Si de algo se me puede acusar es de escribir continuamente sobre tonterías. Lo sé y lo admito, soy culpable. Pero en mi defensa diré que solo trato de buscar el lado amable de las cosas. Sin embargo, como persona normal y corriente que soy, también tengo mis días circunspectos*. Lo que me parece más extraño, y hasta podríamos catalogarlo de novedoso, es que me dé por escribir un minicuento cuando me pongo tan serio. Aunque, eso sí, para no perder la costumbre, no me acaba de convencer el título. Por eso, y por continuar con la tradición, estoy abierto a cualquier sugerencia. En fin, que sea leve.
* Me encanta poder introducir esta palabreja y que no quede demasiado rara.
La conferencia
No sabía ni cuantos minutos llevaba sentada en aquel auditorio, rodeada de desconocidos, sin escuchar hablar a nadie. Doña Encarnación estaba agotando su paciencia. Se removió en su asiento y miró con cortesía a su vecino de palco (un joven veinteañero que le respondió con una afectuosa sonrisa); luego soltó un bufido de irritación. La sala continuó anclada en un silencio expectante.
El escenario lo ocupaba un vejestorio angustiado tras el facistol, con ciertos problemas para arrancar con su discurso.
Doña Encarnación trató de distraerse pensando en la enorme bufanda que acababa de tejer para Pablo, su nieto de diez años. Era mitad azul, mitad grana, con colores idénticos a los de su equipo de fútbol. Liada en el cuello le llegaba hasta los tobillos, pero en cuanto diera el estirón le quedaría de fábula. Tan solo faltaba darle unos pespuntes de refuerzo, así sería un recuerdo de su abuela que conservaría para toda la vida.
¿Qué estaba haciendo allí sentada? Con la de faena que le esperaba en casa, aquello era una pérdida de tiempo. Y no estaba dispuesta a tirar la tarde por el retrete. De golpe, se puso en pie y decidió marcharse.
— ¿Adónde vas, abuela? —dijo el muchacho de su lado mientras la apresaba por la muñeca— Aún no es tu turno.
¿Qué quería ese joven? Hacía un momento le había parecido la mar de simpático y ahora le resultaba tan molesto como una almorrana. Doña Encarnación se giró para mandarlo a freír espárragos cuando vio caer una prenda al suelo desde su regazo. Era una bufanda azul y grana, igualita a la de su nieto, solo que mucho más vieja y algo deshilachada pese a la fortaleza de sus nudos. Buscó los ojos de aquel hombretón y descubrió el dulce semblante de Pablo en su mirada. Confusa, se miró las manos y vio entre sus dedos una cuartilla. En ella se podía leer, con letras doradas, "Testimonios contra el Alzheimer".
El bochorno le doblegó las piernas y se dejó caer de nuevo en su butaca. Luego, sin poder pestañear, clavó la mirada en el hombre mudo del escenario. Como si se tratara de un espejo, aquella cara reflejaba su propia expresión. Una lágrima recorría ambas mejillas.
Qué bonito y triste. De lo mejor que te he leído.
ResponderEliminarMuchas gracias. Y sí, tienes toda la razón, puede que sea de lo mejor que he escrito. No sé, igual hasta debería ponerme serio más a menudo.
EliminarMe parece precioso y odio utilizar "precioso" para describir cualquier cosa por muy preciosa que sea, pero no se me ocurre otro adjetivo. Es tierno, es bonito, no es predecible, tiene la duración exacta, mantiene el interés porque sabes que algo va a pasar aunque no tengas ni idea de qué se trata..., joder es que es precioso. Felicidades.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Me encanta despertar tanto entusiasmo XD.
EliminarVoy a confesar una cosa: normalmente, cuando escribo alguna tontería que me hace gracia, me río yo solo para mis adentros, pero en este caso me pasó todo lo contrario y multiplicado por dos. Estaba en el sofá ideando este minicuento y se me entelaron los ojos hasta el punto de casi soltar una lágrima. ¡Me emocioné yo mismo con mis propios pensamientos! Y lo digo así de sorprendido porque jamás me había ocurrido. Para mí que lo mío es grave...