sábado, 23 de mayo de 2015

Metamorfosis



No sé qué me pasa. Algo en mí está cambiando. Y lo peor de todo es que es un cambio natural, un acto casi reflejo, muy orgánico, del todo descontrolado y en ningún caso buscado. Sufro el mismo desconcierto que un gusano de seda despertando con alas multicolor, seis patas y una trompa por nariz, tras entregarse a una inocente siesta. Todo muy raro. Sin duda, esto es lo que viene siendo una metamorfosis en toda regla. Pero lo más inquietante es que todo el mundo piense que un cambio de esa magnitud siempre es para mejor. ¿Y si el bicho tenía miedo a volar? ¿Alguien le preguntó al gusano si quería ser mariposa? A mí nadie, desde luego. Y el caso es que yo era muy feliz siendo gusano.

Estoy verdaderamente asustado. No sé qué me deparará el cambio y tampoco sé si será para siempre. Pero espera un momento, intentaré serenarme. Igual, con la cabeza bien fría, soy capaz de analizar las causas que me tienen atrapado en este sin vivir. Y con un poco de suerte, hasta lo puedo revertir.

Vayamos por partes. ¿Cuando y cómo me he dado cuenta de este cambio? Definitivamente, unos días atrás. Aunque ya hace meses que lo vengo sospechando. El primer síntoma apareció hace un año, cuando el Barça perdió La Liga, en el último partido, contra el Atlético de Madrid. Y es muy sencillo de ilustrar: me importó un pimiento. 

Así fue. Además, apenas reparé en esa súbita indiferencia, pues es una estrategia tan recurrente en mi cerebro que ni me preocupé. Siempre que puede echa mano de ella, utilizándola para minimizar casi todos los contratiempos que me afligen en la vida. Algo así como hallarme tras una tapia untada en vaselina, donde toda desdicha que intenta trepar por ella resbala y cae al suelo, impidiendo de esta forma que trascienda a mi estado de ánimo. Pero lo mejor de esta táctica es que, en el mismo momento en que un placer se aproxima, la tapia cede sin ninguna clase de esfuerzo y me dejo invadir por la felicidad más absoluta.

Este proceder, más o menos, es lo que debería haber ocurrido el pasado fin de semana, pero no fue así. Ni tapias, ni leches. No sé si os disteis cuenta, pero el Barça ganó La Liga. Yo casi ni me entero. Desde luego que al recibir la noticia me alegré, pero no llamé a mis amigos ni lo celebré de manera efusiva. No tenía ganas. Y eso que debía estar eufórico por haber conquistado un título; y con la posibilidad, encima, de conseguir Copa y Champions. El soñado triplete, un hito realizado una sola vez. Pero no pude, se apoderó de mí una pereza como nunca antes había sentido siguiendo a mi equipo. Y fue en ese preciso instante, justo en ese intervalo de tiempo donde me volvió a importar otro pimiento, cuando lo supe con certeza. ¡He perdido el interés por el fútbol! Que horror. Y eso que yo pensaba que era para toda la vida, pero parece ser que me equivocaba. Ya he decidido desvincularme del club (soy socio) y dejar libre mi asiento en el Camp Nou a otra persona con más ilusión. Total, ya ni iba a ver los partidos.

Podría darse el caso de que estuviera inmerso en una de esas tristezas profundas. Una pena inmensa que, sin remedio, ahogara todas y cada una de mis alegrías. Nadie, por muy risueño que sea (y yo lo soy mucho), está a salvo de caer bajo el influjo de una depresión. Sin embargo, para añadir más incertidumbre a mi situación y desmintiendo toda supuesta melancolía, aún hay cosas que me motivan. La música clásica, por ejemplo; sin contar con mi evidente afición por la escritura, eso por descontado. Pero la atracción por la música clásica ha ido en aumento desde mi comentada visita al Auditori. Reconozco que jamás he tenido algo en contra de ella, pero tampoco es que me importara demasiado. La escuchaba y la apreciaba, pero no más que cualquier otra música. En cambio, ahora, estuve tres días tarareando la 5ª sinfonía de Beethoven a todas horas. Incluso inventaba variaciones para su melodía. Demencial.

