domingo, 10 de enero de 2016

El último adiós


Llegué tarde. Toda la semana de viaje y no pude acudir al entierro de mi amigo Anselmo. Esté donde esté, sé que no me lo tendrá en cuenta, porque no existe ni existirá sobre la tierra una persona más comprensiva que él.

Su propio nombre lo dice: Anselmo. Bueno, la verdad es que ese apelativo no guarda simbolismo alguno ni significa gran cosa, pero para mí es sinónimo de tolerancia, de infinita serenidad. 

No hubo circunstancia en el mundo que le hiciera soltar una queja, ni desgracia que no pudiera sobrellevar; y si cualquiera de nosotros, de sus más allegados, necesitaba resolver un contratiempo, no tenía más que conversar con Anselmo un rato para distinguir sin problemas la mejor forma de esquivar, saltar o incluso atravesar ese obstáculo que veíamos insalvable en el camino. 

Jamás se le vio perder la sonrisa ante un desaire o acabar deprimido tras una adversidad. Porque en su mundo, aquel que todos anhelamos, no existían abatimientos ni flaquezas. Para él, todo era relativo. Y desdramatizar, una obligación. Cualquier percance, por peliagudo que fuera, estaba sujeto a una severa revisión de su atenuante prisma.

Su frase más repetida era "todo tiene remedio, excepto la muerte", y quizá esta fuera la única fatalidad a la que se aferraba su insignificante sufrimiento, el Talón de Aquiles que arrojaba una pequeña vulnerabilidad sobre su eterna indulgencia.

Cuentan que una vez, pensando en el día de su deceso, se le vio torcer el gesto. Mentiría si dijera que no doy crédito a esas habladurías, porque no en pocas ocasiones mantuvimos largos y profundos debates sobre ese tema, y sí que pude detectar cierta inquietud en alguna ocasión. No negaré que para mí la muerte es algo terrible, el final más horripilante que uno pueda imaginar. Sin embargo, para él, más que un temor, era una incertidumbre. Una valoración que mantenía suspendida en el limbo por no existir antecedentes con los que formarse una opinión ni testimonios a los que recurrir. 

"Lástima que sólo se pueda morir una vez", protestaba en voz alta, a lo que añadía "Uno debería saber qué se siente al palmarla, así podría escoger el modo, la fecha y el lugar". Por eso, y a pesar de faltarle datos contrastables, siempre dejó clara su predilección por morir en casa, y en íntima compañía, a diñarla en el anonimato de un atronador bullicio. Y me consta que así ocurrió.

Fue recostado en su lecho de muerte cuando preguntó por mí, pues siempre quiso enfrentar ese momento agarrado por un lado a la mano de su hermana y por el otro a la mía, pero se tuvo que conformar con uno de los dos. No obstante, en el preciso momento de abrírsele las puertas del cielo, quiso regalarme un último mensaje. Y aseguró su propósito de un más que probable olvido, pidiendo que fuera cincelado en su lápida.

Pues bien, aquí me encuentro. En el cementerio. Regalando una corona de flores a mi amigo del alma una semana después de su entierro. Y no albergo la más mínima duda de que esas palabras, esas letras doradas que embellecen el sombrío mármol, fueron pronunciadas por él.

"Ahora que estoy delante de la muerte, por fin puedo opinar. Y la verdad, tampoco es para tanto."

Jo, cómo le voy a echar de menos. Genio y figura hasta en su sepultura.

2 comentarios:

  1. me ha mantenido con interés hasta el final para ver qué dijo tu amigo. Eso es algo que está muy bien.
    Por cierto, de vez en cuando me paseo por diferentes blogs que hace tiempo que no visito y me leo varias entradas de una vez; el tuyo no es una excepción y me ha hecho mucha gracia tu anterior post, el del cuento navideño. Ya te lo he comentado en su correspondiente sito, pues eso, que mola.

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    1. Me alegra haber mantenido tu interés. Eso significa, al menos, que el texto no aburre tanto como pensaba, y eso que la frase de la lápida tampoco tiene demasiada chicha. Pero veo que te ha gustado más el cuento navideño. No me extraña, a mí también me gusta bastante más.
      Y no sufras por los comentarios, pues tengo activada la alerta para que el blog me mande un mensaje a mi correo electrónico cada vez que alguien comenta algo.

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