martes, 29 de octubre de 2013

Mauricio y sus títeres




 - ¡¿Cómo están ustedes?!
 - ¡Bieeeeeen! - contestó, entregado, el público infantil.

Se encontraban, según rezaba el cartel, en la zona de "El mago Mauricio y sus títeres". Justo en el lugar donde el polvo del viejo Oeste y los adoquines de la antigua China convergían y entremezclaban para disputarse el terreno. La función estaba programada para las cinco de la tarde, pero a nadie extrañó el adelanto de veinte minutos ante la masiva afluencia de espectadores impacientes.

 - Me llamo Julia, ¿vosotros cómo os llamáis? -dijo la muñeca, declamando con una perfecta voz de niña.
 - ¡Marcos!¡Sandra!¡Marta! -exclamaron los niños más participativos.
 - Ahora que somos amigos os presentaré a mi hermano Raul, ¿queréis conocerlo?
 - ¡Siiiii! -gritaron al unísono.
 - Pues tenéis que llamarlo muy fuerte porque es un dormilón y le cuesta mucho levantarse. Lo despertaremos a la de tres: uno, dos y... tres.
 - ¡Raul, Raul, Raul! -se desgañitaron los niños.

Y Raul apareció, con lentos movimientos de insomne, por el lado opuesto del escenario.

 - Que paaaasa -balbuceó con desgana- ¿Por qué me despertáis? ¿Ya es hora de trabajar?
 - No, hermanito. Es que hice nuevos amigos y te los quería presentar -dijo Julia, señalando con sus manitas de cartón en dirección a la platea.
 - ¿Y estás segura de que son nuestros amigos?
 - Claro que sí. Y seguro que nos quieren ayudar, ¿verdad niños?
 - ¡Siiiiiiii!
 - Lo ves tontorrón. ¿Cómo puedes dudar de nuestra amistad?
 - No, si yo no dudo. Lo que ocurre es que siempre acaban huyendo y nos dejan solos.
 - Pero esta vez no pasará, ¿a que no pasará? -insinuó Julia cabeceando de lado a lado.
 - ¡Nooooo! -vociferó la multitud.
 - ¿Nos vais a ayudar?
 - ¡Siiiiiii!
 - Es una tarea muy sencilla, veréis. Tenemos un problema muy, muy, muy grande con nuestro jefe. Nos tiene aquí encerrados y nos hace trabajar mucho, ¿verdad que sí hermanito?
 - Es cierto -añadió Raul- Tiempo atrás fuimos un poco malotes, pero aprendimos la lección y prometemos portarnos bien si logramos escapar. Entonces... ¿nos ayudaréis?
 - ¡Siiiiiii! -gritaron los niños tras dudar unos instantes.
 - ¡Que bien! Ji ji ji -rió Julia con excitación- ¿Sabéis quién es nuestro jefe?
 - ¡Nooooo!
 - Pues si miráis los carteles que hay a ambos costados lo veréis -dijo Julia ojeando a izquierda y derecha.
 - ¿Este? -apuntó una niña con trenzas que se había levantado de su taburete para señalar al mago del póster.
 - Exacto -dejó caer Raul con un matiz rencoroso.
 - Pero... los magos son buenos. Ayudan a los niños -prosiguió la trenzada niña.
 - Sí... sí, sí -murmuró la gran mayoría, de forma indecisa.
 - ¡No, este no! -cortó Julia de forma tajante. Y, bruscamente, añadió- Mauricio es un mago malo, y nos ayudaréis a escapar. ¿Entendido?
 - Eso -dijo Raul- habéis prometido ayudarnos y es lo que vais a hacer -y añadió con tono coaccionante- O incumpliremos la promesa de portarnos bien. 

Ayudado por la inexpresiva mirada de quién posee ojos de botón, Raul se giró hacia el patio de taburetes y lo dejó helado con su malévolo gesto. Ni los adultos, apiñados en un segundo plano, se atrevieron a respirar.

