sábado, 12 de octubre de 2013
Hay que ver
Hay que ver...
No entiendo el significado de esa frase. ¿Qué hay que ver? ¿Me pierdo algo? ¿Tengo la obligación de ver? Pues no tengo ganas de ver nada ni hacer nada. La verdad, podría estar así todo el día, sin hacer nada. Aunque ahora no sé si eso sería hacer algo, ya que es una decisión premeditada y hay que estar muy quieto para llevarla a cabo.
Alguien podría decir que sí que hago algo: escribir. Puede que lleve razón, pero teclear con un dedo sobre una tablet no creo que fuese la definición que tiene en mente un purista sobre dicha acción. Además, la ejecuto con desgana. Solo esta frase me ha llevado más de treinta tediosos segundos. Buff.
Ahora que estoy aquí, tumbado, callado, con la mirada perdida, casi catatónico, va mi esposa y me pregunta qué me pasa por la mente. Y tengo una duda que me inquieta: ¿quién fue el fenómeno que hizo creer a las mujeres que, cuando andamos alelados, pensamos en cosas interesantes? Yo, por no romper un misterio heredado de nuestros ancestros, contesto que medito sobre mis cosas. Aunque, si dijera la verdad, podría comentar algo del dilema que arrastro desde hace unos minutos por dirimir si utilizo el dedo meñique o el índice para extraer un molesto moco que me impide respirar con normalidad.
No es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Hay demasiadas variables a tener en cuenta para una correcta extracción. Un calibre dactilar adecuado para el orificio, una longitud de uña perfecta para cavar; y todo esto sin olvidar las diferentes consistencias que puede adoptar la viscosidad a tratar. No, no me precipitaré. Aún me quedan unos minutos de meditación ante mi gran decisión. Aunque no puedo dormirme en los laureles o acabaré succionando enérgicamente la mucosidad para no ver comprometido mi resuello.
Soy raro, no lo voy a ocultar. Pero, vamos, no más raro que cualquiera. Y mi mayor rareza es precisamente esa, que no lo oculto. Creo que soy la única persona en el mundo que, en un ascensor, está más incómodo con una conversación intranscendente que con un tenso silencio. Y, claro, al no soltar palabra acabo siendo etiquetado de, por no repetirme, peculiar. Si me conocieran bien se darían cuenta que lo verdaderamente extraño sería que parlotease sobre evidencias atmosféricas, como hacen ellos.
Hay una frase muy romántica, cosa curiosa tratándose de Tarantino, dicha en Pulp Fiction. "Sabes que has encontrado a alguien especial cuando puedes compartir con esa persona un instante de silencio", o algo así (espero que ningún iluso/a piense que voy a levantarme a buscar la frase exacta). Tampoco pretendo tener esos momentos de intimidad con mis vecinos, pero solo espero que, de vez en cuando, puedan respetar esos interminables segundos (sobre todo para ellos) callados, igual que yo respeto la incontinencia verborreica que tanto dominan. A cada uno lo suyo; sin rencores.
Bueno, va siendo hora de hacer algo. No sé; ir a desahogar la vejiga, por ejemplo. O, mejor aún, rotaré levemente quince grados a la izquierda para liberar de presión la arteria de mi pierna derecha. A ver si así dejo de sentir ese inquietante hormigueo. Por suerte, y gracias a mis técnicas de pilates, no tengo que hacer grandes esfuerzos en el giro. El asunto del pis lo dejo para luego, que intuyo que todavía puedo dar un par de cabezadas antes de que mi cuerpo pida, ya de forma inexcusable, desahogarse.
Hay que ver...
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