domingo, 1 de septiembre de 2013

Esto trae cola





Hay sitios mágicos en el mundo. Lugares donde no se explican las leyes de la física y suceden cosas extraordinarias. Por poner un par de ejemplos podríamos hablar del Triángulo de las Bermudas, donde sucedieron desapariciones misteriosas; o de las Pirámides de Egipto, que su sola construcción ya supone un enigma. Pero me centraré en escribir sobre un lugar donde ocurren cosas inimaginables. Un sitio que se puede crear, por la comunión entre seres humanos, en cualquier parte. Me refiero a esa ristra de personas, esperando su turno, denominada cola.

Quiero creer que se inventaron para atender a la gente de forma civilizada aunque, asombrosamente, acaben siendo uno de los lugares más hostiles de cuantos conozco. Uno supone que puede estar tranquilo al ocupar su sitio en la hilera, pero no es así. Todas las personas que se sitúen detrás tuyo intentarán, irremediablemente, colarse. Y no escatimarán en trucos, brujería y hechizos para lograrlo.

Siempre intento situarme en el último lugar porque tengo miedo de que algún loco me mande un sicario, pero mi preocupación aumenta cuando las colas avanzan y, sin proponérmelo, acabo escalando posiciones. Así que, normalmente, acabo sufriendo algún ataque indeseado.

Ayer mismo andaba con mi mujer en la cola de un super. Empecé a mirar a izquierda y derecha por encima del hombro, pues ya llegaba nuestro turno y me esperaba lo peor, cuando a una dependienta, que volvía al trabajo tras el almuerzo, se le ocurrió abrir una caja y pedir a los clientes que pasaran por orden de cola. Di un paso hacia la cajera y tuvimos la suerte de dudar un segundo, porque aparecieron volando, a la altura de la cabeza, cinco barras de cuarto que habían sido proyectadas desde la sección de frutería. Si llega a ser mi esposa la que hubiera dado esa zancada le habrían arrancado un pendiente de la oreja.

Pero el lanzamiento certero, que hizo aterrizar el pan sin un solo rasguño sobre la cinta transportadora, no fue lo mas extraordinario. Tras ellas se acercaba una mujer octogenaria, con una velocidad de movimientos que ya la querría para él un jugador de ping pong. Nos esquivó con el cuerpo cual banderillero y, en lugar de clavar dardos, depositó sobre el soporte mecánico dos paquetes de galletas.

¡Maravilloso!, ¡excepcional!, ¡sobresaliente! Aún no sé como pude reprimir las ganas de aplaudir. Y pensar que, tan solo unos minutos antes, tuve que ayudar a esa abuela porque le era imposible alcanzar las obleas. Tampoco me mortifiqué, pues entiendo que cualquier anciana jubilada debe tener muchos quehaceres pendientes un Sábado a las diez de la mañana y sus prisas son totalmente justificadas, pero ¿alguien puede dudar del poder curativo de una cola? Yo no, desde luego. Es más, cuando Jesucristo obró su famoso milagro de hacer caminar a un tullido, estoy seguro que la frase completa fue "levántate y anda, hasta el principio de la cola".

Unas horas más tarde me encontraba, nuevamente, formando parte de una construcción humana en forma de espagueti, cuando fui testigo de otro prodigio. En esta ocasión ocupaba mi lugar favorito en la cola de un restaurante de comida rápida. Pues no sé cómo, ni cuándo, ni porqué, pero creo que me desmaterialicé. Si, como leéis, dejé de existir durante unos segundos. Y la prueba me la dio una chica que se instaló a pocos centímetros de mi espalda de la que pude escuchar, sintiendo su aliento en mi oreja, cómo preguntaba por el último de la fila al chico situado delante mío. En ese momento, al no ser consciente de mi cambio de estado, me extrañé. Aunque al mencionarle que la persona a la que se refería era yo, pude reaparecer, ante ella, como un fantasma escapado del averno, a juzgar por su cara de sorpresa. Pero no acabó ahí la magia.

Ya habíamos consumido veinte minutos de espera en la hilera, cosa curiosa tratándose de un local que anuncia "comida rápida", cuando caí en la cuenta de que la cola se dividía en varios ramales. Si ya suelo sufrir en una sola hilera, imaginaos cuando uno puede ser atacado desde tantos frentes. Hice acopio de toda mi valentía y escogí, al azar, una línea para continuar con la procesión, volviendo a estrenar mi condición de última persona. Pues volvió a suceder; y con la misma muchacha. Pero esta vez desaparecimos la totalidad de la cola, a excepción del primer individuo. Al parecer el fenómeno se manifestaba con mayor intensidad al aproximarnos al mostrador.

La joven preguntó, de la forma en que tradicionalmente lo hacía, al único, según su parecer, ocupante del lugar. Quise interceder en la conversación, por mi experiencia recientemente adquirida en romper encantamientos, y le comenté a la chica que, a no ser que esta fuera la única cola en el planeta que se orientara en sentido inverso, continuaba siendo yo el último.

Por suerte no tuve que exponerme a un nuevo suplicio y pudimos volver a casa sanos y salvos porque, si llego a protagonizar una nueva contienda, me hubiese sentido totalmente superado por tanto fenómeno inexplicable en un solo día.

3 comentarios:

  1. Interesante asunto el de las colas. Yo también odio las colas, y creía que todo el mundo las odiaba, pero sin embargo hay personas que disfrutan en ellas. Una vez estaba yo padeciendo lo mío en una cola inevitable, y al cabo de unos minutos, la persona que tenía delante se gira, me mira y me pregunta: ¿esta cola para qué es?.
    La daba igual para lo que fuera, lo importante era estar en ella. De hecho he observado a personas que van andando a sus quehaceres por la calle y como vean una cola, acuden corriendo a ponerse al final con intención de echar la tarde allí. Les gusta.

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    1. Si, reconozco ese extraño fenómeno. Para alguna gente la palabra "cola" es sinónimo de "algo gratis".
      Y esa afirmación de que hay gente que le gustan las colas es totalmente cierta y demostrable. Y si no que alguien me explique por qué se forman colas, una hora antes, en recintos donde los asientos están numerados (véase cines, teatros, aviones, etc...).

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  2. Ahora que lo pienso (si, pienso muy despacio) es posible que ese hombre comenzara su espera en la cola sabiendo de que se trataba pero, por arte de magia (y corroborando mi teoría), sufriera de amnesia temporal.
    Es más, puede que realmente no le guste a nadie formar parte de una cola pero su atracción es irremediable ante las maravillas que les depara.

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