De repente, la niña con trenzas, dio la voz de alarma.

 - ¡El mago, está allí!, ¡viene por el camino! -chilló mientras señalaba con el índice.

Todo el mundo se giró, incluyendo los padres, y vieron acercarse a un hombre, abstraído y parsimonioso, con una caperuza en la cabeza y una cerveza en cada mano. Volvieron la vista, casi a la vez, hacia el póster donde aparecían las marionetas, suspendidas gracias a las manos de un sonriente Mauricio; el mismo que se aproximaba. En las décimas de segundo que emplearon para volver a enfocar el escenario, y ver el cuerpo de sus nuevos amiguitos intentando la fuga por un lateral de la barraca, tan solo se les cruzó una pregunta por la mente: ¿quién manejaba los títeres? 

El mago, al ver la multitud delante del carro, arrancó a correr gritando.

 - ¡No escuchen a esos demonios!, ¡son peligrosos!

Y, tal como pronosticó Raul minutos antes, los espectadores huyeron despavoridos.

El hombre, tras observar la estampida, desaceleró sin prisa la marcha y se aproximó, andando, a la zona abandonada. Impasible, recogió un taburete volcado y acomodó su trasero junto al escenario. Depositó un botellín sobre el pequeño decorado y golpeó dos veces el lateral del mismo.

 - ¡¿Mauricio?! Fin de la función -anunció con una sonrisa antes de descubrirse la cabeza y dar un largo tiento a la cerveza que aún sostenía. Era un día extrañamente caluroso para la fecha.

Atravesando el telón apareció una mano desnuda, palpó el escenario, agarró la bebida y la hizo desaparecer, con un movimiento felino, entre bambalinas. Mauricio atesoraba, sin duda, unas manos con tablas escénicas.

Era el último día de trabajo para Manuel y su sobrina. Habían sido contratados, por el gerente del parque de atracciones, para ayudar a Mauricio en la función que había ideado para la quincena de Halloween. No iban a desaprovechar la única ventaja de tener un hermano gemelo, y más encontrándose Manuel en paro.

 - Tito. ¿Me compras una Fanta?

Manuel se rascó el bolsillo y sacó un euro para la niña de las trenzas. ¿Cómo iba a negarle un capricho a la única cría que no se espantaba al verle?

 - Toma -le dijo alargando el brazo- pero has de volver antes de las cinco y media para la siguiente función. ¿Te acordarás?
 - Claro.

Y dando alegres saltitos se alejó. Decidida a despojar de las garras del hombre-lobo vendedor, con un trueque, el deseado refresco.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Microrrelato



Soy consciente de que esto no es agradable para el mundo en general, pero la enorme ignorancia que atesoro me envalentona, irremediablemente, a flirtear con cualquier forma de expresión literaria. Hoy toca el microrrelato. Espero y deseo, por el bien de los lectores casuales, que el destrozo sea leve. Al resto no os diré nada, pues sospecho que ya estáis inmunizados a estas atrocidades.



Ruptura

Un día soleado. Una ciudad. Un barrio. Una cafetería. Una terraza. Una pareja.
Ella una coca-cola, él una cerveza y diez segundos de silencio.
Ella mirando a la cara y él contemplando el suelo.

 - Me lo podías haber dicho antes de venir -dijo ella enfadada.
 - Si, lo siento. No tuve valor -murmuró él sin desviar la vista de la baldosa.
 - ¿Por qué dejaste que viniera de vacaciones si pensabas romper la relación?
 - No lo sé. Creo que quería que te llevaras un buen recuerdo de mí.
 - Pues lo siento por ti, pero la imagen de este cobarde no creo que desaparezca tan fácilmente de mi memoria -dijo mirándole de arriba a abajo.

Acabaron las bebidas, la acompañó en silencio a la estación de autobuses y se despidieron con un abrazo. Él deseando que lo perdonara, ella deseando no perdonarlo jamás.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Fiesta Nacional




12 de Octubre: día de la Hispanidad o Fiesta Nacional de España. He buscado la definición de fiesta y voy a exponer todas las acepciones encontradas.

