No os lo vais a creer, pero hoy he descubierto que no me gusta trabajar. Yo solo y sin la ayuda de nadie, he conseguido rebatir todos esos profundos (y absurdos) pensamientos que señalaban al trabajo de ejercicio sano, dignificador e identitario. Paparruchas.
¿Que cómo he llegado a esa conclusión?, pues imaginando qué pasaría si, como recomienda prácticamente todo el mundo, consiguiera un trabajo de algo que realmente me gusta hacer.
Empezaremos por el principio. ¿Qué intereses tengo? ¿A qué me dedico en cuanto consigo un poco de tiempo libre? Pues así, a bote pronto, veo películas, series, leo, escribo y escucho música. También me gustan mucho los video-juegos, aunque actualmente los tengo bastante aparcados. Pero podría valer como afición.
Bien, con este abanico de hobbies, ¿qué trabajo podría desempeñar? Pues, siendo coherentes, el que sea capaz de abarcar a la mayoría de mis aficiones, ¿no? De modo que, sumando mi pasión por las películas, las series y mi incipiente empeño en juntar letras, quizá sería una buena opción la de crítico de cine. Puede que realmente fuese la profesión con la que más disfrutara. Eso, al menos, en teoría, porque llevándola a la práctica no sé yo si acabaría siendo así.
Para estar seguros, lo primero que debería hacer es analizar, desde mi total ignorancia, el trabajo de un crítico de cine. Pongamos que, como cualquier trabajador común, dispone de más o menos ocho horas para completar su jornada laboral. Si solamente ve películas, a una media de dos horas cada una, podría estar tragándose unas cuatro al día. Pero debemos suponer que necesitará al menos un par de horas para redactar las críticas, así deducimos que ve tres películas diarias y luego escribe sobre ellas. No parece gran cosa. Eso, si me pongo, lo puedo hacer yo en un sábado.
Pero, ¿dónde están los inconvenientes? El primero que se me ocurre es que no podría escoger las películas a visionar, con la inevitable ingesta de bodrios que conllevaría cumplir dicha misión. De acuerdo que ese riesgo está ahí incluso tratándose de una distracción, siempre al acecho, aún intentando seleccionar cuidadosamente una película. Pero si la empiezo a ver por placer y a los diez minutos me parece un tostón, siempre existe la posibilidad de cambiar de canal o huir de esa sala de cine, cosa que no podría (o al menos no debería) hacer si se tratara de un trabajo. Si haces algo por placer y, por contra, acaba resultando una tortura, puedes dejar de hacerlo y ya está. Pero un trabajo requiere dedicación y compromiso (además de poseer las aptitudes adecuadas para desempeñarlo. Aunque creo que eso acabaría llegando con el tiempo), porque si desistes cada vez que algo no te gusta no encontrarás a nadie que pague por tus servicios. Te debes a quien te contrata, así que has de taparte la nariz y tragar con todas aquellas cosas que no son de tu agrado.
Luego está la más que probable saturación. Yo no digo que no disfrutara los primeros días, pero ver películas semana tras semana y mes tras mes, me parece, más que un placer, un fastidio.
Otro aspecto que deberíamos tener en cuenta es que, si quiero hacer un trabajo decente, debería adquirir algunos conocimientos técnicos de la industria cinematográfica. El nombre de los diferentes planos, la iluminación, el maquillaje, los efectos especiales... Os confesaré algo: me da absolutamente igual cómo se hacen las películas. Es más, jamás me paro a ver los extras de un DVD o Bluray. Sería como averiguar los trucos de un mago y luego ver su función. Entonces ya no estaría viendo magia, sólo engaños, y es muy probable que desapareciera gran parte de todo aquello que me atrae. A nadie le gusta sentirse engañado.
¿Y, por cierto, a qué dedican el tiempo libre los críticos de cine? ¿A ir al cine? No, no lo creo. Entonces, ¿debería buscarme otra actividad para mis ratos de ocio? Uff, sólo con pensarlo me entra una pereza...
Bueno, mira, probemos otra cosa. Mi mujer ha encontrado trabajo de contable en una empresa creadora de video-juegos y, como curiosidad, me ha comentado que contratan a gente para que los prueben. No parece un mal plan, ¿no? Ocho horas jugando, probando controles y testeando accesorios. Ahora bien, puede ocurrir lo mismo que con las películas. Exacto, que me pongan delante de un juego insufrible o que acabe aborreciendo los saltitos de un personaje que llevo cuarenta horas manejando. Y eso sólo si no contamos con los sonidos machacones y las melodías que acabaré escuchando hasta la extenuidad. Si me gustan, perfecto, pero si no es así ya puedo prepararme mentalmente para que afecten lo menos posible a mi sistema nervioso.
Tras pensarlo detenidamente, no creo que disfrutara más del trabajo por enfocarlo hacia mis aficiones. Pero no porque realmente no me apasionen, sino porque el mayor gozo, mi mayor pasatiempo, sea muy probablemente el no atarme a una obligación, al cumplimiento de un deber o a satisfacer unas expectativas. Sin poder dispersarme a mi libre albedrío jamás podría ser feliz. Y eso es imposible que me lo dé un trabajo que, precisamente, es lo primero que demanda.
Es más, debería estar agradecido por mantener un trabajo tan insulso y que vela para que mis aficiones no me hastíen. Y siempre me quedará el reto de hacer ese trabajo más divertido. Sí, decididamente, lo mejor es un trabajo aburrido.
P.D.
Hay que ver lo que se tiene que inventar uno para no deprimirse con su trabajo de mierda...