domingo, 6 de octubre de 2013
Enemigos eternos
Hola, ¿me reconocen? Sí, soy yo. El tipo gordo que hace unos meses hizo todo lo posible por perder peso. Bueno, tantos kilos no perdí, pero si cambié de hábitos. Ahora como más sano, bebo solo agua (vale, reconozco que alguna cerveza cae de vez en cuando) y salgo a pasear cada tarde con mi perro. Así que espero, con el paso del tiempo, adelgazar mucho más. ¿Que por qué lo hice? Pues para lograr lo que todos ansiamos: ser más queridos. Aunque a veces, por mucho que nos esforcemos, no acabamos de lograrlo.
El caso es que el otro día andaba a paso ligero con mi perro, un pastor alemán inquieto llamado Fidel, cuando llegamos a la plaza mayor del pueblo y, de sopetón, me encontré con una reunión de amigos en torno a un banco de madera. Esta clase de charlas entre vecinos me da una envidia horrorosa, sobre todo cuando los veo debatir de esa forma tan animada y jocosa. Bueno, pensé, para esto intento perder grasas; para ganar en auto-estima y tener el valor de interactuar, disfrutando de esta clase de eventos, con la gente de mi entorno. Así que me acerqué al corro para escuchar su encendida dialéctica aunque, eso sí, desde un segundo plano.
Rápidamente advertí la gran variedad de nacionalidades que se encontraban en el ecléctico grupo, pero no me extrañó lo más mínimo. Ya desde el principio de la crisis fueron los extranjeros los primeros en sufrir esta lacra que es el paro, y no es difícil encontrarlos vagando por las calles en busca de trabajo.
En el momento de mi llegada tenía tomada la palabra un africano algo molesto por culpa de algún suceso que no pude llegar a entender a causa de mi tardía incorporación. Pero, sin duda, hacía referencia a sus antepasados.
- ¡Odio!, eso es lo que siento contra los ingleses. Ellos fueron los primeros en esclavizarnos. Y luego hicieron colonias en nuestro país para, con la excusa de alfabetizarnos, explotar nuestras tierras -dijo exaltado.
- Pues nuestro Comandante sí que tiene delito -replicó un mulato con gestos enérgicos- Los castristas tienen bajo su mando a familias enteras viviendo en ciudades que se caen a pedazos por su cabezonería en la lucha contra el capitalismo. Son capaces de matar de hambre a su pueblo por no dar el brazo a torcer. Mi abuela siempre explicaba...
- ¡Ja! Eso no es nada -interrumpió un pequeño hombre coronado con un kipá- Los alemanes son los peores. Nos robaron, nos encerraron y nos exterminaron a miles. Eso jamás lo olvidaremos.
Tanta exhibición de calamidades me recordó a la sala de espera de un ambulatorio. Esos asientos siempre han sido testigos de las mayores discusiones entre jubilados por ver quien había sufrido más operaciones y enfermedades. Es curioso presumir de desgracias, pero al menos esos ancianos las habían sufrido en sus carnes, cosa que no parecía suceder con mis conferenciantes a tenor de sus edades. Pero lo que más me sorprendió fue enterarme de los traumas, rencores y odios que soportaban aquellas personas por hechos ocurridos a miles de kilómetros de distancia y, la mayoría, en tiempos remotos. Unos estigmas en su carácter heredados, sin duda, de sus familiares directos.
Solo llevábamos unos minutos parados cuando mi perro, incapaz de dejar el hocico en reposo más de veinte segundos, hizo honor a su especie y empezó a olisquear el trasero más cercano; casualmente el judío. El hombre, al notar algo duro, frio y húmedo por el canalillo de los mofletes, dio un respingo y se puso en guardia.
- ¡Uy!, perdone -dije mientras tiraba de la correa- no me había dado cuenta.
- ¡¡Un pastor alemán tenía que ser!! ¡Si es que lo llevan en los genes! Solo falta que lo azuce contra mí para que pueda sentir lo mismo que mis antepasados en Auschwitz.
- ¡No, no! Nunca lo pensaría. Además, Fidel es muy bueno. -comenté para quitar trascendencia al malentendido.
- ¡¿Cómo se le ocurre llamar de esa forma al perro?! -me increpó el cubano- ¡Es nombre de dictador! ¿No le da vergüenza?
- No, por Dios, Fidel significa fiel en catalán. Jamás se me pasaría por la cabeza ponerle un nombre así.
En ese momento el africano dio un paso a su derecha para observar al energúmeno (o sea, a mí) que estaba entorpeciendo la asamblea, con la desdicha de aplastar una inmensa caca.
- ¡Por Alá! ¿Así me tengo que ver? Revolcado en la mierda que ha cagado el perro de este gordo terrateniente; igual que mis antepasados. ¡¿Es que no hemos sufrido ya bastante?! -exclamó elevando la vista al cielo.
- No, oiga, que esa boñiga no es de Fidel. Mire, aún llevo el trozo de papel, intacto, con el que recogeré sus excrementos -dije levantando la mano.