 1. Reunión de personas como diversión.
 2. Solemnidad civil o religiosa en conmemoración de algún acontecimiento o fecha especial, y día en que se celebra.
 3. Día en que no se trabaja.
 4. Actividades culturales y diversiones que se celebran en una localidad en unos días determinados.
 5. Periodo de vacaciones por alguna fiesta, sobre todo religiosa.
 6. Agasajo, caricia u obsequio.

Así, a primera vista, parece ser un día donde no se trabaja y se pasa en grande haciendo actividades en comunión. Pues no sé que pensar; o la gente monta la fiesta en secreto, o los medios de comunicación la ocultan o, simplemente, no existe tal fiesta. ¿O hay alguien que la celebre? Ah, sí... las Fuerzas Armadas.

Soy una de tantas personas que hizo el servicio militar y puedo asegurar que el doce de Octubre que viví dentro de la institución no me pareció ningún jolgorio. De hecho tuve que desfilar, como todo el mundo, y permanecer horas variando entre la posición de descanso, firmes o presentando armas, para contentar al General de División que nos visitaba. Creo recordar que la mayor deferencia que tuvieron con nosotros fue un sustento algo más digno del habitual. No, eso no fue una fiesta. ¿Dónde estaba la diversión?

Me resulta curioso que, en un país con la fama fiestera de España, no sean capaces de montar una buena juerga nacional. Se podría empezar por concertar un partido de fútbol, deporte mayoritariamente venerado por todos, de la selección para que coincidiera con la fecha en cuestión. Este año casi lo consiguen. Y, por coherencia, lo mismo debería suceder con las corridas de toros.

Otra forma de celebración podría ser potenciar con ferias o concursos las tradiciones más arraigadas de los ciudadanos en días festivos. La comida en forma de tapas, por ejemplo, es uno de los ocios más extendidos que utilizamos para disfrutar en reunión.

Y actos culturales tampoco deberían faltar. Conciertos multitudinarios, debates o presentaciones con autores literarios, sesiones especiales de clásicos en cines; en definitiva, cosas extraordinarias que hagan disfrutar a la gente, haciéndola sentir que es un día realmente especial.

Pero no. El único acto, y que me corrijan si me equivoco, es el de las Fuerzas Armadas. También, y para complementar al ya mencionado, hay una recepción de mandatarios en una sala Versallesca del Palacio Real, donde la mayor expresión de efusividad es un ¡Viva España! exclamado, sin demasiado entusiasmo, por el príncipe. Pues vale, pero me he quedado igual de frío que un día laborable.

Meditando sobre el tema he llegado a una nueva tesis sobre la Fiesta Nacional. Puede que, sin hacer nada, se esté homenajeando a la mayor tradición en estos últimos años: el paro. ¿Existe mejor ofrenda?




sábado, 12 de octubre de 2013

Hay que ver



Hay que ver...

No entiendo el significado de esa frase. ¿Qué hay que ver? ¿Me pierdo algo? ¿Tengo la obligación de ver? Pues no tengo ganas de ver nada ni hacer nada. La verdad, podría estar así todo el día, sin hacer nada. Aunque ahora no sé si eso sería hacer algo, ya que es una decisión premeditada y hay que estar muy quieto para llevarla a cabo.

Alguien podría decir que sí que hago algo: escribir. Puede que lleve razón, pero teclear con un dedo sobre una tablet no creo que fuese la definición que tiene en mente un purista sobre dicha acción. Además, la ejecuto con desgana. Solo esta frase me ha llevado más de treinta tediosos segundos. Buff.

