viernes, 23 de agosto de 2013

Visita extraterrestre




Nº 1759                                    INFORME DE POSESIÓN TERRESTRE



Una vez más nos encontramos, bajo su consentimiento y complicidad , en el interior de la conciencia de un ser humano terrestre para, durante un día, estudiar y analizar el comportamiento, formas de comunicación y características culturales de esta civilización. A continuación relatamos las experiencias más destacables:

6:30 am - El Ser que poseemos se levanta, orina, se viste, desayuna y sale por la puerta dispuesto a empezar una nueva jornada laboral. Nos comenta que aún no es persona, pero su mente le capacita para montar en el furgón y conducir, según él, con el piloto automático.

7:22 am - Llegamos al almacén donde ha de cargar la mercancía y acula el vehículo en el muelle asignado. Nos presentamos en la oficina para recibir la faena. Continua sin ser persona, pero su cerebro es capaz de mandar una orden para que su boca esboce un, apenas perceptible, "buenas". Algunos Seres contestan al saludo y otros no. Detectamos enfado por parte de nuestro colaborador hacia las entidades que no respondieron.

7:25 am - Tras repasar concienzudamente las entregas, y evaluar el tiempo estimado para cada una, el Ser que poseemos nos explica que ya conoce el 95% de los clientes, pero hay una entrega en concreto que le ha llamado poderosamente la atención. Se trata de un pequeño paquete, de 2 kg de peso y remitido desde una ciudad llamada Sevilla, donde se puede leer lo siguiente:
Destino: Paco El Alpinista
Dirección: Calle Caldes de Montbui 17
Población: Mollet del Vallés, Barcelona
Le sorprende el hecho de que en el apartado del destinatario aparezca el nombre de una persona, incluyendo su mote, y no el de un comercio, pero hasta que no llegue al destino no podrá aclarar el misterio.

8:03 am - Abandonamos el almacén y nos dirigimos hacia un recinto donde poder almorzar. El  Ser que poseemos ha de alimentarse frecuentemente para poder trabajar durante el día sin desfallecer. Durante el trayecto nos informa de los aparatos de comunicación empleados para agilizar la tarea: teléfono móvil y radio emisora en frecuencia corta de un alcance aproximado de 50 Km.

8:09 am - Entramos en un comercio donde venden alimentos basados en masa de trigo horneada. Nuestro anfitrión selecciona un alimento en forma de rulo que su cartel denomina "caña de crema". Tras el primer bocado detecta que el relleno es "cabello de ángel" y rechaza continuar con el sustento. No puede devolver la ración porque ya ha sido contaminada con su saliva, pero odia tanto ese sabor que solo es capaz de roer, con una increíble destreza, la parte externa del hojaldre y desecha el resto. Curiosamente nadie cambia la información del rótulo, con lo que suponemos que los siguientes clientes que decidan alimentarse con el mismo refrigerio también caerán en el engaño.

11:46 am - Entregamos paquetes por los pueblos hasta que llegamos a la dirección de la entrega que tanta curiosidad ha despertado anteriormente. Investiga por los alrededores durante unos segundos y empieza a reír. Parece ser que, nuevamente, ha habido un error. En la dirección indicada hay un comercio llamado Racó de l'Alquimista que, según nuestro compañero, es donde se debe entregar el bulto. Nos cuenta que el equívoco se produjo, seguramente, al copiar el nombre del comercio por teléfono ya que el dictador hablaba en un idioma y el receptor apuntó, en otro dialecto, Paco El Alpinista.

01:22 pm - Volvemos al almacén para descargar la mercancía recogida y entramos en el comedor para abastecer al cuerpo con nuevos alimentos. Nos acercamos a un armario plastificado llamado "máquina expendedora" para extraer un recipiente metálico y cilíndrico que contenga un líquido denominado Coca-Cola Zero. Al hundir el correspondiente pulsador el ingenio nos estafa con Fanta Limón. Esta vez parece haber sido un error del reponedor de bebidas.

02:45 pm - Regresamos al vehículo para proseguir, esta vez, con las órdenes de recogida que nos hacen llegar vía mensaje de texto a través del teléfono móvil de empresa. Este tiene la peculiaridad de ser solo receptor y no poder transmitir a otros números que no pertenezcan a la compañía para la que trabaja el Ser.

