- ¡Bieeeeeen! - contestó, entregado, el público infantil.
Se encontraban, según rezaba el cartel, en la zona de "El mago Mauricio y sus títeres". Justo en el lugar donde el polvo del viejo Oeste y los adoquines de la antigua China convergían y entremezclaban para disputarse el terreno. La función estaba programada para las cinco de la tarde, pero a nadie extrañó el adelanto de veinte minutos ante la masiva afluencia de espectadores impacientes.
- Me llamo Julia, ¿vosotros cómo os llamáis? -dijo la muñeca, declamando con una perfecta voz de niña.
- ¡Marcos!¡Sandra!¡Marta! -exclamaron los niños más participativos.
- Ahora que somos amigos os presentaré a mi hermano Raul, ¿queréis conocerlo?
- ¡Siiiii! -gritaron al unísono.
- Pues tenéis que llamarlo muy fuerte porque es un dormilón y le cuesta mucho levantarse. Lo despertaremos a la de tres: uno, dos y... tres.
- ¡Raul, Raul, Raul! -se desgañitaron los niños.
Y Raul apareció, con lentos movimientos de insomne, por el lado opuesto del escenario.
- Que paaaasa -balbuceó con desgana- ¿Por qué me despertáis? ¿Ya es hora de trabajar?
- No, hermanito. Es que hice nuevos amigos y te los quería presentar -dijo Julia, señalando con sus manitas de cartón en dirección a la platea.
- ¿Y estás segura de que son nuestros amigos?
- Claro que sí. Y seguro que nos quieren ayudar, ¿verdad niños?
- ¡Siiiiiiii!
- Lo ves tontorrón. ¿Cómo puedes dudar de nuestra amistad?
- No, si yo no dudo. Lo que ocurre es que siempre acaban huyendo y nos dejan solos.
- Pero esta vez no pasará, ¿a que no pasará? -insinuó Julia cabeceando de lado a lado.
- ¡Nooooo! -vociferó la multitud.
- ¿Nos vais a ayudar?
- ¡Siiiiiii!
- Es una tarea muy sencilla, veréis. Tenemos un problema muy, muy, muy grande con nuestro jefe. Nos tiene aquí encerrados y nos hace trabajar mucho, ¿verdad que sí hermanito?
- Es cierto -añadió Raul- Tiempo atrás fuimos un poco malotes, pero aprendimos la lección y prometemos portarnos bien si logramos escapar. Entonces... ¿nos ayudaréis?
- ¡Siiiiiii! -gritaron los niños tras dudar unos instantes.
- ¡Que bien! Ji ji ji -rió Julia con excitación- ¿Sabéis quién es nuestro jefe?
- ¡Nooooo!
- Pues si miráis los carteles que hay a ambos costados lo veréis -dijo Julia ojeando a izquierda y derecha.
- ¿Este? -apuntó una niña con trenzas que se había levantado de su taburete para señalar al mago del póster.
- Exacto -dejó caer Raul con un matiz rencoroso.
- Pero... los magos son buenos. Ayudan a los niños -prosiguió la trenzada niña.
- Sí... sí, sí -murmuró la gran mayoría, de forma indecisa.
- ¡No, este no! -cortó Julia de forma tajante. Y, bruscamente, añadió- Mauricio es un mago malo, y nos ayudaréis a escapar. ¿Entendido?
- Eso -dijo Raul- habéis prometido ayudarnos y es lo que vais a hacer -y añadió con tono coaccionante- O incumpliremos la promesa de portarnos bien.
Ayudado por la inexpresiva mirada de quién posee ojos de botón, Raul se giró hacia el patio de taburetes y lo dejó helado con su malévolo gesto. Ni los adultos, apiñados en un segundo plano, se atrevieron a respirar.
De repente, la niña con trenzas, dio la voz de alarma.
- ¡El mago, está allí!, ¡viene por el camino! -chilló mientras señalaba con el índice.
Todo el mundo se giró, incluyendo los padres, y vieron acercarse a un hombre, abstraído y parsimonioso, con una caperuza en la cabeza y una cerveza en cada mano. Volvieron la vista, casi a la vez, hacia el póster donde aparecían las marionetas, suspendidas gracias a las manos de un sonriente Mauricio; el mismo que se aproximaba. En las décimas de segundo que emplearon para volver a enfocar el escenario, y ver el cuerpo de sus nuevos amiguitos intentando la fuga por un lateral de la barraca, tan solo se les cruzó una pregunta por la mente: ¿quién manejaba los títeres?
El mago, al ver la multitud delante del carro, arrancó a correr gritando.
- ¡No escuchen a esos demonios!, ¡son peligrosos!
Y, tal como pronosticó Raul minutos antes, los espectadores huyeron despavoridos.
El hombre, tras observar la estampida, desaceleró sin prisa la marcha y se aproximó, andando, a la zona abandonada. Impasible, recogió un taburete volcado y acomodó su trasero junto al escenario. Depositó un botellín sobre el pequeño decorado y golpeó dos veces el lateral del mismo.
- ¡¿Mauricio?! Fin de la función -anunció con una sonrisa antes de descubrirse la cabeza y dar un largo tiento a la cerveza que aún sostenía. Era un día extrañamente caluroso para la fecha.
Atravesando el telón apareció una mano desnuda, palpó el escenario, agarró la bebida y la hizo desaparecer, con un movimiento felino, entre bambalinas. Mauricio atesoraba, sin duda, unas manos con tablas escénicas.
Era el último día de trabajo para Manuel y su sobrina. Habían sido contratados, por el gerente del parque de atracciones, para ayudar a Mauricio en la función que había ideado para la quincena de Halloween. No iban a desaprovechar la única ventaja de tener un hermano gemelo, y más encontrándose Manuel en paro.
- Tito. ¿Me compras una Fanta?
Manuel se rascó el bolsillo y sacó un euro para la niña de las trenzas. ¿Cómo iba a negarle un capricho a la única cría que no se espantaba al verle?
- Toma -le dijo alargando el brazo- pero has de volver antes de las cinco y media para la siguiente función. ¿Te acordarás?
- Claro.
Y dando alegres saltitos se alejó. Decidida a despojar de las garras del hombre-lobo vendedor, con un trueque, el deseado refresco.