Ahora que estoy aquí, tumbado, callado, con la mirada perdida, casi catatónico, va mi esposa y me pregunta qué me pasa por la mente. Y tengo una duda que me inquieta: ¿quién fue el fenómeno que hizo creer a las mujeres que, cuando andamos alelados, pensamos en cosas interesantes? Yo, por no romper un misterio heredado de nuestros ancestros, contesto que medito sobre mis cosas. Aunque, si dijera la verdad, podría comentar algo del dilema que arrastro desde hace unos minutos por dirimir si utilizo el dedo meñique o el índice para extraer un molesto moco que me impide respirar con normalidad.

No es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Hay demasiadas variables a tener en cuenta para una correcta extracción. Un calibre dactilar adecuado para el orificio, una longitud de uña perfecta para cavar; y todo esto sin olvidar las diferentes consistencias que puede adoptar la viscosidad a tratar. No, no me precipitaré. Aún me quedan unos minutos de meditación ante mi gran decisión. Aunque no puedo dormirme en los laureles o acabaré succionando enérgicamente la mucosidad para no ver comprometido mi resuello.

Soy raro, no lo voy a ocultar. Pero, vamos, no más raro que cualquiera. Y mi mayor rareza es precisamente esa, que no lo oculto. Creo que soy la única persona en el mundo que, en un ascensor, está más incómodo con una conversación intranscendente que con un tenso silencio. Y, claro, al no soltar palabra acabo siendo etiquetado de, por no repetirme, peculiar. Si me conocieran bien se darían cuenta que lo verdaderamente extraño sería que parlotease sobre evidencias atmosféricas, como hacen ellos.

Hay una frase muy romántica, cosa curiosa tratándose de Tarantino, dicha en Pulp Fiction. "Sabes que has encontrado a alguien especial cuando puedes compartir con esa persona un instante de silencio", o algo así (espero que ningún iluso/a piense que voy a levantarme a buscar la frase exacta). Tampoco pretendo tener esos momentos de intimidad con mis vecinos, pero solo espero que, de vez en cuando, puedan respetar esos interminables segundos (sobre todo para ellos) callados, igual que yo respeto la incontinencia verborreica que tanto dominan. A cada uno lo suyo; sin rencores.

Bueno, va siendo hora de hacer algo. No sé; ir a desahogar la vejiga, por ejemplo. O, mejor aún, rotaré levemente quince grados a la izquierda para liberar de presión la arteria de mi pierna derecha. A ver si así dejo de sentir ese inquietante hormigueo. Por suerte, y gracias a mis técnicas de pilates, no tengo que hacer grandes esfuerzos en el giro. El asunto del pis lo dejo para luego, que intuyo que todavía puedo dar un par de cabezadas antes de que mi cuerpo pida, ya de forma inexcusable, desahogarse.

Hay que ver...

domingo, 6 de octubre de 2013

Enemigos eternos



Hola, ¿me reconocen? Sí, soy yo. El tipo gordo que hace unos meses hizo todo lo posible por perder peso. Bueno, tantos kilos no perdí, pero si cambié de hábitos. Ahora como más sano, bebo solo agua (vale, reconozco que alguna cerveza cae de vez en cuando) y salgo a pasear cada tarde con mi perro. Así que espero, con el paso del tiempo, adelgazar mucho más. ¿Que por qué lo hice? Pues para lograr lo que todos ansiamos: ser más queridos. Aunque a veces, por mucho que nos esforcemos, no acabamos de lograrlo.

El caso es que el otro día andaba a paso ligero con mi perro, un pastor alemán inquieto llamado Fidel, cuando llegamos a la plaza mayor del pueblo y, de sopetón, me encontré con una reunión de amigos en torno a un banco de madera. Esta clase de charlas entre vecinos me da una envidia horrorosa, sobre todo cuando los veo debatir de esa forma tan animada y jocosa. Bueno, pensé, para esto intento perder grasas; para ganar en auto-estima y tener el valor de interactuar, disfrutando de esta clase de eventos, con la gente de mi entorno. Así que me acerqué al corro para escuchar su encendida dialéctica aunque, eso sí, desde un segundo plano.
Rápidamente advertí la gran variedad de nacionalidades que se encontraban en el ecléctico grupo, pero no me extrañó lo más mínimo. Ya desde el principio de la crisis fueron los extranjeros los primeros en sufrir esta lacra que es el paro, y no es difícil encontrarlos vagando por las calles en busca de trabajo.
En el momento de mi llegada tenía tomada la palabra un africano algo molesto por culpa de algún suceso que no pude llegar a entender a causa de mi tardía incorporación. Pero, sin duda, hacía referencia a sus antepasados.