04:53 pm - A través de los ojos de nuestro amigo podemos leer un mensaje curioso que llega a su teléfono móvil que pasamos a reproducir:
Hola José, te echo de menos. Lo que me hiciste ayer con la boca lo voy a repetir sobre tu verga en cuanto nos veamos. Mis padres han salido a comprar. Si vienes ahora mismo tenemos unas 2 horas para que puedas encularme a gusto. No tardes. David. 
Por la sorpresa y carcajadas que realiza y, también, por no coincidir ni el nombre ni la inclinación sexual de nuestro guía, deducimos que es otro equívoco. Mientras nuestro cicerone nos explica que se trata de un error común en estos aparatos de comunicación nos interrumpe un nuevo escrito del mismo remitente que pasamos a transcribir:
Hola, soy David. El mismo del anterior mensaje. Perdona, pero no era para ti. Te pido disculpas.
Ahora, el Ser que poseemos, ha de estacionar el vehículo para no tener un accidente dado que no puede controlar los espasmos que le produce su cuerpo al troncharse de risa. Cuando logra recomponerse nos enseña, para demostrar lo habitual que son esta clase de meteduras de pata, otro mensaje perdido de otro Ser que copiamos:
Cari, soy yo. Saca al perro y ve a comprar pan ¡¡YA!!
Notamos como nuestro asesor sonríe, mentalmente, pensando en las posibles consecuencias que le trajo el extraviado mensaje al destinatario original del mismo.

05:31 pm - Durante el transcurso de la jornada no paramos de escuchar constantes comunicaciones entre los trabajadores por medio de la emisora en onda corta, pero queremos escenificar la producida en este momento al no encontrarle ningún sentido:
- Base a móvil 3, base a móvil 3. ¿me recibes?, cambio.
- Aqui movil 3, dime. Cambio.
- ¿Dónde estás movil 3?, cambio.
- En el camión, dime. Cambio.
- Pero, ¿por dónde vas?, cambio.
- Por la carretera. ¡Dime! ¡Cambio!
- Pero... ¿Como lo llevas?, cambio.
- Pues con una mano en el volante y la otra en el cambio de marcha. ¡¡¿Qué cojones te dará como lo lleve si me vas a dar la faena igual?!! ¡¡CAMBIO!!
- .... Vale, apunta...

06:47 pm - Al acabar la jornada laboral hemos regresado al hogar del Ser que poseemos y se reúne con su familia bajo el mismo techo, se asea y mira un programa deportivo en el televisor del comedor. Su hijo está en su cuarto delante de otro aparato receptor que se conecta a una red virtual y su mujer en la cocina viendo un estridente programa televisivo.

08:56 pm - Llamada al vástago mediante una aplicación del teléfono, aún estando a pocos metros de él, y toma de energía todos juntos, en silencio, sin apartar la mirada del televisor.

10:23 pm - Traslado corporal de la cocina al comedor donde se prosigue con el visionado del televisor por parte de los adultos mientras el descendiente vuelve a su habitáculo. Apenas hemos percibido unas pocas frases articuladas entre los componentes del hogar en estas 4 horas. Nuestro sherpa nos explica que este bajo rendimiento en la intercomunicación se debe a una costumbre humana llamada rutina.

11:33 pm - El Ser que poseemos se despide de nosotros y nos cuenta que descansará unas 7 horas antes de comenzar un nuevo día.


Conclusiones

Sin duda, y comparando esta visita con la realizada hace 3000 años terrestres, nos percatamos rápidamente de la evolución tecnológica en casi todos los campos que dominan. La mayor paradoja que encontramos es certificar que una gran  variedad de aparatos de comunicación no implica, necesariamente, un mejor entendimiento, aunque reconocemos que poseen una paciencia infinita y una tolerancia al error desmesurada.


jueves, 22 de agosto de 2013

Atropellada declaración de principios

Al parecer soy un tipo solvente, de momento. O eso es lo que me hace creer el banco al ofrecerme un apartamento en la costa por menos de 60.000€ (como si los tuviese). ¿Acaso piensan que no tenemos suficiente con las letras de la hipoteca que ya pagamos cada mes?¿piensan que lo hicimos por afición a las deudas?. Pues, con el empuje que me da este anonimato, les voy a contestar de forma más o menos visceral.

