Hoy quiero confesar que estoy enamo... Perdón. Ya se me ha vuelto a cruzar la letra de esa famosa copla por la cabeza...
Hoy quiero confesar que cada día veo menos la tele. Yo, que de pequeño estaba tan unido a ella que en mi casa se me consideraba como una extensión más de ese electrodoméstico. Mi abuela llegó a estar del todo convencida que era imposible ver los canales si no me mantenía en contacto con el sintonizador. Incluso podría jurar que fueron mis padres, preocupados como estaban por mí, los que inventaron el mando a distancia para lograr despegarme de ella y así evitar que me quedara ciego. Divina inconsciencia.
Lo cierto es que, una de dos, o me he vuelto extremadamente selectivo con su programación o es que ha bajado mucho la calidad de sus propuestas. Probablemente sea una suma de los dos factores, aunque he de reconocer que aún sigue interesándome algún que otro programa. Eso sí, casi todos pertenecientes a la mejor corporación de radiotelecomunicación que haya existido nunca en este país: TV3. Aunque, bien mirado, tampoco era tan difícil superar al resto.
Ya, ya sé lo que estaréis pensando: otro catalán agilipollado que se deja comer el coco por la cadena autonómica. Pues vais muy equivocados. Bueno, a medias, porque lo de agilipollado es evidente que resulta ser cierto. Pero, más allá de la ideología del canal (que la tiene, como cualquier otro medio), hay una parrilla repleta de programas originales que gozan de una calidad sorprendente. Y hoy, corriendo el riesgo de ser etiquetado como sibarita o snob, voy a hablar de uno que, encima, resulta ser de los menos vistos, y menos mencionado, en Cataluña. Se llama Òpera en texans (Ópera en vaqueros). Y trata de divulgar la música clásica en general y, como su propio nombre indica, la ópera en particular.
Seguro que el sentir general será "¿Un programa que habla de ópera? ¡Vaya tostón!" Pues otra vez iréis errados. Y esta vez del todo, porque su mayor baza no es la materia a tratar, sino su presentador, Ramón Gener; sin olvidar al estupendo equipo de creativos que le arropa en la sombra y le ayuda a transmitir su pasión por este arte. La verdad es que no han despertado en mí una afición oculta por la ópera, más allá de su genial música, ni un arrebato irrefrenable por ir a ver funciones, pero han logrado divertirme viendo la tele, que no es poco. Porque este hombre es un comunicador nato, un entusiasta de su trabajo que sabe contagiar su amor por la ópera como nadie. Y lo hace a base de pedagogía, huyendo de tecnicismos y despojándola de todo prejuicio. Acercando esas partituras, en principio solo para sibaritas, a nuestras orejas, como el que ofrece una golosina al paladar. Su forma de actuar es, a priori, muy sencilla: normalmente desgrana un libreto y nos lo muestra jugando con nuestra percepción e indicándonos dónde, cuando y cómo hay que escuchar. Nos lo pone tan fácil que es imposible no quedar prendados con las obras de arte que nos brinda. Vamos, que este programa es una delicia de media hora que nadie debería perderse.
El otro día, sin ir más lejos, me quedé alucinado con una emisión donde hablaba de los silencios. Postulaba que una de las características que diferencia a la ópera clásica de la contemporánea, son los silencios que se emplean en estas últimas como parte de la partitura. Ramón Gener defendía que los silencios son incómodos, molestos, tensos, y que esa era una de las razones por las que un minuto de silencio jamás se llega a cumplir por completo en un campo de fútbol. Al parecer nos incomoda tanto que no somos capaces de soportarlo.
Como paradigma de la importancia que ha cobrado el silencio en la música actual, también nos descubrió una obra compuesta únicamente por un silencio muy largo. El autor, por no llamarle directamente "el jeta", es John Cage y su obra se titula 4'33, que son precisamente los minutos y segundos de mutismo que la componen. Me pregunto si este hombre cobrará derechos de autor cada vez que cualquier emisora calle durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. Seguro que sí.
Pero lo que más me fascinó es cómo ese silencio, que en realidad no es nada (¿o sería más correcto decir que es la ausencia total de sonido?), puede tener presencia ante nosotros. Y la tiene porque le adjudicamos un lugar concreto. ¿Que dónde está ese lugar? Pues en el tiempo, en esos cuatro minutos y treinta y tres segundos. Y es precisamente gracias a su finitud, que podemos situarlo. Si fuera un silencio infinito no tendría razón de ser. Porque así es cómo concebimos nuestro universo, partiendo siempre desde el espacio y el tiempo. Es decir, todo lo que ocupe un lugar, ya sea en el espacio o en el tiempo (o en los dos conceptos a la vez) será algo tangible, algo determinado; una cosa, una realidad para nosotros.
Muchos os preguntaréis, ¿se le ha ido la olla? Pues seguramente, pero fue debido a que la interesante reflexión de Ramón Gener me hizo pensar. Hizo que cambiara mi punto de vista y me hiciera poner en duda la realidad cotidiana. Y tener la ocasión de disfrutar con un programa que atesora esa capacidad, no tiene precio.
Por cierto, hace unos meses supe de un nuevo proyecto que andaban preparando para TVE, titulado This is Opera y, hasta la fecha, no sé nada de él. ¿Llegará a estrenarse? Pues aún no lo sé. Y es una lástima, porque programas de esta índole, de los que estimulan mi mente, no se dan muy a menudo. Aunque siempre podemos ir a buscar Òpera en texans a la web de TV3