 - ¡Odio!, eso es lo que siento contra los ingleses. Ellos fueron los primeros en esclavizarnos. Y luego hicieron colonias en nuestro país para, con la excusa de alfabetizarnos, explotar nuestras tierras -dijo exaltado.
 - Pues nuestro Comandante sí que tiene delito -replicó un mulato con gestos enérgicos- Los castristas tienen bajo su mando a familias enteras viviendo en ciudades que se caen a pedazos por su cabezonería en la lucha contra el capitalismo. Son capaces de matar de hambre a su pueblo por no dar el brazo a torcer. Mi abuela siempre explicaba...
 - ¡Ja! Eso no es nada -interrumpió un pequeño hombre coronado con un kipá- Los alemanes son los peores. Nos robaron, nos encerraron y nos exterminaron a miles. Eso jamás lo olvidaremos.

Tanta exhibición de calamidades me recordó a la sala de espera de un ambulatorio. Esos asientos siempre han sido testigos de las mayores discusiones entre jubilados por ver quien había sufrido más operaciones y enfermedades. Es curioso presumir de desgracias, pero al menos esos ancianos las habían sufrido en sus carnes, cosa que no parecía suceder con mis conferenciantes a tenor de sus edades. Pero lo que más me sorprendió fue enterarme de los traumas, rencores y odios que soportaban aquellas personas por hechos ocurridos a miles de kilómetros de distancia y, la mayoría, en tiempos remotos. Unos estigmas en su carácter heredados, sin duda, de sus familiares directos.
Solo llevábamos unos minutos parados cuando mi perro, incapaz de dejar el hocico en reposo más de veinte segundos, hizo honor a su especie y empezó a olisquear el trasero más cercano; casualmente el judío. El hombre, al notar algo duro, frio y húmedo por el canalillo de los mofletes, dio un respingo y se puso en guardia.

 - ¡Uy!, perdone -dije mientras tiraba de la correa- no me había dado cuenta.
 - ¡¡Un pastor alemán tenía que ser!! ¡Si es que lo llevan en los genes! Solo falta que lo azuce contra mí para que pueda sentir lo mismo que mis antepasados en Auschwitz.
 - ¡No, no! Nunca lo pensaría. Además, Fidel es muy bueno. -comenté para quitar trascendencia al malentendido.
 - ¡¿Cómo se le ocurre llamar de esa forma al perro?! -me increpó el cubano- ¡Es nombre de dictador! ¿No le da vergüenza?
 - No, por Dios, Fidel significa fiel en catalán. Jamás se me pasaría por la cabeza ponerle un nombre así.

En ese momento el africano dio un paso a su derecha para observar al energúmeno (o sea, a mí) que estaba entorpeciendo la asamblea, con la desdicha de aplastar una inmensa caca.

 - ¡Por Alá! ¿Así me tengo que ver? Revolcado en la mierda que ha cagado el perro de este gordo terrateniente; igual que mis antepasados. ¡¿Es que no hemos sufrido ya bastante?! -exclamó elevando la vista al cielo.
 - No, oiga, que esa boñiga no es de Fidel. Mire, aún llevo el trozo de papel, intacto, con el que recogeré sus excrementos -dije levantando la mano.

Pero ni se inmutaron.
Tras dos segundos de incómodo silencio, y para olvidar lo sucedido, quise retomar el debate donde lo dejaron.

