mi espalda no tengo ni idea, porque ya nos han abrochado los cinturones y el aparato se ha puesto en marcha antes de poderme girar.
Desde el aire, divisamos árboles y caminos cuando, sin más, dan comienzo las turbulencias. Fuertes bandazos nos azotan, como si fuéramos muñecos de trapo que alguien, sin miramientos, quisiera desempolvar. Uno de los ancianos parece perder el conocimiento y se le escurre, por la comisura de una mueca desencajada, la dentadura postiza que hace nada decoraba su sonrisa. Me estremezco. El padre abraza a su retoño. Envuelto en gritos, aún alcanzo a indignarme por el lamentable trance que se ve obligado a vivir ese niño de tan corta edad. La cosa se pone fea. Sin previo aviso, nos encontramos boca abajo cayendo en picado, rezando por un final rápido y redentor.
Un golpe seco detiene la avioneta y todo acaba.
Ríete de mi cara de muerto todo lo que quieras, pero te aseguro que yo, a esa atracción, no vuelvo a subir.
Jajaja, me ha sacado algo más que una sonrisa. Qué tramposas estas historias tuyas con sorpresa final, me gustan :)
ResponderEliminarMe alegra que te gusten. Y tienes toda la razón del mundo, son muy, pero que muy tramposas, aunque siempre intento sorprender más que estafar.
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