Sin embargo hay una prueba que nadie ha planificado correctamente: el seminograma o espermiograma. A priori puede parecer una de las extracciones más placenteras para el afectado, pero no es así. Por Dios que no es así. Entras en la consulta, te dan un recipiente y te dicen - Deposite el semen aquí -. Y ya está, ni tienen un cuarto a tu disposición ni ningún tipo de estímulo. ¿Cómo quieren que extraiga la muestra?¿me exprimo un testículo allí mismo?¿o creen que es como echar un escupitajo?. Cuando preguntas dónde puedes ir, para tener algo de intimidad, te indican los servicios públicos de la clínica. Resignado, una vez allí, intentas acomodar tu trasero lo mejor posible a un retrete desconocido y procuras evadirte del ruido y los olores que acostumbran a cohabitar en lavabos tan concurridos. Una vez planificada la ceremonia, con pantalones en las rodillas y botecito en mano, intentas concentrarte en tu tarea, pero en ambiente tan hostil es muy complicado y estresante.
Nadie está demandando un servicio profesional de señoritas; ni enfermeros que se presten, como lo haría Torrente, con su recurrente frase -¿nos hacemos unas pajillas?-. No. ¿Tanto costaría adecuar un pequeño cubículo con un funcional, y cómodo, asiento y unas revistas, con tendencias sexuales variadas, para poder estimular el órgano?.
Pero lo peor de todo es la poca delicadeza de la practicante al ver que tardas demasiado, para su gusto, y amenaza con extraer el líquido a través de una biopsia testicular. Ingenuamente pregunté sobre el procedimiento y me explicó que, mediante inyección, extraen el semen directamente del testículo. Entonces sí, ahí lo consiguió. ¡Por mis cojones (nunca mejor dicho) que saco el semen manualmente!.
NOTA: unas semanas más tarde pude comprobar como mis demandas se hacían realidad en el lugar menos esperado. La Seguridad Social.
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