Creo que en alguna ocasión me he parado a explicar en qué consiste mi juego mental favorito. Pero si no es así, lo aclaro en un par de lineas.
Sencillamente es recoger una idea o una frase y distorsionarla de todas las formas que se me ocurran para intentar rehacerla en algo ingenioso. Naturalmente que no siempre resultan ser grandes hallazgos (uno da para lo que da), pero ese ejercicio de retorcer algo, darle más de una vuelta de tuerca o verlo desde otro punto de vista, lo encuentro muy estimulante. Otras personas, en cambio, no valorarán para nada este concepto y sencillamente llamarán a este juego "pensar en tonterías". Y no seré yo quien les lleve la contraria, pues no andarán mal encaminados.
Pero para que veáis un ejemplo de que esa tontería, al menos en mí, es infinita, he rescatado el título de mi anterior entrada para darle dos enfoques diferentes: uno en forma de relato corto y otro como microrrelato, que hacía tiempo que no me lanzaba a componer uno. Al menos nadie podrá acusarme de no reciclar.
El estrés de una mudanza (relato)
Ismael sólo disponía de un pequeño furgón que un amigo le había prestado. Más que suficiente, pensó, para completar la mudanza en los quince días que tenía de plazo antes de abandonar su actual piso.
Ese mismo mediodía emprendió su primer viaje cargando con sus objetos más preciados: fotos familiares, lienzos pincelados en interminables horas de trabajo sobre el caballete y cuatro sillas y una mesa que su padre había tallado para él justo antes de fallecer. Durante la tarde se dedicó a colocar y esparcir sus pertenencias por todas las estancias, impregnando así de su singular estilo al futuro hogar. Al anochecer volvió a su antiguo nido y no pudo regresar con una nueva remesa en cinco días.
Esta vez transportó los enseres necesarios para hacer habitable el lugar; lavadora, nevera y armarios que lograron entrar, no sin un gran esfuerzo, en el estrecho vehículo. Pero al abrir la puerta del apartamento quedó atónito. Nada de lo que había traído en su anterior viaje se hallaba en el lugar. La vivienda había sido desvalijada por manos expertas, pues ni la policía, tras unas concienzudas pesquisas, pudo dar con una huella que diera una explicación lógica a tan insólito suceso. Ni tan siquiera con las suyas. "Parece obra de espíritus", bromeó un agente chismoso.
Ismael, haciendo uso de las enseñanzas paternas, compró una nueva cerradura para la puerta y la sustituyó por la antigua, aún sin estar esta forzada, imaginando que los causantes de la tropelía podían haber sido los anteriores inquilinos al no haberse desprendido del juego de llaves. Tras el ejercicio de bricolaje descargó el furgón, se aseguró de cerrar bien puertas y ventanas, y volvió a su actual piso, donde le aguardaba su cama, para olvidar con un sueño reparador ese bochornoso día.
No supo explicar si fue por culpa de la desaparición acontecida el día anterior en el nuevo piso o por el desafortunado comentario del policía, pero esa noche durmió fatal. Fue atormentado por un sin fin de pesadillas en las que espíritus y fantasmas le despojaban de sus ropas y atravesaban su cuerpo en busca de su alma. Despertó sintiéndose preso bajo una sábana empapada en sudor, con la sensación de que algo malo había sucedido. Se vistió, empaquetó sus últimas pertenencias, agarró a Milú, su gato, y se plantó en menos de media hora bajo el umbral de su nueva morada.
Intentó abrir la puerta, pero el bombín instalado a penas unas horas antes ya no estaba allí. Por suerte, aún mantenía en el llavero el anterior juego de llaves y, tras unos instantes de confusión, se percató de que alguien había vuelto a colocar la anterior cerradura. Al poder hacer girar la llave y entrar en el domicilio descubrió, con gran asombro, que el lugar estaba tan vacío como el primer día.
Ya nada quedaba de sus pertenencias, ni en aquel ni en su anterior piso, a excepción del colchón que trajo consigo en el último viaje y la compañía de Milú. Dejó a los dos en el piso, y se encaminó a comisaría para dar parte del nuevo robo.
Diez minutos más tarde apareció junto con una patrulla policial, abrieron la puerta y esta vez quedó petrificado. Ya no estaba ni su colchón ni su gato, y el piso volvía a estar tan vacío como cada vez que lo visitaba. Pero lo más sorprendente, y que hasta ese momento no se había percatado, fue que volvía a cubrir la estancia la misma capa de polvo que él había limpiado el primer día. Era como si nadie hubiese dejado allí ningún objeto en mucho tiempo.
