martes, 5 de noviembre de 2013

Más allá del entendimiento



Sé que no soy la persona más indicada para valorar la forma de hablar de nadie. Ya he comentado en alguna ocasión que la mía deja mucho que desear. Suelo hablar rápido, sin vocalizar y, casi siempre, en un imperceptible susurro. Y es que me resulta un gran esfuerzo físico, un mal trago que intento pasar lo más rápidamente posible. Así que, por todas estas razones, no juzgaré, solo expondré.

Este extraño suceso podría estar situado en cualquier lugar donde dos personas se parasen a conversar, pero yo lo viví en una sala de espera mientras escuchaba a dos amigas (creo) dialogar.

 - ¡Mujer! ¿Cómo tú por aquí?
 - ¡Ay, que alegría verte! Pues ya ves, a lo de siempre.
 - Claro, claro. Yo igual.
 - ¿Y qué tal tú marido?
 - Bien, bien. Aunque un poco liado.
 - Pero lo va sacando ¿no?
 - Eso parece, aunque no es fácil.
 - No, claro que no. Mientras no le pase como a ese...
 - Ah, ¿a ese?
 - Sabes lo de ese que te dije ¿no?
 - Pues ahora que lo dices, no. Así que cuenta, cuenta...
 - Pues se fue allí, a aquel sitio...
 - ¿En serio? Pero si nunca le ha gustado hacerlo.
 - Ya, pues no se quejó. Sobre todo cuando...
 - No me lo puedo creer. Y más sabiendo como se pone.
 - Pues eso no es todo. Me contó que le hicieron sentirse... así...
 - Claro, no me extraña. ¿Cómo te sentirías tú?
 - Pues igual, para que nos vamos a engañar.
 - Es que, a quien se le ocurre.
 - Y, cambiando de tema, aquello de lo tuyo...
 - ¿Lo mío? Se ha pospuesto. ¿No lo sabías?
 - Como quieres que lo sepa, si siempre soy la última en enterarme.
 - Pues sí, ya ves. Otra vez igual.
 - Bueno, pero tu tranquila. No vayas a...
 - ¡No, no! Yo a lo mío.
 - Eso, que luego ya sabes lo que pasa.
 - ¿Por eso? No sufras, que ya sé lo que tengo que hacer.
 - Si, pero siempre vigilando. Que luego...
 - Ya, ya. No te preocupes, que siempre lo hago.
 - Es que, el día que dejes de hacerlo...
 - Ni se me pasaría por la cabeza.
 - Oye, por cierto. ¿Y tu hermano?
 - Ahí, a lo suyo.
 - ¡Ah!, pero todavía continúa...
 - Claro, él no lo va a dejar. Ya sabes que si no...
 - Pues muy bien hecho. Y si lo deja que no sea por aquello.
 - ¿Aquello? Que va. Ya es agua pasada.

¡Basta!

Ya. Paro. No quiero llegar, rememorando el trauma, a convulsionar como la primera vez que lo escuché. Solo diré que tras esta... esta... esto, tuve que acercarme a la peluquería más cercana para que me lavaran la cabeza. Haciendo especial hincapié en el masaje capilar durante el enjabonado. Solo así pude apaciguar los calambres encefálicos producidos por las siete rampas, en el córtex cerebral, que sufrí.

Esto me pasa por forzar la mente más allá del entendimiento. Este Universo está plagado de episodios para los que, indudablemente, uno no está preparado.

2 comentarios:

  1. jajajaja!! Está gracioso.
    No soy un editor, no te flipes. O como diría mi tia, pifles.
    Soy el Chiki.

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    1. Hombreeeee, al fin supiste entrar por aquí. Me alegra saber que esta tontería, al menos, distrae a alguien. Si continuas rebuscando por el blog encontrarás una anécdota donde tú mismo eres el protagonista. A ver si la recuerdas.

      Saludos.

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