No me mandeis más cartas, ni más e-mails, ni más SMS; no me interesa un crédito, ni unas acciones en la bolsa, ni otra hipoteca. Mi filosofía es esa que dice que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Y, sobre todo, no quiero más preocupaciones añadidas. Lo que deberíais hacer es dejar de ser bancos zombies y empezar a poner en circulación el dinero. Dar crédito o lineas de descuento a las pequeñas y medianas empresas para que puedan ofrecer trabajo. Y.... Bah! me callo y dejo de escribir evidencias, que me desvío del tema.

No anhelo un coche más bonito, ni más grande, ni más potente; de momento no lo necesito para captar mozas, ni para vivir en él, ni para hacer carreras con nadie. No deseo casas ni apartamentos como segunda vivienda. Puede que no lo creáis pero no los puedo pagar y, aunque así fuera, solo me traería más comunidad de vecinos con los que discutir, más impuestos que pagar y me privaría de poder viajar a cualquier parte del mundo al tener la obligación moral de aprovechar los días festivos para, forzosamente, visitar y hacerme cargo de esa morada. Y eso sin contar con los gastos en impuestos, comunidad, reparaciones o mobiliario que me demandaría cada año, pudiéndolo invertir en viajes en hoteles de cinco estrellas donde no tendría que cocinar ni limpiar.

Bueno, ya está. Ya me desahogué.

Pero hasta yo me doy cuenta que esta declaración de principios se podría esfumar si, por algún equívoco del destino, llegara a alcanzar un gran éxito y triplicase mi actual y mísero sueldo o fuese premiado con el Gordo de La Primitiva. Para cuando llegue ese día me he guardado una última bala; un retén de moralidad; un Pepito Grillo en forma de *canción* para no perder la identidad. Aunque, llegada la coyuntura, no creo que le hiciera demasiado caso. Pero dicen que la música alimenta el alma y, seguramente (y tras venderla), sería la única parte de mi cuerpo necesitada de nutrientes.


sábado, 17 de agosto de 2013

Ser hormiga (o los versos más infames jamás escritos)



Ando de vacaciones en la casa del pueblo
y quiero evadirme de preocupaciones, responsabilidades y ajetreos.
Y el mejor modo que encuentro es realizar los mismos actos que cuando era un niño,
ese niño inconsciente que no sabía nada sobre la existencia de esos martirios.
Y me he puesto a rememorar el día a día de ese dulce mocoso
que se quedaba embobado con cualquier nimiedad del grosor de un piojo.

Y no hay mejor forma que analizar el suelo del patio
para, ¡Oh, sorpresa!, encontrar una hilera de hormigas al raso.
Y acerco mi enorme cabeza para enfocar, con bizca mirada,
una pequeña porción de esa fila tan bien delineada.
Y me doy cuenta que posee dos sentidos, uno de ida y otro de vuelta,
perfectamente trazados para salvar el montículo que conduce a la vivienda.
Y veo como entrechocan antenas e intercambian información.
Y reciben y dan órdenes, y nadie se aventura fuera del pelotón.

Y me recuerda a los automatismos de una empresa, al vaivén de un cambio de turno,
 al cuchicheo entre trabajadores y a la monotonía del ir y volver diurno.
Y me pregunto si, dentro del hormiguero, habrán veraneantes descansando de esa incesante circulación,
 y si también les llegan los rumores que sus atareadas compañeras propagan con tanta decisión.

Y pienso en mí a la hora de la siesta tragándome el circo de los, mal llamados, rumores rosas.
Y es que rosa es sinónimo de buen olor, y para mí todo esto apesta de forma horrorosa.
Y me doy cuenta que el TDT nos contamina con esa desinformación
a la misma velocidad con la que son capaces las hormigas de comunicar su situación,
aunque estoy seguro que ellas utilizan ese medio de comunicación para ser más productivas.
Y se me ocurre que los gobiernos también, que nos atontan con su programación y nos timan.
Y nos anestesian la conciencia con programas estridentes,
 fútbol o alguna trama política mientras ensobran los billetes.