Los agentes, viendo en el informe que jamás habían existido indicios de haberse producido tal mudanza, se excusaron cordialmente y le advirtieron que, si volvía a molestar, la próxima visita sería la que consiguiera llevarle calabozo. Luego, sin más, se marcharon, dejando a Ismael con una enorme sensación de impotencia y una inconsolable tristeza.
Lo había perdido todo: sus trabajos, sus cuadros, su intimidad; los trofeos y recuerdos de treinta años; y a Milú. Sin ellos no era nada. Su vida se había vaciado, en dos semanas, sin que lo pudiera evitar.
Aún aturdido, cerró las persianas, apagó la luz y se estiró en el mismo lugar donde depositara, a penas una hora antes, su desaparecido colchón. Bajo el silencio de las tinieblas pretendía, necesitaba, sentir la reconfortante presencia de sus enseres. Abrazarlos era lo único que anhelaba su alma. Allí donde ellos estuvieran, sería su hogar.
Por eso no opuso ninguna resistencia cuando aquellos extraños seres incorpóreos le hicieron levitar y se lo llevaron en volandas. Sólo cerró los ojos y esperó, deseando reencontrar su existencia, su extraviada esencia.
Y el piso volvió a quedar tan vacío como el primer día.
El estrés de una mudanza (micro)
Despertó con la casa derrumbada sobre su cabeza, probablemente por culpa de un enorme meteorito que fue a estrellarse contra ella. Malherido y desorientado, logró despojarse de los cascotes que le oprimían para arrastrarse por el jardín, en busca de un lugar que le resguardara del sol abrasador que tan cruelmente le deshidrataba. Alcanzó lo que a lo lejos parecía una charca, pero que, estando ahora tan cerca, había resultado ser un lodazal ensombrecido por un arbusto. Aturdido y sin fuerzas, se desplomó entre el barro y perdió el conocimiento. Al anochecer fue despertado por el agradable frescor de la bruma y divisó, entre la maleza, un nuevo hogar donde rehacer su vida. Un estrecho apartamento, de un marcado carácter Mediterráneo, con aroma a salitre y mar. Tras aquella estresante mudanza, anunció a sus amigos que dejaba de llamarse caracol para pasar a ser caracola.
en primer lugar felicidades por tu afición a los juegos mentales. Yo tuve una época en que hacía algo parecido aunque en realidad no se parece en nada: trataba de imaginar qué objetos había en lugares que eran inaccesibles para mí. Por ejemplo el interior de un armario en la casa de un amigo, el maletero de un coche que me llamara la atención, la trastienda de una botica de pueblo o de una panadería... una vez que tenía esos objetos imaginados tramaba una historia extraña y disparatada. En fin, ya te digo, no se parece en nada, pero... algo sí.
ResponderEliminarMola lo de las mudanzas.
Pues parece un juego interesante y, sin duda, más complejo que el que propongo. La única pega que le encuentro es que necesitaría poseer un caracter algo más fisgón para practicarlo con naturalidad, y no es el caso. Pero estoy seguro de que, en el caso de preguntarle a un amigo sobre lo que lleva en el maletero y salirme este con evasivas, sería muy probable que me echara una partida.
ResponderEliminarEl microcuento me ha gustado mucho. El cuento también, de hecho, creo que daría para una historia más larga.
ResponderEliminarMe alegra que te hayan gustado. Y sí, seguramente que el primer relato daría para una historia bastante más compleja, porque, bien mirado, a penas es un boceto. Pero una cosa es tener ideas, más o menos decentes, y otra bien distinta es desarrollarlas en forma de literatura. Por mucho que, de vez en cuando, me empeñe en imitar a escritores, no significa que posea sus recursos narrativos ni mucho menos su destreza para llevar a cabo un relato. A lo máximo que creo haber llegado es a lograr algún cuento digno, pero muy alejado de lo que pueda alcanzar un verdadero escritor.
EliminarDe todas formas continúo escribiendo y, si te animas a pinchar sobre la etiqueta "cuentos", podrás ver que poco a poco voy mejorando los relatos. O eso creo. Así que no descarto, algún remoto día, encontrar las herramientas suficientes para ser capaz de escribir algo de mención.