La pandilla de los extraños
Decir que soy raro no tiene sentido. Todos lo somos, sin excepción. Cada uno posee un conjunto único de características que nos diferencia de cualquier otra persona. Que alguien nos tilde de raros solo responde a que han visto, en nosotros, algo excepcionalmente inusual. Pero por cada individuo que piense en esa cualidad como una rareza, habrá otro que le resulte de lo más común. Incluso el no ser agraciado con alguna de esas singularidades resultaría algo anómalo.
Propuse una tesis que teorizaba sobre la dispersión de todas las rarezas por el mundo para que, al combinarlas, cada uno fuésemos como quisiéramos. Pero, claro, tuve que conocer a mis amigos y me la tumbaron con un simple suspiro; como a un castillo de naipes. Sus excentricidades son tan únicas y extraordinarias que sobrepasa lo imaginable.
César, por ejemplo. Dicen que los hombres piensan en sexo casi el doble de veces que las mujeres en un solo día. Pues César puede doblar los registros de cualquier hombre sin esfuerzo aparente. Y, si me apuras, hasta triplicarlos. Aunque espero que no lo asociéis a una mente lasciva, porque os estaréis equivocando de pe a pa. Y eso, según tengo entendido, es mucho.
Mi amigo es un estudioso, un erudito, un sabio en su materia. Una de esas personas, por no decir la única, que sabe exactamente cuanto tiempo dura un orgasmo de cualquier animal sobre la faz de la tierra. Bueno, de cualquiera que sea capaz de provocarse uno, evidentemente. Da igual el tema que estés tratando en una conversación porque, si aparece un animal, ¡ZAS! te suelta el dato. Nunca hemos logrado entender de donde saca semejante información, ya que, dedicándose a repartir cartas, no le ha de quedar demasiado tiempo para otros menesteres. Tampoco sabemos la utilidad que le encuentra a su afición. Como mucho podrá tener una idea de los minutos de sufrimiento que padecerá si algún día visita una selva y a un tigre de bengala, por poner un ejemplo factible, le da por violarle en lugar de zampárselo.
Pero este caso es leve si lo comparamos con el de Luís. Su obsesión está tan enfocada al mundo de la vinicultura que en su mente no hay sitio para nada más. Ni en su casa. Tal como entras en su piso te recibe una enorme barrica jerezana de mil litros. Nadie se explica como logró hacerla entrar por la puerta. Por suerte no contiene líquido, aunque aprovecha su enorme capacidad para albergar una impresionante colección de corchos. Pero eso es solo el recibidor, porque en la primera habitación que te encuentras recopila todas y cada una de las botellas consumidas en años de afición. Está tan forrada de cristal que más que un cuarto parece una pecera. Y si nos acercamos a la siguiente nos esperarán unos archivadores, de pared a pared, que guardan en sus entrañas miles de las etiquetas que decoraban esos recipientes antes mencionados. Aunque lo más sorprendente llega cuando te enseña la terraza. Y vaya terraza. Ochenta metros cuadrados, de los cien que mide en total, están invadidos por tiestos perfectamente ordenados. Y, ¿adivináis qué contienen? Pues más de setenta variedades de cepas de vid, como no podía ser de otra forma. ¿Pero cómo es posible meter esa cantidad de plantas en un piso?, os estaréis preguntando. Pues, y aquí viene lo extraordinario, las ha miniaturizado en forma de bonsai. Vamos, una locura. ¡Ah!, y no te atrevas a pedirle una Coca-Cola porque te tirará uno de esos cascos vacíos a la cabeza. Uno de los irrompibles, por supuesto.
Pero, a pesar de nuestras extravagancias, somos buena gente. Y juntos nos lo pasamos fenomenal. Incluso creo que aprovechamos nuestros encuentros para desahogarnos de nuestras obsesiones, para olvidar la esclavitud de sus atenciones, para, en definitiva, sentirnos personas normales.
¡Uy!, se me olvidaba. No os he hablado de mi pasatiempo. Bah, es una nimiedad que apenas tiene importancia. Fíjate tú que, César y Luís, hasta me han puesto un mote... je, je, que cachondos. El multi-artista estrafalario me llaman. Total, que me guste experimentar en varias disciplinas no es nada insólito, mucha gente lo hace. Casualmente expongo en el centro cívico de mi barrio, durante toda esta semana, una colección de fotografías (analógicas, digitales o en Polaroid), cuadros, bocetos arquitectónicos, canciones, esculturas (esculpidas en mármol, alambre, hielo o porexpán) , relatos, cortometrajes (registrados en Super8, betamax o cámara de Iphone), poemas, bandas sonoras y jarrones de arcilla. Huelga decir que todo el material ha sido exprimido de mi vena artística. Mientras, en la sala anexa, se interpretará un musical que he ideado partiendo de una adaptación gay sobre un texto de Shakespeare. Lo he renombrado "Romeo y Julio". Por cierto, yo mismo daré vida a los dos personajes. ¿Os apuntáis?
No hay comentarios:
Publicar un comentario