Y es deprimente.

Y, sin dejarme abandonar, vuelvo a fijar mi mente en el hormiguero.
Y vislumbro una mota de rebeldía, un cuerpecito de seis patas que rompe el sendero.
Y, como dijo el poeta, se hace camino al andar.
Y va, sin dudarlo, a un pedazo de pan.
Y puede que sea una visionaria en su comunidad o una rompedora de normas,
 pero no engaña y se mueve por los mismos anhelos que el resto, alimento en cualquier forma.

Y cuando detecta el manjar vuelve tras sus pasos para acabar acariciando las antenas de sus congéneres.
Y la tropa se detiene un segundo, lo suficiente para hacer llegar las noticias hasta el último de sus seres.
Y, con movimiento marcial, se encaminan hacia el objetivo fijado
para dar buena cuenta del panecillo hallado.
 Y es posible que premien a la astuta hormiga, con unas cortas vacaciones, por cuidar de la comunidad
y que, en próximas salidas, encabece la expedición para que sus dotes olfativas se puedan aprovechar.

Y procuro recordar gestos tan generosos que alguna persona haya protagonizado a lo largo de algún espacio temporal.
Y recuerdo muy pocos, mientras imagino que en esta comuna tienen, al menos, a una heroína diaria. Y eso para ellas es normal.
Y pienso que nunca seremos hormigas. Y dejo de mirar insectos al no ser capaz de fantasear
porque la madurez me acaba invadiendo y no me deja soñar.

 Y me deprimo aún más.

lunes, 12 de agosto de 2013

Cruce en el camino


Lo reconozco, en el trabajo puedo ser una pesadilla. No para mis compañeros o jefes, no. Para ellos soy un buen trabajador (supongo). Me gusta fastidiar a los cohabitantes de mi lugar de tránsito; o sea, al resto de conductores. Por cierto, trabajo de transportista. Y no lo hago por ser intrínsecamente malvado, solo que, a veces, me aburro y me distraigo tocando las narices. Aunque siempre intento que sea de la forma más sutil, como si no supiera lo que hago.

Suelo hacerlo casi siempre en ciudad porque el ritmo de estrés es más alto y los coches y motos circulan con esa clase de agonía que tanto juego da. Pero centro mis víctimas, básicamente, en ciclomotores y taxis, aunque no hago ascos a algún chaval que piensa que la calle es suya y el resto sobramos. Bueno, y en general contra todo al que detecte faltando al respeto y avasallando al personal.

Y aquí voy a hacer un inciso. Quiero avisar, a los posibles merodeadores que lean esto, que esta afición es muy peligrosa y explicaré el porqué. Todos sabemos que, normalmente, las personas que depositan sus posaderas en el asiento del conductor se tornan irremediablemente inestables. Yo mismo he pasado por esa fase y era un auténtico psicópata. Misteriosamente no afecta a los niveles de adrenalina ni de agresividad si te equivocas de sitio y acabas en el sillín del copiloto, pero estas incongruencias las dejo para otro día. Por eso, si se os ocurre gracias a este escrito molestar a algún insensato, que sepáis que no tendré cargo de conciencia si se baja el loco al volante y os pega dos hachazos en la yugular. Avisados estáis.

Pues como iba diciendo, para lograr mi arriesgado cometido utilizo cualquier truco o ventaja a mi alcance. Hace unos años poseía un vehículo que tenía mal orientado el pitorro del limpia parabrisas. Vamos, que no disparaba hacia el cristal. El surtidor dibujaba una parábola perfecta, hacia delante y a la izquierda, para acertar en el casco (o en la cabeza si el motorista era un inconsciente) del incauto que parase su ciclomotor a mi lado. Recuerdo que todos miraban al cielo pensando que llovía o que una paloma había defecado sobre ellos (cosa muy probable en Barcelona) y, por supuesto, nunca fui culpado.

