sábado, 14 de septiembre de 2013

Mala baba





Todos tenemos absurdos traumas infantiles que arrastraremos hasta el fin de nuestros días. Es así, creo que si no los superaste en su momento no hay vuelta atrás para volver a intentarlo. Y no volverás a esforzarte en dominarlos porque son totalmente irrelevantes y sería hacer una insensata regresión a la niñez.

Que yo recuerde ahora mismo cuento con dos espinas clavadas en ese trozo de cerebro que guardo para recordar mi pueril existencia. La primera es hacer girar una peonza, de forma correcta, más de tres segundos. Nunca fui capaz y acabé harto de ser humillado por mis congéneres. Y la segunda, y razón de esta entrada, es mi famosa inutilidad a la hora de escupir.

Si, envidiaba a esas llamas humanas que podían llenar un dedal a cuatro metros de distancia. Nunca comprenderé qué características hacían falta para manejar ese fluido corporal con tal maestría. ¿Quizás una lengua viperina? ¿Unos dientes espaciados para tener la vía de escape perfecta? ¿O una densidad salivar a la altura del cemento? Se me escapan las peculiaridades de tan húmedo arte.

Intenté por todos los medios empaparme con las enseñanzas de mis compañeros. Y, de alguna forma, lo conseguí. Cada vez que procuraba proyectar un salivazo a la estratosfera acababa bañado, por mi propia torpeza, entre la barbilla y algún punto inconcreto no más allá de mis pies. Puede que atesore una baba miedosa del mundo, incapaz de romper los lazos/hilillos con su progenitor. Aunque los continuos intentos de fuga, que protagoniza cada vez que echo la siesta, me hace sospechar que su trastorno se acerca más al pánico a volar.

A veces intento imaginar qué hubiera sido de mi vida si poseyera ese don. Podría espantar abejas a una distancia segura, sin el riesgo de ser atacado como cuando lo hago con la mano. Y, quien sabe; poder apagar unas velas con dos certeros escupitajos, tras una cena romántica, bien podría impresionar a cualquier chica. Aunque ahora dudo si ese destello de genialidad jugaría a mi favor o en mi contra.

No quiero acabar este homenaje a mi incapacidad sin aclarar que la admiración va dirigida única y exclusivamente al escupitajo, y no al gargajo. Mientras que el primero es un alarde de técnica y control, el segundo es tan solo una expectoración asquerosa de flemas. Hay una diferencia de peso, literalmente.

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