 - ¿Sabían que mi abuelo estuvo en la cárcel, en la época de la dictadura franquista, por tener mentalidad de izquierdas? Me explicó que pasó seis años encerrado temiendo que cada día fuera el último de su vida. Es evidente que no deseo que nadie vuelva a pasar por un trance semejante, pero creo que no es justo, ni para mí ni para los hijos de franquistas, que arrastremos la herida de esa barbarie por los siglos de los siglos. Quiero decir que, esa fue la vida de mi abuelo pero, por suerte, no me ha sucedido nada parecido, y veo absurdo guardar rencor a descendientes de fascistas, que ni conozco, ¿no les parece?

Creo que no les pareció. De pronto, como si del equipo de natación sincronizada se tratara, dejaron de ocupar el semi-círculo que rodeaba el banco para, en menos de un pestañeo, bloquearme el paso hacia cualquier dirección por la que se me ocurriese huir.

 - Nos intimidas con el perro, mentando al innombrable, y ¿quieres que olvidemos nuestras raíces? -dijo el cubano con cara de pocos amigos.
 - ¡¡Eso!! -añadió el judío- ¡Primero me lanzas a las fauces de tu bestia y luego escupes sobre la memoria de  nuestros antepasados!
 - ¡¡Peor aún!! -gritó el africano desde el banco donde se había sentado para intentar despegarse la plasta del zapato con un palo- ¡Se caga en nuestros orígenes!

Esta es la clase de embrollos que siempre temo. Soy consciente de mi enorme inutilidad para el combate y, como el perro siempre es el noble reflejo de su amo, Fidel no me sirve de mucho; a no ser que sea un enfrentamiento por dirimir quien olfatea más culos por minuto.
Tengo un amigo que siempre profetiza la misma cantinela. "Cuando la cordura se desvanezca y el mundo sea un disparate, has de moldear el espíritu para interiorizar la locura, solo así estarás a salvo". Creo que lo dice porque intuye algo de su acentuada chaladura, y piensa que el día en que sea reconocida le darán un cargo de concejal, o algo parecido. El caso es que, al verme acorralado por mis nuevas "amistades", hice lo que mi buen amigo haría en esta desesperada situación. Recurrir a la demencia.

 - ¡Un momento! -dije haciendo ver que escuchaba voces- ¿Habéis oído eso?

El grupo se miró extrañado, cesando su amenazadora marcha.

 - ¡Si, si!, es mi madre -dije excitado- Reconozco su politono. No he hablado con ella desde el día de su entierro. ¿Me permiten?

Me acerqué el reloj de pulsera a la oreja izquierda y contesté, presionando un botón de mi camisa, con el dedo índice de la mano derecha, a la aparente llamada.

 - ¿Si? ¡Ah!, dime mamá. ¿A cenar? Espera... No te escucho bien -me giré hacia el hombre más próximo y me hice hueco por donde pasar.
 - Perdone, es que aquí no hay buena cobertura -le dije apartándolo con la mano- Pero continúen, continúen con lo suyo... -comenté desentendiéndome del asunto- ¡Mamá! ¡¿Me oyes ahora mamá?! Espera, me moveré un poco más.

Y así, paso a paso, pude desaparecer por una de las esquinas de la calle que conduce a mi casa, sin ser molestado, mientras Fidel me acompañaba, dos metros atrás, sin dejar pasar un solo aroma de cuantos ojetes se cruzaron en nuestro camino.

No me gustaría que, por un malentendido, me tomaran manía mis vecinos, así que he decidido dejar de frecuentar la plaza a esas horas para evitar encontronazos indeseables. Al menos de momento. Pero, eso sí, a mi hijo no le comentaré lo sucedido. Él no tiene la culpa de mis meteduras de pata. También sospecho que es muy posible que haya compartido clases, en el colegio, con los descendientes de alguno de esos hombres; y hasta puede que atesoren menos prejuicios que nosotros, los adultos, y sean amigos. Quién sabe.