Normalmente tengo una visión privilegiada dado a que mi posición al volante es considerablemente más alta que la del resto de conductores. Esto me proporciona la virtud de poder adelantar movimientos para bloquear a taxistas contra coches en doble fila o vetar el paso a ciclomotores propensos a la maniobra del zig-zag. Pero hay extrañas ocasiones en las que no hace falta tramar argucias para mosquear a alguien.

 El otro día, bajando tranquilamente por una urbanización situada en la montaña, me topé de cara con una mujer que subía con su utilitario en dirección contraria a la mía. Esta clase de calles, además de tener desniveles importantes, suelen ser bastante estrechas y esta no era una excepción. Agravaba el problema el hecho de que hubieran coches estacionados a los dos lados de la vía, con lo que parecía físicamente imposible pasar los dos a la vez. Hice señas a la muchacha para que pasara ella primero ya que estaba convencido que, aún a duras penas, podría colarse entre mi furgón y los coches estacionados, pero estaba paralizada y no me hacía caso. Más de tres minutos intentando hacer ver a la conductora que lo que yo conducía no era un tanque ni lo suyo una fragata. Entonces, para desatascar la situación, decidí adelantarme unos metros y no dar más opción, a la chica, que dar marcha atrás.

Irremediablemente hizo lo esperado, pero cuando me crucé, con la ventanilla bajada para agradecerle el gesto, escuché un grito reproducido con las siguientes palabras:
 - ¡¡Mecagontuputamadrecabronhijodelagranputa!!

No sé si fui yo, al dar un pequeño volantazo, o la onda expansiva del alarido, pero puedo jurar que el camión llegó a balancearse. Lo cierto es que esta clase de reacciones no me molestan lo más mínimo. Estoy tan acostumbrado que, como ya he comentado, hasta me hacen gracia. Pero esta vez me pilló totalmente desprevenido, al tratarse de una apacible urbanización, y el susto sí me lo llevé. No me quiero imaginar a esta pobre mujer despotricando a diestro y siniestro mientras intenta callejear entre la jauría humana de la capital, capaz de explotarle la cabeza.




martes, 6 de agosto de 2013

Entrevista grupal



Ya lo tenía decidido. Nadie de mi empresa confiaba en mis características innatas para el análisis. Quería cambiar de trabajo y, con esa idea, me hallaba en la entrevista grupal. Éramos cuatro candidatos, sentados en semicírculo, disputándonos un puesto de esa manera que tan de moda está en las grandes empresas. Pep, el coordinador de recursos humanos, ya nos había informado de las condiciones laborales y, tras ver como las aceptábamos obedientemente, propuso un juego mental.

La prueba consistía en sumergirse en la piel de una persona que volvía a su casa, en el Pirineo, y se encontraba con unos guardias forestales delante de su morada para advertir sobre una posible riada que podía destruir el pueblo. Por ese motivo teníamos que salvar, de la ficticia vivienda, un objeto de la siguiente lista: una radio, unas fotos de la infancia, las notas académicas,  una guitarra eléctrica o unos archivos administrativos de una organización ecológica. Una vez seleccionado debíamos presentarnos al resto de aspirantes y argumentar la razón de la elección. Pep, para dotar de más realismo al ejercicio, dio el mismo tiempo que tendríamos si realmente se avecinara el desastre: cinco minutos.

Solo necesité tres segundos para tomar la decisión y dediqué el resto del tiempo en examinar, con mis maestras dotes de observación, al resto de contrincantes y, de paso, la sala donde nos encontrábamos. Era acogedora y sencilla, pero lo más llamativo fue ver la serigrafía y los colores de la corporación en cada objeto del cuarto; desde las sillas hasta un simple post-it eran verdes y, todos y cada uno de ellos, portaban el nombre de la empresa marcados del derecho o del revés. Incluso la corbata del entrevistador iba a juego con el mobiliario, demostrando la dedicación incondicional que profesaba a la empresa. De mis compañeros solo pude intuir una edad parecida a la mía y una concentración máxima en la tarea. Nada extraordinario.

Pep levantó la vista de la pantalla del portátil y dio por terminado el proceso de reflexión. Esperó a que nos asentáramos en las sillas y, con un gesto de su mano, nos invitó a inaugurar el debate.

