"De vez en cuando la vida
nos gasta una broma
y nos despertamos
sin saber qué pasa,
chupando un palo sentados
sobre una calabaza."
Creo que algo parecido es lo que me ha pasado hoy en la consulta de una psiquiatra. Empezaré por el principio, que es por donde se debe empezar toda anécdota.
Acompañaba a mi mujer a su visita semanal o quincenal (según marque la terapia) para tratarse de un problema de ansiedad que ha sufrido durante los últimos meses. Siempre acudía sola, pero esta vez, por petición expresa de la Doctora, tenía que acompañarla algún familiar. Así que era la primera vez que me presentaba por allí.
No querría aburrir con un diálogo interminable, así que no describiré con pelos y señales la conversación que mantuvimos los tres durante una hora. Tan sólo expusimos nuestros puntos de vista sobre nuestra relación como pareja, y cómo nos afectaban esas ansiedades y obsesiones que arrastra mi mujer. Vamos, imagino que más o menos lo que todo el mundo comenta con un psiquiatra.
La Doctora, sin parar de escribir notas en todo momento, acabó su batería de preguntas y nos pidió cinco minutos de receso para ir a beber agua y aclarar ideas. No me consta que esta práctica sea habitual en el ámbito psicológico, sin embargo es la primera vez que entro en una consulta; y este hecho indica que no soy el más indicado para opinar. Pero me sorprendió.
Pasados los cinco minutos regresó a la habitación y nos desveló lo que había ideado para inaugurar la terapia. Pero antes, me preguntó si guardaba las llaves y la cartera en un bolso o bolsa de mano cuando salía de casa. Le contesté que no, siempre llevo mis pertenencias en la chaqueta o, en caso de encontrarme con clima caluroso, en los bolsillos del pantalón. Le pareció perfecto. Acto seguido se dirigió a mi mujer y le impuso, como primer ejercicio de su recuperación, ir de compras con mi suegro para, entre los dos, escoger una bolsa de mano, cartera o complemento que decidiéramos y regalármelo a mí.
Nos quedamos de piedra; con la boca abierta y la mandíbula colgando.
Mi mujer, conociéndome como me conoce, tomó la palabra por los dos. Pues si ya es legendaria mi dificultad para expresarme oralmente en circunstancias normales, no queráis ni imaginar como me las arreglaría con una mandíbula en ese estado.
Así que preguntó lo que cualquiera de los dos (por no decir cualquiera en este mundo) necesitaba saber tras recibir tan surrealista instrucción. ¿Qué motivo había para tener que regalarme una bolsa de mano? A lo que la Doctora contestó que no necesitábamos saber el motivo. Tras estas enigmáticas palabras dio por finalizada la sesión y nos citó, de nuevo a los dos, para la próxima semana.
Puede que se trate del tan manido protocolo básico, denominado "Regala un Bolso" (en los países con menos recursos, "Regala un Capazo"), utilizado y enseñado en todas las facultades universitarias del planeta para comenzar cualquier tratamiento psiquiátrico. Vete tú a saber. Nuestro desconcierto ante los sucesos diarios lo causa, muchas veces, el vivir en la ignorancia.
Porque desde entonces ando con la incertidumbre de, sin comerlo ni beberlo, recibir en cualquier momento un regalo que cambiará, por prescripción médica, la forma de llevar mis enseres.
Todo sea por la pronta recuperación de mi mujer.
si en algún momento te enteras de por qué la doctora os recetó un bolso, no dejes de contarlo. Estamos intrigados
ResponderEliminarPues ayer mismo asistimos a la segunda sesión de la terapia. Y volvimos a insistir en los motivos para que yo me presentara con la cinta de un bolso cruzándome el pecho, pero volvió a responder con evasivas. No es que yo sea un lince, pero sospecho que ni ella misma conocía las razones.
ResponderEliminar