No sé qué hacer. ¿Cómo gestiono este cambio? Porque, estando en el trabajo, ya me han preguntado por cómo veo las finales que nos esperan, y ni tan siquiera he sido capaz de acertar la fecha de los encuentros. Si ya me cuesta memorizar efemérides importantes, ¿cómo voy a recordar las que no me apasionan? Aún no lo he comentado con nadie, pero en mi interior no puedo dejar de pensar en la sinfonía Nº 40 de Mozart, que es el próximo concierto para el que ya he adquirido entradas. Entonces sí que noto un cosquilleo por la tripa. Se me eriza la pelusa del ombligo y mis entrañas palpitan de pura emoción. Pero no lo puedo ir contando por ahí. ¿Qué pensarían si se enteraran mis conocidos, cuando ni yo mismo sé qué pensar? Ahora sólo faltaría que me sintiera atraído por la ópera. O, mucho peor, por el ballet. ¿En qué clase de mojigato me estoy convirtiendo?

Le he dado muchas vueltas y me gustaría saber, por tomar ejemplo, con quién se relaciona una mariposa recién salida de su capullo. Está claro que no conoce a otras mariposas, y que volver a charlar con sus amigos gusanos le resultará una tarea difícil. ¿De qué pueden hablar? ¿De la dificultad que entraña subir a lo alto de una mata? Para la mariposa ya no. Ella se encarama en cuatro batir de alas. ¿Del sabor áspero que provoca una piedra caliza cuando uno se arrastra por ella? ¿Arrastrarse? La mariposa disfruta de unas delicadas patitas con las que apenas nota su tacto rugoso. ¿Del fresco crujir de una hoja verde de morera? ¡Para nada! La mariposa disfruta de una trompa flexible que le permite darse auténticos festines con el dulce néctar floral. Quizá pueda permitirse un pequeño mordisco, pero darse un atracón de follaje seguro que le causaría una inevitable diarrea. En fin, que lo tiene realmente complicado para entenderse con sus amistades.

Puede centrarse en su nueva vida pero, por mucho que disfrute explorando su novedoso estatus, en el fondo sólo le queda una terrible sensación de aislamiento y soledad. Igual que a mí. Ahora que lo pienso, el día que me encuentre con una mariposa rondando por el jardín se lo tengo que preguntar. Porque es innegable que experimento cambios, pero ello no me impide conservar otras muchas tradiciones. Como la descerebrada costumbre de hablar con los animales. ¿De qué os extrañáis? Seguramente no tengáis ni idea, pero es un hábito muy gusanil.

Por suerte, y hasta que llegue esa fecha, aún cuento con la complicidad de mi mujer. Con ella puedo hablar de estos temas, porque le da igual que sea gusano o mariposa. Mi mujer es más... cómo lo diría... más como un saltamontes, o sea que no interviene para nada en el mundo de los gusanos y las mariposas. 

Creo que no voy a profundizar más en las metáforas. Se me están yendo de las manos. En definitiva, no importa que sea gusano o mariposa, porque mi mujer me querrá por... por... Lo cierto es que aún no sé por qué me ha de querer, y menos después de haberla llamado saltamontes, pero lo seguirá haciendo ( o al menos eso espero). Seguramente porque, después de la metamorfosis, ella es la única que sabe ver en mí, ya sea con aspecto de gusano o de mariposa, al mismo atontado de siempre. Y eso me reconforta.

6 comentarios:

  1. Sonrío. ¿Y si pruebas con los escarabajos "peloteros"? Seguro que alguno te "ajunta".
    Saluditos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Tú crees? Porque siendo precisamente "peloteros" lo más probable es que les chifle el fútbol. Bueno, no pierdo nada por probar. Y si continúo a este ritmo acabaré conociendo a todos los habitantes de mi jardín, que nunca está de más.

      Eliminar
  2. El cienpiés y la libélula nos invitan el domingo a barbacoa.
    Tu saltamontes que te ama...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues allí estaremos. Por cierto, recuérdales mis nuevos gustos, no vayan a brasear unas patas de hormiga. Con un gazpacho de jazmín me conformo.

      Eliminar
  3. Respuestas
    1. Me anima mucho saber que se entiende. A veces tengo la sensación de que no sé explicarme con claridad.

      Eliminar