 - Me llamo Marcel y, con vuestro permiso, me gustaría ser el primero. -dijo mientras nos miraba de soslayo. Creo que todos respiramos aliviados cuando, con su iniciativa, nos robó el dudoso honor de abrir la pugna. - Mi elección ha sido muy sencilla dado que, como todos podéis ver, soy Rocker. No podría vivir sin la música de mi guitarra eléctrica y, además, siempre podría vender ese valioso instrumento en caso de perder todas mis pertenencias en la catástrofe.

No me entraba en la cabeza que mis sentidos no hubieran captado que, por llevar coleta, barba de siete días y botas camperas, tuviéramos que deducir su tribu urbana. Pero los improvisados aplausos de mis compañeros, que me pillaron por sorpresa, me sacaron de mi asombro y me uní con celeridad a la calurosa celebración para no desmarcarme del grupo.

 - Hola, me llamo David -dijo el siguiente chico- y, como ya habréis deducido al verme, soy Hippie. Mi elección es, sin duda, los documentos administrativos de la organización ecológica. De hecho pertenezco a una y he supuesto que mis compañeros confiarían en la seguridad de mi casa para guardar esos documentos tan valiosos y, claro, no podría defraudarlos.

¿Vestir con un pañuelo palestino le tenía que transformar, a nuestros ojos, en Hippie?. Porque era lo único que, vagamente, podía dar una pista de su clase social. Esta vez estaba preparado y pude aplaudir como si perteneciera a una secta o me ganara un bocadillo en un programa de televisión.

 - Me toca. -se apresuró a decir el tercer hombre- Me llamo Juan y, obviamente por mi aspecto, soy un Nerd.
Venga ya. No me lo podía creer. ¿Peinarse con la raya al lado y llevar gafas de pasta te convierte en Nerd?. Y yo sin saberlo. Si es así, también Superman pertenecía a ese clan.- Y mi elección son las notas académicas. Uno es lo que sabe y si no puedes demostrarlo no eres nadie. Así que, sin esas pruebas, jamás podría lograr un trabajo acorde con mis estudios.

Volvimos a repetir la absurda y efusiva tradición palmera, pero esta vez, al acabar, me acomodé en la silla y afiné la garganta con un carraspeo. Llegaba mi turno y pensé, mientras repasaba mi vestimenta, en qué decir para estar a la altura de mis rivales. Esto propició, de forma totalmente involuntaria, un silencio dramático que ayudó a espolear mis nervios, pero algo tenía que decir.

 - Buenas, me llamo Carlos. -comencé a recitar- Y es posible que, por embutirme en esta ajustada camiseta rosa que hace de lienzo a este arco iris -dije señalando mi pecho- penséis que soy gay. Lo cierto es que me importa un pito lo que creáis aunque para que no me tratéis como a un "rarito" y, por no faltar a la verdad, confesaré que esta prenda me la regaló mi mujer; por lo que soy heterosexual. Mi elección ha sido muy sencilla. Antes que empezar a coger cualquier mierda absurda de mi casa saldría corriendo como alma que lleva el diablo. ¿Ganaría algo si me engancha el tsunami, recogiendo cualquier porquería inútil, y acabo perdiendo la vida?

Por supuesto nadie contestó. Solo un incómodo silencio. Interrumpido a los diez segundos por un caritativo intento de apoyo que constó de dos tristes palmadas, a cargo de David el Hippie, que nadie secundó pero que agradecí con una cómplice mirada. Tras esa última intervención acabó la entrevista grupal y nos acompañaron a la salida, no sin antes informarnos que, en menos de cuatro días, llamarían al aspirante elegido para la vacante.

No supe más de esa gran empresa y, la verdad, no sé si hice algo mal en la entrevista. Mi nivel de conocimientos y experiencia era similar a la del resto de competidores, pero es posible que no convencieran mis respuestas en el examen psicológico. Puede que, al salir corriendo, pensaran que era demasiado cobarde. O es posible que me etiquetaran como rebelde al no haber seleccionado ninguna de las opciones del ejercicio. Vete tu a saber.
Aunque lo que mi sagaz olfato detectivesco me indicaba es que, probablemente, Pep fuera un homófobo.