"Bienaventurados quienes sepan de mí, porque la suerte estará con ellos en el sorteo de navidad" - Mazcota.
No me preguntéis por qué, pero es así. Soy un talismán, un amuleto, un tótem. Y no, no es por mi cara de palo. Me refiero a mi cualidad innata de aproximar la suerte del sorteo navideño. Por eso os invito a participar ahora, que aún podéis. ¿Que no me creéis? Pues esperad a que exponga mis experiencias y luego valoráis.
El primer suceso que empezó a dar pistas sobre la magnitud de mis dotes ocurrió cuando solo contaba con doce años de edad. Por esa época congeniaba mucho con un compañero de clase y, a menudo, era invitado a pasar la noche en su casa. Su madre trabajaba en una oficina de Hacienda y, como viene siendo habitual por estas fechas, se agenciaron con un número de lotería que repartieron entre todos los funcionarios. Bueno, todos menos ella. Como aún nadie sabía de mis superpoderes, no creyó en la posibilidad de que el número ofrecido fuese el premiado, y no lo compró. Irremediablemente, tocó el Gordo.
Ya he mencionado con anterioridad que tengo la habilidad de ofrecer buena suerte, pero no está en mi mano hacer creer en ella a la gente. Esto me lleva al segundo caso. Apenas habían pasado cinco años desde aquel esquivo sorteo cuando otro chico de mi instituto, esta vez aficionado al baloncesto, trajo a la escuela un taco de participaciones del club donde jugaba. Su mente, lógicamente, no concebía la posibilidad de vender boletos a los alumnos; éramos demasiado jóvenes y asistíamos a clase con el dinero justo para comprarnos el Bollycao, pero sí que ofreció su número de la suerte a todos y cada uno de los profesores. Pues bien, como era de suponer, nadie le hizo el más mínimo caso. Y no era de extrañar, ya que era tan mal alumno como vendedor. Recuerdo que, tras las fiestas navideñas, nadie volvió a saber del chaval. Supongo que sus padres tuvieron que acarrear con los gastos del fajo de participaciones que su inútil hijo no supo vender, pero imagino que jamás unos padres han sido tan felices con la desidia de un hijo como lo fueron ellos.
Desde entonces cada condenado año voy repartiendo mi don por donde paso. Una tienda, una asociación, un club deportivo, un pueblo... da igual el lugar. Toda localidad agraciada con el Gordo de navidad ha sido antes tocada por mi mano de Rey Midas. Aunque solo si se trata de desconocidos; para mi familia soy más comparable a la devastación que provocaba el caballo de Atila. Porque el maleficio se ha encargado, por tradición, de que ninguno de mis allegados directos disfrute de esa magia. Y puede dar Fe mi abuela, que lleva más de cincuenta años apostando por el mismo número de la lotería nacional sin resultados.
Una vez probé a burlar mi desdicha comprando un décimo en el único lugar donde siempre había recaído algún premio, la Bruixa D'or en el pueblo de Sort. Deduje que la suma de buenaventura resultaría tan poderosa que anularía mi desgracia, pero no conté con los intrincadas normas del Universo. Ya apuntilló Faraday, con sus dichosas leyes magnéticas, que la suma de dos polos positivos, lejos de atraerse con más intensidad, se repelían. Con lo que logré ser la causa principal de que la localidad mencionada no albergara un solo boleto premiado por primer año en su historia. Bueno, al menos no murió nadie.
Así que nunca más he vuelto a comprar lotería de navidad. Mi maltrecho corazón ya no es capaz de hospedar esperanza alguna. Ahora vago por los pueblos, cual estrella fugaz, condenado a dejar una estela de felicidad de la que jamás me podré beneficiar.
Pero que mi desilusión no os espante porque teniendo la certeza de mi incapacidad para ser el escogido, junto con la influencia cósmica que puedo manejar, podéis empezar a soñar con los millones que dejo a vuestro alcance. Para que luego digan que soy tacaño.
Así que nunca más he vuelto a comprar lotería de navidad. Mi maltrecho corazón ya no es capaz de hospedar esperanza alguna. Ahora vago por los pueblos, cual estrella fugaz, condenado a dejar una estela de felicidad de la que jamás me podré beneficiar.
Pero que mi desilusión no os espante porque teniendo la certeza de mi incapacidad para ser el escogido, junto con la influencia cósmica que puedo manejar, podéis empezar a soñar con los millones que dejo a vuestro alcance. Para que luego digan que soy tacaño.