Pero ni se inmutaron.
Tras dos segundos de incómodo silencio, y para olvidar lo sucedido, quise retomar el debate donde lo dejaron.
- ¿Sabían que mi abuelo estuvo en la cárcel, en la época de la dictadura franquista, por tener mentalidad de izquierdas? Me explicó que pasó seis años encerrado temiendo que cada día fuera el último de su vida. Es evidente que no deseo que nadie vuelva a pasar por un trance semejante, pero creo que no es justo, ni para mí ni para los hijos de franquistas, que arrastremos la herida de esa barbarie por los siglos de los siglos. Quiero decir que, esa fue la vida de mi abuelo pero, por suerte, no me ha sucedido nada parecido, y veo absurdo guardar rencor a descendientes de fascistas, que ni conozco, ¿no les parece?
Creo que no les pareció. De pronto, como si del equipo de natación sincronizada se tratara, dejaron de ocupar el semi-círculo que rodeaba el banco para, en menos de un pestañeo, bloquearme el paso hacia cualquier dirección por la que se me ocurriese huir.
- Nos intimidas con el perro, mentando al innombrable, y ¿quieres que olvidemos nuestras raíces? -dijo el cubano con cara de pocos amigos.
- ¡¡Eso!! -añadió el judío- ¡Primero me lanzas a las fauces de tu bestia y luego escupes sobre la memoria de nuestros antepasados!
- ¡¡Peor aún!! -gritó el africano desde el banco donde se había sentado para intentar despegarse la plasta del zapato con un palo- ¡Se caga en nuestros orígenes!
Esta es la clase de embrollos que siempre temo. Soy consciente de mi enorme inutilidad para el combate y, como el perro siempre es el noble reflejo de su amo, Fidel no me sirve de mucho; a no ser que sea un enfrentamiento por dirimir quien olfatea más culos por minuto.
Tengo un amigo que siempre profetiza la misma cantinela. "Cuando la cordura se desvanezca y el mundo sea un disparate, has de moldear el espíritu para interiorizar la locura, solo así estarás a salvo". Creo que lo dice porque intuye algo de su acentuada chaladura, y piensa que el día en que sea reconocida le darán un cargo de concejal, o algo parecido. El caso es que, al verme acorralado por mis nuevas "amistades", hice lo que mi buen amigo haría en esta desesperada situación. Recurrir a la demencia.
- ¡Un momento! -dije haciendo ver que escuchaba voces- ¿Habéis oído eso?
El grupo se miró extrañado, cesando su amenazadora marcha.
- ¡Si, si!, es mi madre -dije excitado- Reconozco su politono. No he hablado con ella desde el día de su entierro. ¿Me permiten?
Me acerqué el reloj de pulsera a la oreja izquierda y contesté, presionando un botón de mi camisa, con el dedo índice de la mano derecha, a la aparente llamada.
- ¿Si? ¡Ah!, dime mamá. ¿A cenar? Espera... No te escucho bien -me giré hacia el hombre más próximo y me hice hueco por donde pasar.
- Perdone, es que aquí no hay buena cobertura -le dije apartándolo con la mano- Pero continúen, continúen con lo suyo... -comenté desentendiéndome del asunto- ¡Mamá! ¡¿Me oyes ahora mamá?! Espera, me moveré un poco más.
Y así, paso a paso, pude desaparecer por una de las esquinas de la calle que conduce a mi casa, sin ser molestado, mientras Fidel me acompañaba, dos metros atrás, sin dejar pasar un solo aroma de cuantos ojetes se cruzaron en nuestro camino.
No me gustaría que, por un malentendido, me tomaran manía mis vecinos, así que he decidido dejar de frecuentar la plaza a esas horas para evitar encontronazos indeseables. Al menos de momento. Pero, eso sí, a mi hijo no le comentaré lo sucedido. Él no tiene la culpa de mis meteduras de pata. También sospecho que es muy posible que haya compartido clases, en el colegio, con los descendientes de alguno de esos hombres; y hasta puede que atesoren menos prejuicios que nosotros, los adultos, y sean amigos. Quién sabe.
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parece mentira que el más cuerdo de todos estuviera pendiente de oler culos ;-)))
ResponderEliminarAhí esta la moraleja del cuento: lo importante en esta vida es oler culos.
ResponderEliminarPrincipio válido para perros, claro.
Saludos.
Intentar discutir razonablemente un tema en un corrillo de taberna (aunque no estén en ninguna taberna) es más fantasioso que comunicarse con el espíritu de tu bisabuelo.
ResponderEliminarY además hay que tener en cuenta que los botones tienen una cobertura malísima!
Tienes toda la razón, aunque creo que no es un hecho exclusivo de un corrillo. Pocas veces, a lo largo de la historia, se ha debatido razonablemente un problema entre mandatarios. Pero poco podemos hacer la gente común para lograr tener unos líderes competentes. Ni viviendo en democracia.
EliminarUn saludo, y gracias por comentar.